Todas las advertencias que se han multiplicado exponencialmente los últimos meses acerca del uso de la Inteligencia Artificial (IA)[1] omiten, sin embargo, la capacidad —que estas IA— poseen de hecho para “formar” y, en consecuencia, “manejar” el modo de pensar de los seres humanos.
Puede parecer una exageración. Puede que no sea la “intención” de sus creadores, pero no cabe duda de que el modo de relacionarnos como personas con los bots de IA lleva, ineluctablemente, a pensar en esa capacidad de manipulación y formación del pensamiento humano —al establecer los contenidos—, que poseen y poseerán de modo creciente las IA.
Parafraseando al afamado científico Stephen Hawking, si algo está disponible, en materia de interés y avance científico, no hay leyes que detengan ese avance de la investigación.
Ni leyes escritas, ni leyes éticas. Hawking, apunta con acierto que “alguien” siempre estará inevitablemente tentado por avanzar en el desarrollo de cualquier investigación científica posible. Y resultará igualmente inevitable que ese alguien caiga en la tentación de seguir adelante, hasta alcanzar un logro. Aunque el desarrollo científico en cuestión se prohíba o catalogue de antiético.
Así se mueve la humanidad en materia de avances científicos, y así lo seguirá haciendo.
En consecuencia, siguiendo el pensamiento del científico inglés, los desarrollos posibles – en el caso que nos ocupa, es decir, la capacidad de modificar las formas y criterios humanos de pensamiento según el contenido que se le ofrezca a través de los bots de IA, todo ello tenderá a incrementarse aunque sus consecuencias sean dañinas, e incluso nefastas.
Huelga decir que, si se modifican criterios y conceptos, lo que se modificará —según el arbitrio de quienes den contenido a las IA— serán, y de modo creciente, las conductas humanas.
Todo ello resulta mucho más inquietante para la libertad de las personas que la posibilidad de que, como se viene diciendo en los últimos tiempos, la IA supere en todos los aspectos a la inteligencia humana. Se discute su posibilidad real de materializarse, pero es evidente que la capacidad de formar pensamientos y criterios —y en consecuencia, conductas— parece ser un hecho ya alcanzado. Y un hecho obviamente inquietante .
Cuando el hombre comenzó a usar calculadoras (primero simplemente mecánicas y luego digitales), abandonó el cálculo mental y el procedimiento matemático básico de sumar, multiplicar, restar y dividir mentalmente.
De hecho, es bien probable que la mayoría de las personas, hoy en día, tengan que “sentarse” a pensar largo rato si se las pone frente a una simple división con decimales. Tan desacostumbrados estamos a realizar estos procedimientos.
Más fácil resulta aún que muchos jóvenes de escolarización medianamente reciente, ni siquiera recuerden “cómo” se realiza ese procedimiento. Simplemente porque se les ha enseñado muy superficialmente cómo realizarlo. Y, se les ha enseñado superficialmente porque los docentes están plenamente convencidos de que, en su vida futura, esos niños y jóvenes no realizarán jamás esas “operaciones” de modo manual o mental. Y, de hecho, tienen razón.
Todos los seres humanos usan hoy, para cualquier cálculo, incluso los más elementales, una “calculadora digital” o sus desarrollos posteriores, que simplifican al extremo los cálculos más complejos. Las computadoras, el Excel y otras aplicaciones más sofisticadas resuelven de modo instantáneo cualquier ecuación o cálculo complejo, sin otra intervención humana que digitar los números que componen el problema a resolver. Ello es tanto como “decirle” —hasta de forma meramente verbal, sin escribir siquiera— a un ordenador programado qué cálculo se quiere resolver. En milisegundos se obtiene una respuesta inmediata y, fundamentalmente, exacta. De una exactitud inapelable.
La IA tiende a operar del mismo modo. Ante cualquier pregunta que le realicemos tendrá una respuesta instantánea. Ya le preguntemos sobre el clima, o sobre el pensamiento de un autor, o sobre la interpretación de un hecho histórico, o sobre el futuro del mundo ante el cambio climático.
Sin embargo, la respuesta será necesariamente sesgada, pues concordará con el pensamiento de aquellos que programaron esa IA
Sin referencia a ninguna fuente, la IA nos proporciona una respuesta inmediata. Incluso, en los casos de las aplicaciones de IA que “citan fuentes” (por ejemplo, Perplexity A.I), las fuentes son seleccionadas por el mismo algoritmo para que coincidan con la respuesta proporcionada.
Ya no hablemos de los casos de groseros errores en los que caen los Chats GPT cuando, por ejemplo, afirman la inexistencia de libros famosos que han sido efectivamente publicados por autores reconocidos, o cuando nos listan obras de un autor que éste no ha escrito, o nos “resumen” su pensamiento de un modo muchas veces opuesto al verdadero decir y pensar del autor requerido.
Simples experimentos “caseros” nos demuestran que los bots de IA operan de ese modo. Es fácil, para quien conoce el tema inquirido al bot, darse cuenta de las ocasiones en que le miente, tergiversa e incluso interpreta a un autor de modo perfectamente opuesto a sus verdaderas expresiones.
Hasta es posible que se le pida al bot de IA que efectúe el resumen de un artículo, que se copie y pegue en la pregunta el texto completo del artículo y que, si este artículo no condice con las pautas (siempre “políticamente correctas”) con que ha sido programado el bot, este último termine dándonos un “resumen” que diga exactamente lo contrario de lo que se sostiene en el artículo.
¿Será la IA la que regule a su antojo las libertades personales? ¿O quien lo haga será el reducido grupo que...?
El tema es muy extenso y debe ser debatido largamente. Hay muchos eximentes para estas respuestas incorrectas o aparentemente malintencionadas.
Sin embargo, si se sigue la lógica humana de la ley del menor esfuerzo (una ley económica, de las pocas que son irrefutables), podría llegar el día en que, como ha sucedido con el cálculo matemático, ya sólo se enseñe superficialmente historia, geografía, lógica, gramática y, por cierto, tampoco ética.
Ese día, las máquinas (sin necesidad de superar de modo efectivo el pensamiento humano), valiéndose de las debilidades humanas, nos darán todas las respuestas a todos los interrogantes, igual que el Excel nos proporciona una respuesta numérica que no cuestionamos, cuya exactitud damos por descontado.
Ese día se habrá suprimido el pensamiento crítico de las personas y, como dijimos, se regulará su conducta dictándoles a los seres humanos el modo de sentir, actuar y pensar. Ese día se habrá suprimido la libertad de las personas.
Pero ¿serán las IA quienes regulen a su antojo las libertades personales? ¿O quienes lo hagan será el reducido grupo de individuos que las controlen?
La lógica, que aún manejamos, indica que quienes lo harán será ese pequeño grupo de personas dedicadas a controlar a las IA (a “entrenarlas” y programarlas). El resto de los seres humanos correrá el riesgo cierto de perder su libertad, al tiempo que la manipulación y el control de las conductas habrá alcanzado su punto más alto en la historia de la humanidad.
[1] IA (en español) o AI (en inglés) es el conocido acrónimo de “Inteligencia Artificial”, usándose ambos de modo indistinto.
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