La imagen publicada por El Mundo este Sábado Santo es impactante. Ha causado furor y está dando la vuelta en las dichosas Redes Sociales.
Hay contradicción, sí —precisemos nuestro titular—, entre el Cristo yacente en la Cruz y las hermosas bañistas yacentes en la arena. Hay contradicción porque éstas simbolizan el hedonismo nihilista que desprecia cualquier inquietud, cualquier sentimiento relacionado con lo sagrado. Aquél, en cambio, encarna la religión del pesar y el pecado que lleva a las otras (es una de las razones; no la única) a despreciar cualquier sentimiento sagrado.
Pero no tendría por qué haber tal contradicción.
Primero, porque Cristo ha resucitado, y su resurrección debería, podría…, si hubiesen querido, encarnar la reconciliación con el mundo que el cristianismo niega en su mundanidad para redimirlo en un Más Allá.
Segundo, porque no tiene por qué haber contradicción —diferencia sí— entre lo sagrado y lo profano, entre lo trascendente y lo inmanente, entre lo que representa la belleza de la mujer y lo que encarna la grandeza de la divinidad. Como no la había, por ejemplo, cuando Afrodita, desnuda y resplandeciente de voluptuosa belleza, emergía de entre las aguas de este mismo Mediterráneo.
Tercero, porque sólo así podría regresar al mundo el pálpito sagrado de las cosas. Sólo así sería posible adorar a dios, al dios… que, como decía Nietzsche, «supiera bailar». Como bailan estos días de Semana Santa, en las calles de toda España, y de Andalucía en particular, las Vírgenes que llevadas a andas sobre pasos y tronos, aclamadas y piropeadas en su belleza, femineidad y sacralidad, avanzan majestuosas, solemnes y sensuales.