Pasando el ecuador de este año 2018, ya podemos considerar la hegemonía de dos movimientosrevival que han hecho furor esta temporada: la vuelta del Women´s Lib de Jane Fonda de los años 1970 y el antifranquismo. Definitivamente, los 70 han vuelto. Sólo nos faltan los pantalones de pata de elefante.
¿Sería posible fusionar el franquismo con el femenismo ? ¿Cómo podría llevarse a cabo semejante tour de force entre dos conceptos tan aparentementa antagónicos?
No resulta tan difícil, desde el momento en que caemos en la cuenta de que Francisco Franco Bahamonde fue el más feminista de los gobernantes europeos y occidentales del siglo XX.
La universal estrategia femenina de apareamiento consiste en divertirse hasta los treinta años y, a partir de esa edad, matrimoniar con probo funcionario y formar una familia. Este patrón, lejos de ser conservador, se ajusta mucho más al patrón feminista que al tradicionalista, en el que la hembra, se desposa muy joven. El retrato cinematográfico/sociológico de este fenómeno lo encontramos en la película El diario de Bridget Jones.
Pues bien, esta estrategia resulta cada vez más complicada hoy en día. ¡Las mujeres se ven obligadas a matrimoniar con probo funcionario a los ¡cuarenta años!, con el consiguiente riesgo de malformación del feto. En algunos casos, la postergación llega a ¡los cincuenta años, cuando la problemática obstetricia aumenta exponencialmente.
En la época franquista, lejos de lo que se cree, las chicas conseguían llevar a a cabo el patrón feminista de manera muy exitosa: ir de flor en flor hasta los treinta, y a partir de esa edad, encontrar un probo funcionario virgen y católico –que también solía encontrarse en su primera treintena– deseante de pasar por vicaría con ellas.
Muchos objetarán que en aquella época el complejo freudiano Prostituta–Madonna (traducido al lenguaje franquista como Golfa–Decente) estaba a la orden del día, y que ningún probo funcionario con la plaza recién ganada en procelosa oposición estaría dispuesto a casarse con lo que él consideraría una golfa.
Nada más lejos de la realidad: observemos el cine español de la época, siempre consistente en un buen chico, bien situado, que conoce a golfa golfona en situación rocambolesca, y después del visto bueno del cura (el cura siempre se mostraba muy favorable y nada reacio, a pesar de ser conocedor del pecaminoso pasado de la novia) se casa con ella, formando cristiana familia. El epitome de este paradigma lo encontramos en películas como Celedonio y yo somos así o Jenaro, el de los 14 o Mi mujer es muy decente, dentro de lo que cabe, etc. etc. Son legión las películas que abordan dicha temática. En algunos casos, el probo funcionario es incluso un seminarista recién salido de la vocación, pero con un buen puesto.
El cine español de la época, con la aquiescencia del régimen, aborda masiva y jovialmente el arquetipo, tan caro al feminismo, de "Jesucristo con María Magdalena".
De modo que, como vemos, para la mujer feminista, era mucho mejor el modelo franquista de sociedad que el actual.
Puede decirse también que en aquella época el varón podía maltratar a su señora de una manera incluso más brutal y con más impunidad que en nuestros días, pero veamos que tampoco: lo habitual en aquellas tiempos no era el marido machista llegando a casa, exigiendo una copa de Soberano y las pantuflas, como pregonaba la publicidad de la época, sino, más bien lo contrario: el marido era un calzonazos que llegaba temeroso a casa, acongojado ante la bronca de su oronda santa, quien blandía un rodillo y le apaleaba inmisericorde. Véanse un sinfín de viñetas de Forges retratando a sus personajes Mariano y señora –Mariano es siempre un alfeñique frente a su corpulenta y robustiana cónyuge– o la celebérrima película El calzonazos, con Paco Martínez Soria.
Por otro lado, hoy en día, asistimos al fenómeno de padres de familia que solicitan la prueba de paternidad ante la sospecha de que su mujer les ha engañado. Antaño, esto era imposible, puesto que si la esposa daba rienda suelta a su sensualidad fuera del sacramento (lo cual era muy habitual) podía volver a casa embarazada y, por mucho que su esposo tuviera sospechas, se veía impotente para ejercer acción legal y farmacológica alguna, puesto que el matrimonio, bajo el franquismo, estaba influido legalmente por la siguiente máxima del Código Napoléónico: "Todos los hijos habidos dentro del matrimonio, serán considerados hijos del marido". Punto. Y, para más inri, no existía el divorcio.
Last but not least: Como bien narra Francisco Umbral en su novela 1940, las muchachas de la Sección Femenina de Falange eran unas promiscuas bisexuales, y las hijas de jerarcas falangistas, unas libertinas y depravadas, como bien leemos en La muchacha de las bragas de oro, de Juan Marsé.
Después de todos estos datos, ¿cómo no considerar al régimen del Caudillo como el más feminista de Occidente durante su larga duración? Las raíces de la soltura, el descaro y la insolencia de la actual fémina ibérica hay que buscarlas ahí. Y bienvenidas sean.