Larga memoria europea: el solsticio de verano

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Amanece el 21 de junio. La noche desaparece ante el día naciente.  Ahí, hacia el este, como un apacible océano, el cielo se colorea de verde esmeralda. Luego todo pasa al rosa, como si mil flores estallaran con sus pétalos en medio de las nubes grises. Por fin, del propio suelo de la vieja Inglaterra parece surgir, rojo vivo, el disco solar. Hoy va a efectuar su recorrido más largo.

Nunca como en el solsticio de verano se demora así entre los hombres, con tanto calor, tanta fuerza, tanto poder. El sol cumple por fin la promesa de los largos meses invernales. Vuelve entre nosotros. Nos calienta e ilumina. Protege el océano de trigos y anuncia el oro de las cosechas.

En esta mañana sagrada estamos en Stonhenge [foto del artículo] en las altas y desamparadas tierras de la llanura de Salisbury. Al norte, el país de Gales y sus verdes colinas. Al sur, la península de Cornouailles y sus rocas rojizas. Detrás de nosotros, hacia el oeste, el océano en el que esta noche, cuando haya cumplido su labor durante la más larga jornada de todas sus jornadas, irá a ponerse el sol. Cuando haya terminado su carrera, desaparecerá en el mar en cuyos grandes fondos duermen para siempre jamás los templos y los hombres del Hiperbóreo. Desde la piedra del altar, en el centro del monumento megalítico de Stonhenge, se ve cómo el sol se alza en la punta de un menhir, denominado Heel stone, levantado en la prolongación de la avenida principal. Aquí, desde hace treinta o cuarenta siglos, han venido los hombres para asistir en este excepcional día del año, a la salida del sol creador, del sol invicto, del sol soberano […].
 
En este templo al aire libre cuyo único dios era el sol, quienes nos han precedido celebraban los grandes esponsales de la tierra y del fuego, el gran culto telúrico de la única fuerza que no miente y de la única vida que es eterna. La ciencia no se opone a la fe. La ilumina y la fortalece. Hoy se sabe que Stonehenge no es tan sólo un monumento levantado para descubrir, ahí al nordeste, el sol del solsticio de verano, sino también para saludar, hacia el sudoeste, el sol del solsticio de invierno […]. El pasado y el porvenir avanzan al mismo paso. La vida parece morir en el solsticio de inverno y renacer en el de verano. Stonehenge no es el estremecedor testimonio de un culto desaparecido: es el punto preciso en el que puede arraigar ya desde ahora nuestra certidumbre y nuestra esperanza. Lo que los hombres perciben en Sun stone, la piedra del sol, no es la señal maldita del fin del mundo. Es la presencia viva del eterno retorno.
 
© Jean Mabire, texto publicado en Fêtes païennes des quatre saisons [Fiestas paganas d las cuatro estaciones], ed. Pierre Vial, Éditions de la Forêt.
 

Coda.
Y después diremos que no hay auténticas fiestas que festejar, y después diremos que lo sagrado ha desaparecido definitivamente, y después lloraremos diciendo que ninguna expresión suya entre nosotros —ninguna hierofanía— es ya posible en este perro mundo.

 

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