Para entender la guerra entre Rusia y Georgia. Y USA detrás

Si se le irrita, el oso pega un zarpazo

El conocido columnista norteamericano Patrick J. Buchanan analiza la guerra entre Rusia y Georgia… y todo su trasfondo. Respecto a la implicación norteamericana escribe: “Algunos hemos denunciado esta locura consistente en penetrar en el espacio ruso y enfrentarnos con Rusia. Ahora no les ha tocado más remedio a los defensores del imperialismo democrático que volverse con el rabo entre las piernas­…, bien chamuscado en Tbilisi”.

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La decisión del primer ministro de Georgia, Mikheil Saakachvili, de aprovecharse de la apertura de los Juegos Olímpicos para intentar que pasara desapercibida la invasión por parte de Georgia de su provincia secesionista de Osetia del Sur se unirá en el Panteón de la estupidez a la decisión de Gamal Andel Nasser de cerrar el estrecho de Tirana a los buques israelíes.
 
La sandez de Nasser le costó, al cabo de la Guerra de los Seis Días, el Sinaí. La sandez de Saakachvili va a significar, sin duda, para él la pérdida definitiva de Osetia del Sur y de Abkhazia.
 
Después de haber bombardeado y atacado lo que pretende ser su propio país, después de haber matado un número extraordinario de sus propios ciudadanos osetas, y obligado a diez mil de ellos a refugiarse en Rusia, el ejército de Saakachvili fue expulsado a Georgia en cuarenta y ocho horas.
 
Vladimir Putin aprovechó esta oportunidad para expulsar también al ejército Georgia de Abkhazia, para bombardear Tbilisi y para ampararse de Gori, la ciudad natal de Stalin.
 
Engreído por su condición de amigo íntimo de George W. Bush, Dick Cheney y John McCain, y de único aliado democrático de Estados Unidos en el Cáucaso, Saakachvili pensó que podría salirse con la suya en un abrir y cerrar de ojos y colocar al mundo ante el hecho consumado.
 
Mikheil no había contado, sin embargo, con la rabia o con la determinación del Oso.
 
Las acusaciones estadounidenses contra la agresión rusa suenan a hueco. Fue Georgia quien empezó el combate. Rusia lo ha terminado. Quienes comienzan una guerra no están en condiciones de decidir cómo y cuándo se acabarán.
 
La respuesta de Rusia ha sido “desproporcionada” y “brutal”, ha tronado Bush.
 
Es cierto. Pero ¿no autorizamos todos a Israel a bombardear el Líbano durante treinta y cinco días en respuesta a una escaramuza fronteriza en la que sólo habían muerto algunos soldados israelíes y se habían capturado dos? ¿No era infinitamente más “desproporcionado”? “Rusia ha invadido un país soberano” —ha fulminado Bush—. Pero los Estados Unidos, ¿no han bombardeado a Serbia durante 78 días antes de invadirla para obligarla a entregar una provincia, Kosovo, a la que le unen lazos históricos infinitamente más fuertes que los que vinculan a Georgia con Abkhazia o con Osetia del Sur, los cuales prefieren Moscú a Tbilissi?
 
¿No es extraordinaria la hipocresía occidental?
 
Aplaudimos encantados cuando la Unión Soviética se disgregó en quince naciones. Nos congratulamos profundamente cuando Eslovenia, Croacia, Macedonia, Bosnia, Montenegro y Kosovo se separaron de Serbia. ¿Por qué, entonces, vamos luego a indignarnos cuando logran su objetivo dos provincias cuyos pueblos son étnicamente distintos de los georgianos y que han combatido por su independencia?
 
¿Sólo son encomiables las secesiones y las disoluciones de naciones cuando concuerdan con el programa de los neocons, muchos de los cuales detestan visceralmente a Rusia?
 
No cabe duda de que Putin se ha aprovechado de la provocación efectuada por Saakachvili para darle un exagerado castigo. Pero ¿no es comprensible la ira de los rusos? Desde hace años, Occidente se ha burlado de Rusia a causa de su derrota en la Guerra Fría y la ha tratado como a la Alemania de Weimar.
 
¿Qué hicimos cuando Moscú retiró el Ejército Rojo de Europa, cerró sus bases en Cuba, disolvió el Imperio del Mal, dejó que la Unión Soviética se disgregara en quince Estados, y proyectó establecer lazos de amistad, así como una alianza con Estados Unidos?
 
Unos desaprensivos aventureros norteamericanos (tanto políticos como hombres de negocios) han complotado con sus homólogos moscovitas para saquear la nación rusa. Rompiendo un acuerdo establecido con Mikhail Gorbatchov, hemos hecho que nuestra alianza militar en Europa del Este llegara hasta las puertas de Rusia. Seis países del antiguo Pacto de Varsovia y tres de las antiguas repúblicas de la Unión Soviética ya son miembros de la OTAN.
 
Bush, Cheney y Mc Cain quisieran a toda costa integrar a Ukrania y Georgia en la OTAN. Ello implicaría que, en el lugar en que nació Stalin, los Estados Unidos entrarían en guerra con Rusia, la cual ejerce su soberanía sobre la península de Crimen y Sebastopol, tradicional puerto utilizado por la flota rusa en el Mar Negro. ¿Desde cuándo constituyen estas zonas puntos de interés vital para Estados Unidos que pudieran justificar una guerra contra Rusia?
 
Estados Unidos ha derogado unilateralmente el Tratado Antimisiles porque su teconología ya es ahora superior, y han previsto instalar emplazamientos de defensa antimisiles en Polonia y en la República Checa para protegerse contra los misiles iraníes, cuando Irán no posee misiles balísticos intercontinentales ni bombas atómicas. Ni caso se hizo de la contrapropuesta rusa de instalar un sistema antimisiles en Azerbaiyán.
 
Construimos el oleoducto Baku-Tbilissi-Ceyhan, desde Azerbaiyán hasta Turquía, pasando por Georgia, a fin de que Rusia no se beneficiara de él. Más tarde, en el curso de “revoluciones democráticas”, contribuimos a derrocar regímenes amigos de Moscú en Ukrania y en Georgia, habiendo intentado efectuar tres cuartos de lo mismo en Bielorrusia.
 
Los norteamericanos tenemos numerosas cualidades, pero no figura entre ellas la capacidad de vernos a nosotros mismos tal como los demás nos ven.
 
Imaginad un mundo que no hubiera conocido nunca a Ronald Reagan, y en el que Europa se hubiera apartado de la Guerra Fría después de que Moscú hubiese instalado misiles SS-20 al este del Elba. Imaginad también que Europa se hubiera retirado de la OTAN, nos hubiera dicho que nos volviéramos a casita y que se hubiera hecho vasalla de Moscú.
 
¿Cómo habríamos reaccionado si Moscú hubiera integrado a Europa Occidental en el Pacto de Varsovia, construido bases en México y en Panamá, instalado misiles y radares de defensa antimisiles en Cuba, y se hubiera asociado con China para construir un oleoducto destinado a transportar el petróleo de México y Venezuela a los puertos del Pacífico a fin de embarcarlo hacia Asia, dejándonos de tal modo en la estacada? ¿Cómo habríamos reaccionado si consejeros rusos y chinos entrenaran a ejércitos suramericanos como nosotros lo estamos haciendo en las antiguas repúblicas soviéticas? ¿Nos habríamos quedado sin reaccionar?
 
Desde hace diez años, algunos de nosotros han denunciado esta locura consistente en penetrar en el espacio ruso y en querer enfrentarnos con Rusia. Ahora no les ha tocado más remedio a los defensores del imperialismo democrático que volverse con el rabo entre las piernas­…, bien chamuscado en Tbilisi.
 
© Novopress.info, 2008

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