Hace no muchos días, una conocida dirigente del Régimen dijo ante los micrófonos, para que fuera divulgado entre el pueblo llano, que las reglas básicas de la democracia son el diálogo y el respeto. Lo dijo a propósito del tema de los acosadores dizque contra los desahucios y es, en esencia, una de las idioteces más grandes que ha dicho alguien de la clase dirigente en los últimos meses. Aunque no por ello deja de ser una de las ideas más difundidas entre los catedráticos de barra de bar.
Uno dialoga con su mujer en la comida, con los compañeros en el desayuno, con los amigos el fin de semana o, si quiere, con el vecino en el ascensor. Pero con quien incumple la ley -y acosar en su domicilio a una persona, lo es-, lo que hace un cargo público es cumplir y hacer cumplir la ley. Por dura que sea.
Esta idea de que todo se arregla conversando es un paso atrás en nuestra evolución. No hay diferencia entre dialogar y liarse a mamporrazos, porque todo consiste en que gana el que más fuerte da dialéctica o físicamente. Las cosas se arreglan con las normas establecidas, que para algo se pusieron. Y si no gustan, hay dos opciones:
1.- Huir del corral patrio a un lugar donde los políticos no puedan meter sus narices, la mano y otros apéndices en la cosa ajena, donde el Estado sea una cosa amable y residual.
2.- Ir detrás de cada uno de los aproximadamente 20 millones de españoles que han votado personalmente a los dirigentes del Régimen, a excepción del Rey, para convencerles de la necesidad de un cambio en las próximas elecciones.
La democracia es un procedimiento de elección política, no es un espíritu de vida ni una conciencia social. No se puede ser demócrata, como dicen los cursis. Se puede ser rubio, manco, aventurero o gilipollas, pero demócrata no se puede ser porque no existe la democracia como algo más que el hecho de depositar -o deponer- unas papeletas en unas urnas para dictaminar, en conjunto, quién dirigirá la cosa común de los siguientes años.
El hecho de que alguno de los dirigentes de este Régimen se atreva a decir que el incumplimiento de la ley puede arreglarse conversando es, en sí mismo, un atentado contra todo tipo de valor positivo. Ellos, los políticos, no son nadie para negociar la resolución de conflicto. Lo único que tienen que hacer es aplicar la ley, o cambiarla cuando así se le ordenó en su momento. Lo demás, pensar que ellos son los representantes plenipotenciarios del pueblo o que tienen el derecho a orquestar la vida de las personas hasta el último detalle, es propio de psicópatas manipuladores y arrogantes.
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