Se acaba de llegar al 7.000.000.000.º habitante del desventurado planeta Tierra. Algunos se alegran y hasta han llegado a festejarlo. A los afortunados padres de la 7.00.000.000.ª criatura terrestre (una niña nacida en Filipinas) la ONU los agasajó con diversos regalos para festejar tan magno acontecimiento. No seremos nosotros, ni Dragó quienes lo celebremos.
Escribió Mark Twain, en cuyo bicentenario, grosso modo, andamos: “Nunca pregunto de qué color es un hombre. Me basta con que sea un ser humano. No puede ser nada peor”.
No era, como se ve, racista. Pese a ello, los progres, que tan buena opinión tienen de él, no se lo perdonarán.
Estaría, aquel gran escritor, aterrado si supiese que en el planeta hay ya siete mil millones de depredadores bípedos e implumes.
Y más aún se asustaría si le dijeran que en 2050 habrá dos mil millones más y otros mil millones de propina al término de la centuria.
Sírvale de alivio, doquiera esté, la evidencia de que ninguna de esas cifras se alcanzará, porque mucho antes habrá terminado el mundo o, por lo menos, estarán criando malvas dos personas de cada tres.
Al tiempo… Una inflexible ley zoológica asegura que toda especie cuyo crecimiento supera lo que el hábitat consiente está condenada a la extinción.
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