Vuelvo, encantado, de Francia y me entero de que los alcaldes (y las alcaldesas, como dirían los del PSOE, los de Izquierda Unida, los del SAT, los nacionalistas de uno u otro signo, los indignados y los antisistema) han pedido a las mil y una Vírgenes de las tropecientas Españas, en el día de su santo, que nos ayuden a salir de la crisis.
Respiro aliviado. Olvídese la Merkel del rescate.
Tarareaba Cela en su Viaje a la Alcarria esta salerosa coplilla: "No he visto gente más bruta / que la gente de Alcocer / que echaron el Cristo al río / porque no quiso llover".
O algo así. Estoy citando de memoria. Perdónenme los aludidos y no maten al mensajero. Es, en todo caso, a don Camilo, que en gloria esté después de haber tenido tanta aquí abajo, a quien deben pedir cuentas. No creo que las entregue.
Las rogativas de los corregidores (y corregidoras) entrañan un peligro: ¿qué harán los devotos de las mil y una Vírgenes en cuestión si la crisis, en contra de tan piadosas previsiones, sigue? ¿Tirarán en Madrid al Manzanares la estatua de la Virgen de la Paloma? Su Hijo no lo permita.
15 de agosto: el gran día de Cigarria.
No sólo arden los bosques. Arde, en fiestas, todo el país. ¡Arsa pilili! ¡Ya comenzó el alboroto! ¡Que no decaiga!
Escribió Jardiel Poncela una novela a la que puso por título: Pero... ¿ hubo alguna vez once mil vírgenes?
En Zangania, sí.
Otra de sus novelas, prohibida por Franco, se llamaba La tournée de Dios. Aterrizaba Éste, si no recuerdo mal, en una plaza de toros. No sé si cortó orejas.
Constato que, efectivamente, he vuelto a la patria. Que la Virgen, su Hijo y el Apóstol me protejan.
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