Si fundase ahora un periódico o un partido lo llamaría así: La Reacción. Hermosa palabra, que alude, según la Academia, a la actitud que se adopta como respuesta a un estímulo o a la acción que se opone a otra acción. Reaccionario es, por ello, quien condena o combate los cambios de índole política, social o moral, cualesquiera que éstos sean, pero el calificativo, sagazmente ideologizado por los filántropos de la guillotina, se convirtió en insulto durante la Revolución Francesa. Sus valedores llamaron así a quienes defendían el Antiguo Régimen y, desde entonces, tan arbitraria y sectaria manipulación ‒lo primero que hace el totalitarismo es corromper la semántica‒ se ha extendido por todo el orbe. Quienes se las dan de progresistas la esgrimen como si fuese una cachiporra para calificar con ella, despectivamente, a cuantos no militan en sus filas. Se trata de un flatus vocis, de una vejiga de bufón que da bandazos en el vacío y se presta a paradojas. Tan reaccionarios serían, verbigracia, por poner dos ejemplos cercanos, los podemitas deseosos de que el capitalismo dé paso otra vez al comunismo como los secesionistas que no acatan la Constitución del 78. Fue nada menos que Newton quien formuló, en la tercera de sus leyes, el principio de acción y reacción. Hegel lo convirtió en el eje de su concepto de la dialéctica ‒palabra que en Aristóteles significaba diálogo o debate entablados para descubrir la verdad‒ tal como lo expuso en su Fenomenología del espíritu, que apareció en 1808. Cuarenta años después se apropiaría Marx de tan afilada herramienta filosófica para definir el capitalismo como tesis, el proletariado como antítesis y la sociedad comunista como síntesis. Pero las cosas, desde la irrupción de Internet (la Araña), la corrección política, el entreguismo y la euroislamización, han cambiado. El mundo sigue siendo bipolar, pero sus polos ya no son la derecha y la izquierda, ni el capitalismo y el socialismo, ni el liberalismo y el proteccionismo, ni la Razón y la Fe. El péndulo oscila ahora entre lo centrífugo (la globalización, la inmigración, el multiculturalismo, el plagio) y lo centrípeto (el soberanismo, la identidad, la homogeneidad, la tradición), pero el fiel de tal balanza se inclina hacia lo segundo. Tomen nota mis coetáneos de lo que ya ha venido ‒Putin, Orban, el brexit, Trump‒ y de lo que está por venir... ¿Fillon, Le Pen, Hofer, Wilders? Et alii. No son la ultraderecha. Son ‒somos‒ la Reacción.
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