Adorar imágenes —lo que simbólicamente hay en ellas; olvídense, por favor, de brujos, magos y demás estúpida parafernalia— significa reconocer lo que hay de divino en el orden de lo sensible, y por consiguiente, lo que hay de divino —de superior, de misterioso, de sagrado— en el mundo y en la naturaleza.
Para un pagano, Dios no es un ser puramente inteligible, abstracto; es también —y quizá ante todo— un ser concreto, arraigado en el mundo. Y por ello se le puede —se le debe— adorar en forma de imagen: no hacerlo equivaldría a deshonrar la naturaleza.
Para un pagano el mundo es directamente divino: los dioses, dicho de otro modo, son aspectos de la fuerza del mundo. Lo que se adora a través de las imágenes es el hecho de que la naturaleza es divina. Lo que se reverencia es que el orden de lo sensible es venerable.
La fe cristiana tiende hacia un Dios situado más allá del mundo: para adorarlo hay que creer abstractamente en Él, pues nuestros sentidos no nos aseguran en absoluto su presencia.
Es distinto cuando se trata de adorar a un dios pagano. Nadie, en efecto, puede dudar de la existencia del rayo, del viento, del crecimiento de las flores… Es esto lo que adoramos a través de los dioses: la naturaleza, y no a un ser situado allende la naturaleza.
No hay “fe”, pues, en la adoración de la naturaleza, aunque ésta reposa en una determinada visión del mundo. Pero una visión del mundo es una forma de interpretar el mundo, no una fe.
Es cierto, se cree en algo “extraño” —la existencia física de los dioses—, pero ese “algo” no deja de tener cierta presencia el mundo. En lo que se cree no es en un ser meta-físico: la única creencia para la que se requiere una “fe”.
Además, en los textos antiguos los dioses son vistos ante todo como figuración; es decir, dan forma a la naturaleza, la representan (y. en este sentido, son reales, puesto que la naturaleza es real), pero su alcance es esencialmente simbólico. Son símbolos de esta realidad.
Para el paganismo hay un único mundo: el mundo natural, el de la naturaleza a la que se impone adorar.
Para las religiones reveladas hay dos mundos : la naturaleza y el Más Allá, y es al Más Allá a lo que se impone adorar.
Para los panenteísmos, como el budismo o el hinduísmo, hay un único mundo, pero dividido entre una esencia superior y englobante, y un reflejo más o menos degradado e ilusorio dentro del cual vivimos: la salvación, desde esta perspectiva, consiste en liberarse de las vicisitudes del devenir (o incluso del ciclo de las reencarnaciones). Es por ello por lo que el panenteísmo se sitúa a medio camino entre el paganismo y las religiones reveladas: cree en una forma parcial de transcendencia, adhiere a las doctrinas de la salvación, valoriza a menudo la ascesis.
Por mi parte, como pagano, no me siento pantenteísta, aunque existen lazos evidentes entre el paganismo y el panenteísmo, al igual que los hay entre éste y las religiones reveladas.