Antaño —en la Edad Media— había monjas que eran unas golfas, y que tenían encuentros con el jardinero del convento y a veces hasta con el mismísimo Demonio en algún akelarre, allá en la profundidad del bosque.
Durante el franquismo había unas que eran las “estrechas” y otras que eran las “de ésas”. También conocidas en las comedias cinematográficas de la época como, respectivamente, “decentes” y “descaradas”.
Vaya por delante que cualquier varón sensato siempre preferiría la “descarada” antes que la “decente”. ¡Dios nos libre de las “decentes”!
Hoy vivimos un extraño fenómeno, y no sólo en la católica España, sino en todo el mundo occidental: la apoteosis de la golfa-monja, es decir, de la golfa que va de monja.
Errol Flynn, en las fiestas, ya muy bebido, tocaba el piano con su miembro viril, y nadie le ponía una denuncia por ello.
Howard Hughes, el magnate de Hollywood, se acostaba con todas las actrices, y nadie lo veía mal. Las primeras que no lo veían mal eran las actrices. Claro que Hughes era un tipo bien parecido, no tenía aspecto de gólem, como otros que ya nos conocemos, y eso siempre es un eximente.
La apoteosis está dando lugar a la apocatástasis: la restauración final de todas las cosas. El Demonio huye como alma que lleva el Diablo, hostigado por una legión de monjas.
La escultura del borracho de Hemingway, en Pamplona, será retirada para recolocar en ese punto una estatua de Bob Marley y su porro trompetero. La ciudad pirenaica necesita más “diversidad”.