Esperando a los bárbaros

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Pongo la tele. Miro, sin ver, y escucho, sin oír, las naderías estereotipadas y los gestos mecánicos de todos esos teólogos de Bizancio reunidos en México para buscar el punto G de una vagina del mundo que ya no tiene capacidad de clímax. Está más seca que la higuera  fulminada por Jesús. Incomprensible es que no lo vean.

Me sirvo una copa de Mumm, salgo al jardín, me acomodo, frente al olivo y rodeado de gatos (Bufanda, Damisela, Sensei, Teseo y dos intrusos a los que doy la bienvenida), en un diván, abro Los mundos y los días, de Luis Alberto de Cuenca, y mi dolorido sentir garcilasiano se da de frente con un poema titulado Europa.
Dice así:
No son estas fronteras mis fronteras.
No es éste el mundo de las viejas runas.
Gobiernan los cobardes, los oscuros.
Cómo duele vivir en la agonía
de la cruz y en la herrumbre de la espada.
Cómo duele esta noche del coraje.
Cómo duelen los atlas.
Y no hay signos
que anuncien el final de la derrota.
Tal cual. Luis Alberto escribió estos versos hace muchos años. Yo los leo ahora. Occidente expiró en 1789.
Atardece. El cielo se arrebola. Los gatos ronronean. Llega el estío. La vida sigue. La historia, no.

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