Los políticos no me lo ponen fácil, pero sigo firme (a rachas) en mi decisión de no escribir sobre ellos. Anuncié en octubre, al comenzar la andadura del programa de La 2 Libros con uasabi, que en él tendría cabida todo lo que contiene la literatura con una sola excepción: la de la política. Hemingway, que anduvo muy metido en ella desde el 36 hasta la liberación de París, dijo que los escritores politizados deben hacerse a la idea de que los lectores del futuro, si leen sus obras, tendrán que prescindir del contenido político. Dante, que era güelfo, deslizó en La Divina Comedia muchas alusiones crípticas a la pugna que los gibelinos mantuvieron con sus correligionarios a finales del siglo XIII y comienzos del XIV, pero sólo los eruditos se percatan hoy de tan sibilinas apostillas a algo que fue de actualidad, pero que unas décadas más tarde sólo era arqueología. Prefiero escribir de otras cosas. De las bullipolleces, por ejemplo, que el bullipollas Paco Roncero, discípulo amado del Gran Manitú de las bullipolladas, sirve en "el restaurante más caro del mundo". ¡Pues vaya mérito! Se llama Sublimotion, está en Ibiza –¿qué habrán hecho los ibicencos para padecer tamaña afrenta?– y cuesta 1.650 euracos per cápita. Sobra, pues, aclarar que hablo de oídas. Pormenores: una especie de ataúd espacial suspendido a siete metros de altura, 12 comensales alrededor de una mesa común, 15 bullipolleces alineadas en un menú de degustación forzosa –¿servirán lentejas?– y unas gafas virtuales con trapío de percherón que sumergen a los degustadores en lo que la publicidad de semejante antro califica de "primer espectáculo gastronómico del mundo". He visto un vídeo y produce angustia ver cómo las aturdidas víctimas de ese suplicio intentan llevarse a la boca, tanteando en el calidoscópico chisporroteo de tan puñeteras gafas, las bullipollecesdepositadas en unas cazoletas bullipollas. Y así durante tres horitas de nada. Puede que el showman Roncero sea más listo que el hambre sufrida por lospaganinis de su menú, pero algo es seguro: quienes lo engullan merecerían ser figurantes en aquella película que se llamaba La cena de los idiotas. Menos mal que Sublimotion sólo abre seis meses al año. Yo no iría ni aunque me invitaran, aunque ese riesgo, después de esta columna, queda descartado.
La cena de los idiotas
El restaurante más caro del mundo se llama Sublimotion, está en Ibiza –¿qué habrán hecho los ibicencos para padecer tamaña afrenta?– y cuesta 1.650 euracos per cápita.
Los políticos no me lo ponen fácil, pero sigo firme (a rachas) en mi decisión de no escribir sobre ellos. Anuncié en octubre, al comenzar la andadura del programa de La 2 Libros con uasabi, que en él tendría cabida todo lo que contiene la literatura con una sola excepción: la de la política. Hemingway, que anduvo muy metido en ella desde el 36 hasta la liberación de París, dijo que los escritores politizados deben hacerse a la idea de que los lectores del futuro, si leen sus obras, tendrán que prescindir del contenido político. Dante, que era güelfo, deslizó en La Divina Comedia muchas alusiones crípticas a la pugna que los gibelinos mantuvieron con sus correligionarios a finales del siglo XIII y comienzos del XIV, pero sólo los eruditos se percatan hoy de tan sibilinas apostillas a algo que fue de actualidad, pero que unas décadas más tarde sólo era arqueología. Prefiero escribir de otras cosas. De las bullipolleces, por ejemplo, que el bullipollas Paco Roncero, discípulo amado del Gran Manitú de las bullipolladas, sirve en "el restaurante más caro del mundo". ¡Pues vaya mérito! Se llama Sublimotion, está en Ibiza –¿qué habrán hecho los ibicencos para padecer tamaña afrenta?– y cuesta 1.650 euracos per cápita. Sobra, pues, aclarar que hablo de oídas. Pormenores: una especie de ataúd espacial suspendido a siete metros de altura, 12 comensales alrededor de una mesa común, 15 bullipolleces alineadas en un menú de degustación forzosa –¿servirán lentejas?– y unas gafas virtuales con trapío de percherón que sumergen a los degustadores en lo que la publicidad de semejante antro califica de "primer espectáculo gastronómico del mundo". He visto un vídeo y produce angustia ver cómo las aturdidas víctimas de ese suplicio intentan llevarse a la boca, tanteando en el calidoscópico chisporroteo de tan puñeteras gafas, las bullipollecesdepositadas en unas cazoletas bullipollas. Y así durante tres horitas de nada. Puede que el showman Roncero sea más listo que el hambre sufrida por lospaganinis de su menú, pero algo es seguro: quienes lo engullan merecerían ser figurantes en aquella película que se llamaba La cena de los idiotas. Menos mal que Sublimotion sólo abre seis meses al año. Yo no iría ni aunque me invitaran, aunque ese riesgo, después de esta columna, queda descartado.
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