¿Cómo es que hay en realidad tan poca renovación en un mundo donde todo pretende ser nuevo? ¿Cómo se explica que los valores dominantes que impregnan la mentalidad colectiva de los jóvenes –bienestar, humanitarismo, asistencia, etc.– sean tan seniles, cuando de la juventud se tiene un sentido mágico? ¿Cómo no darse cuenta de la paradoja de una sociedad que pone a la juventud en la cúspide, y que tanto en su ideología como en sus valores, rechaza el gusto del riesgo, del desafío y del combate?
En estas épocas estivales, en que el hemisferio sur del globo disfruta de los albores veraniegos, asoma siempre con mayor preponderancia un protagonista: el joven. La juventud aparece como la “vedette” social, y sus andanzas, caprichos y modas dominan por doquier.
Es que lo sistemas políticos de las sociedades occidentales modernas se mueven entre las mas cerriles contradicciones con respecto a la “juventud”: Mientras por estos días el gobierno uruguayo da el toque de alarma por el notable aumento del consumo de alcohol entre los jóvenes, y amenaza con prohibiciones y mayor severidad en controles, los partidos políticos y sus dirigentes no escatiman adosarles a las actividades culturales juveniles una gran dosis de alcohol, inclusive permitiéndole a empresas dedicadas al rubro la total organización del evento, borrachera general incluida. Todo vale en la cacería del voto juvenil. Esta dinámica se ve facilitada aún más si observamos con detenimiento el paradigma actual relativo a qué significa realmente “ser joven”.
El modelo global de “juventud” se refina
En otras épocas se asociaba al espíritu joven con toda actitud vitalista, dinámica, aventurera, enérgica, incluso heroica. Eran jóvenes los que emprendían arriesgadamente los primeros vuelos en aeroplano o escalaban las montañas más altas. Hoy los jóvenes hacen “sentadas” para pedir boleto gratuito. La generación del 68, la misma que a los ojos de Alain de Benoist fue simplemente “la liberación de la palabra” de los pequeños burgueses, sentó las bases de esta dinámica tan poco vital, y que en pleno siglo XXI aún vive y lucha. Es frecuente ver a jóvenes en manifestaciones anti-Estado y contra el “orden social” reclamar que ese mismo Estado no les provee de todo el bienestar material que desearían. Es que las nuevas generaciones deben desempeñar un “papel” en consonancia con un modelo único de “joven”, el cual, sea francés, sudafricano, israelí, español, japonés, estadounidense o uruguayo, vestirá indefectiblemente la misma ropa, escuchará la misma música, tendrá los mismos ídolos planetarios, y por sobre todas las cosas, tendrá una única opinión “políticamente correcta”, basada en ciertos ideales iluministas. Estamos frente al fenómeno de la homogenización de la pasividad, esa campaña de promoción global a la queHoracio Eichelbaum definiera como la consigna del “gusto único”. Como señalara acertadamente Guillaume Faye, “La "cultura juvenil", presuntamente libertaria y contestataria, fue la primera gran tentativa de masificación y de homogeneización cultural”. El mercado joven, incluso el bazar de lo “revolucionario y presuntuosamente ácrata” es un apetitoso proveedor de ganancias y “correctivos” cuyo resultado último es la uniformidad de las costumbres.
Este “papel” que deben representar los jóvenes llega a situaciones ridículas. El culto a lo –“supuestamente”– irreverente, sazonado de moda teenager y liberalismo en clave totalitaria, lleva a los actores políticos “juveniles” al summum de lo ridículo. Se pudo contemplar a la Juventud del Partido Socialista uruguayo, al cabo de largos debates en su congreso, proclamar como tema central del mismo el apoyo a la legalización de la marihuana. Del otro lado de la vereda la situación no es diferente. En la página web de la juventud liberal del partido nacional, la encuesta de portada invita a votar por la despenalización o no del consumo de marihuana ¿Es eso lo que tienen los jóvenes para decir? ¿Es ésa una preocupación central de cara al futuro inmediato? Aquí lo “irreverente” ocupa su lugar dentro del esquema de la modernidad: Poco puede tener de rebelde fumarse un porro si el 70% de los jóvenes lo hace o lo ha hecho. Es que las “contraculturas” de estos tiempos, más que enfrentarse al modelo, le han dado un segundo empuje, aún más hiperindividualista.
Es que las sociedades modernas ubican claramente los límites de la “contracultura”, inclusive en lo que respecta a la política: el viejo “luchador social” convertido en presidente, Ignacio Lula da Silva, declaró en el año 2006 que “Una persona muy anciana que es de izquierdas tiene problemas, así como un joven que es de derechas tiene problemas". Los lindes son claros, inclusive los límites de edad: No se puede ir mas allá de un liberalismo conservador o de un ecologismo criptocomunista, y cada cosa a su edad, no sea que el mercado no se sienta cómodo, o se ponga en peligro la instalación de los valores decrépitos del igualitarismo de masas. Por algo será que, en realidad, nada nuevo han creado los jóvenes en los últimos tiempos.
Nunca más actuales resultan, por todo ello, esos interrogantes planteados por Guillaume Faye:
¿Cómo es que hay en realidad tan poca renovación en un mundo donde todo pretende ser nuevo? ¿Cómo se explica que los valores dominantes que impregnan la mentalidad colectiva de los jóvenes –bienestar, humanitarismo, asistencia, etc.– sean tan seniles, cuando de la juventud se tiene un sentido mágico? ¿Cómo no darse cuenta de la paradoja de una sociedad que pone a la juventud en la cúspide, y que tanto en su ideología como en sus valores, rechaza el gusto del riesgo, del desafío y del combate?