Nadie negaría, a la hora de hacer un análisis mínimamente razonable de la sociedad actual, el lugar preponderante que ocupan en ella los medios de comunicación, la publicidad o el cine. Ningún intelectual de izquierdas o de derechas, ni nadie que tenga una mentalidad crítica, se atrevería a desconocer el papel protagonista que esos dispositivos tienen en la dominación actual de las subjetividades.
Por todo ello sería razonable deducir que un libro como La sociedad del espectáculo de Guy Debord, publicado en 1967, formaría parte de una especie de biblioteca básica del lector crítico. O por lo menos se podría llegar a pensar, teniendo en cuenta sus momentos de hermetismo teórico, que es uno de esos libros más comentados que leídos, siempre citados y jamás comprendidos que forman una suerte de biblioteca fantasma en la mente de esos lectores. Dicho de otra manera, uno podría pensar que la “Sociedad del espectáculo” ocuparía un lugar parecido al de “Vigilar y castigar” de Foucault o a “Mil mesetas” de Deleuze y Guattari en nuestro panorama lector. Sin embargo no es así. Debord pasea por nuestra memoria de autores conocidos de forma nebulosa, como si fuera el amigo de un amigo del que no recordamos el nombre. Cosa que no deja de ser llamativa si se piensa que fue el primer pensador en meterse de lleno en el aspecto espectacular de nuestra cultura. En este punto resulta tentador establecer una relación causal entre el desconocimiento general sobre la obra de Debord y el potencial subversivo que la misma tiene. Según esto, Debord podría ser un pensador ocultado por las mismas fuerzas que él descubrió, las fuerzas del espectáculo. Y nos situaría a nosotros, en tanto que lectores de su obra, como los descubridores de su peligroso secreto. Este proceso es muy tentador y más de un intelectual crítico de hoy en día hace uso y abuso del mismo. Descubrir genios malditos y escondidos, ya sea en el arte o el pensamiento, es un lugar común, cuando no un negocio, de nuestra época. Y Debord puede calzar bastante bien en el molde. Alcohólico, revolucionario, suicida, francés, bohemio y vanguardista, poco esfuerzo hace falta para construirle un perfil romántico que oculte su potencialidad y lo transforme en una imagen más perdida en la deriva del consumo mediático. Pero por suerte para Debord su libro muy difícilmente puede convertirse en mercancía de venta fácil. Y esto ocurre principalmente porque “La sociedad del espectáculo” no es fácil de leer.
Debord señala con toda claridad el momento histórico que está siendo pensado. Ese momento está caracterizado por la transformación del obrero en consumidor. El proletario que era el sujeto revolucionario debido a las condiciones miserables a las que lo condenaba el sistema pasa a ser tenido en cuenta cuando el sistema necesita reubicar la abundancia de mercancías que produce. Esta transformación posiblemente sea el proceso histórico más importante ocurrido en el mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Aquí no se está hablando de otra cosa que de la consolidación de la clase media, el Estado de bienestar y el sueño americano como horizonte de los deseos individuales. Es el punto de partida de lo que llamamos sociedad de consumo.
El mundo se reorganiza ya no como un mundo de proletariado y burguesía sino como un mundo de clase media, en la cual todos, o por lo menos la mayoría, tiene una dosis razonable de acceso a los bienes materiales mediante el ejercicio del consumo. Sin embargo, este proceso de integración se produce sólo en apariencia. Si el nuevo consumidor es el viejo obrero susceptible de rebelarse, entonces es necesario desarrollar dispositivos que contengan ese potencial. De ahí la importancia capital de hacerse cargo del “ocio” del trabajador. Mientras que los obreros del primer capitalismo luchaban por conquistar el tiempo de ocio que la explotación les negaba, los consumidores de la segunda fase nacerán ya con la porción de ocio garantizada de antemano. Y el espectáculo será la forma de controlar ese ocio.
Aunque su mundo no sea el nuestro, Debord parece estar hablando de nosotros. Muchas de las afirmaciones que realiza en 1967 no solamente se ven confirmadas sino también intensificadas en el mundo de las décadas posteriores y, especialmente, en este nuevo siglo. El despliegue desmesurado de las industrias del entretenimiento, la omnipresencia de las pantallas en la vida cotidiana, el poder en apariencia absoluto de los medios de comunicación y la mera existencia del mundo virtual son realidades innegables que se interponen permanentemente en nuestra experiencia y que parecen desprendimientos de las ideas de Debord. Que “La sociedad del espectáculo” parezca estar interpelándonos permanentemente no es una prueba del poder profético de su autor, sino una demostración irrefutable de que las estructuras de poder que operaban en su mundo siguen operando en el nuestro.
Si lo que ocurre en nuestro mundo es que Todo lo que antes se vivía directamente, se aleja ahora en una representación, entonces es imposible seguir pensando ciertas categorías críticas del mismo modo en que se lo hacía en la época anterior al espectáculo. Más allá de las coincidencias o desacuerdos que se puedan tener con él, todo pensamiento que intente realizar un análisis crítico de la sociedad espectacular inevitablemente tendría que pasar por Debord. Ya no se puede pensar, por ejemplo, la alienación en los términos en que se lo hacía en las primeras décadas del siglo XX. La experiencia de la vida es otra y la dominación de esa experiencia se da bajo otros signos. ¿Cómo hacer para luchar contra esta nueva dominación? Es la pregunta que Debord intentó responder con su vida y su obra, las cuales no se limitaron a la especulación teórica sino que se desplegaron entre la creación cinematográfica, la agitación vanguardista y principalmente la participación en el grupo conocido como Internacional Situacionista. El momento de mayor repercusión tanto de los situacionistas como de sus ideas ocurrió en 1968, con el Mayo Francés. Sin embargo, la obra de Debord no se agota en aquel momento histórico, como lo demuestran las tesis sobre “La sociedad simulacro” de Jean Baudrillard y “La civilización del espectáculo” de Mario Vargas Llosa, así como la crítica general, desde la argumentación de la Nueva Derecha, realizada en su momento por Alain de Benoist y Guillaume Faye.
El número 65 de la revista Elementos, bajo el título La civilización del espectáculo: banalización de la cultura, reúne varios artículos para comprender este fenómeno: Así no es, pero lo parece. Contra la sociedad del espectáculo, por Adriano Scianca; La Sociedad del Espectáculo. Una síntesis, por Guy Debord; La civilización del espectáculo, por Mario Vargas Llosa; Baudrillard y la sociedad simulacro, por Gonçal Mayos Solsona; Guy Debord: el espectáculo, la mercancía y la inversión de la realidad, por Jaime Abad Montesinos; Crítica de la sociedad del espectáculo: las ideas de la Nueva Derecha, por Carlos Pinedo Cestafe; La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa, por José Martínez Rubio; Espectáculo, mercancía y seducción; el predominio del objeto sobre el sujeto en Debord y Baudrillard, por Daniel Figueroa Orellana; Baudrillard. Cultura, simulacro y régimen de mortandad en el Sistema de los objetos, por Adolfo Vásquez Rocca; Guy Debord: Ate, espectáculo, sociedad, por Iván Pinto; La sociedad del espectáculo o el “American way of life”, por Adolfo Vásquez Rocca; Comentarios sobre la Sociedad del Espectáculo, por Guy Debord; De lo espectacular a lo especular. Apostilla a La Sociedad del Espectáculo, por Gérard Imbert.