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Los políticos norteamericanos han mostrado su preocupación por la fragilidad de la institución familiar, pero están divididos en cuanto a las soluciones: sólo unos pocos quieren volver a la situación anterior a 1950, antes de la “revolución sexual”. Sin embargo, todos están de acuerdo en cambiar la ley impositiva que se a aplica las personas que van a casarse. Algunos, como George Bush, quieren que el Estado centre su atención en los beneficios que aporta el matrimonio, al igual que lo hace con los peligros que entraña fumar.
La administración Bush ha estado proporcionando becas, desde el año pasado, con el objetivo de fomentar los matrimonios estables y duraderos. No se trata, sin embargo, de una iniciativa ultraconservadora. La persona que está a cargo de estas becas, Sidonie Squier, cree que las mujeres deben divorciarse si son maltratadas, tanto física como psicológicamente. También cree que el Estado no debe posicionarse sobre la opción individual de hacer o no el amor antes del matrimonio.
El dinero destinado a esta causa es muy poco. La mayoría se dona a investigaciones que descubran qué es lo que hace que las relaciones funcionen. El resto se da a grupos, generalmente de inspiración religiosa, que intentan solucionar los problemas de pareja. Ha pasado muy poco tiempo desde que se han otorgado estas becas, con lo cual aún es pronto para conocer sus resultados, pero algunas de las iniciativas a las que se han proporcionado fondos han empezado con buen pie. Es el caso de “educación marital”, clases en las que se aprende a llevar una relación estable.
Sin embargo y como declara a The Economist
La institución matrimonial sufre una gravísima crisis en Estados Unidos. Las familias se deshacen a una velocidad de vértigo y el Estado está más preocupado por el presupuesto militar que en el familiar. Mientras tanto, los hijos de los divorciados se empobrecen, y los de las clases altas, matrimonios que permanecen unidos, se mantienen en su abundancia. La rueda gira, perpetuando a unos y otros en departamentos estancos, eliminando la movilidad entre clases. Nos encontramos ante una nueva tiranía, “la dictadura del divorcio”.