Durante una semana del pasado mes de agosto, las Juventudes trotskistas celebraron en un lugar de la provincia de Gerona un encuentro internacional en el que participaron chic@s (dicen que así se evita la “discriminación de género”…) procedentes de diversos países. Un par de reporteros de Elmanifiesto.com lograron infiltrarse en el campamento. Aquí nos cuentan, en exclusiva, su experiencia.
“La revolución no toma vacaciones.” La frase de Lenin, lema oficial de la edición 2008 del campamento de las Juventudes de la IV Internacional trotskista, figura estampada en todas las camisetas. Y sin embargo… La piscina al aire libre, la discoteca y todo el bien alineado conjunto de tiendas multicolores dan a estos Encuentros Juveniles Internacionales, celebrados durante una semana del pasado mes de agosto, el aspecto de un club de vacaciones.
Se mantiene secreta la ubicación del campamento, no lejos de Gerona
A pocos kilómetros de Gerona, se mantiene secreta, “por razones de seguridad”, la ubicación exacta del campamento. Algunos discretos letreros “Campamento 4” transforman el trayecto en un juego de pistas para el profano. A la entrada, no hay “gentiles organizadores” (estilo “Club Mediterráneo”), sino un servicio de orden cuyos jóvenes miembr@s, armad@s de un walkie-talkie, controlan a quienes llegan. La IV Internacional, creada por León Trotski hace setenta años propone desde hace veinticinco años a los camaradas en ciernes reunirse en un país europeo para intercambiar experiencias en un campamento “autogestionado”. Este año han participado 550 jóvenes procedentes de unos 15 países.
El camping, situado en campo abierto, se compone de un edificio de piedra y de un amplio solar de hierba quemada. Todo ello, bastante escuálido, se ve alegrado por las pancartas y las banderas colgadas por doquier. Figuran los clásicos “¡Regularización de todos los sin papeles!” o “¡No a la Constitución europea!”, con sus equivalentes en todas las lenguas, junto con otros lemas más originales, como “Por una alimentación igualitaria, consume menos carne” (no se especifica si dicha igualdad afecta a la relación entre los consumidores y los consumidos). Tampoco las vestimentas se escapan de la propaganda. Así, el siempre de moda Che Guevara comparte el estrellato con todo tipo de hoces y martillos. Y si a alguien se le ha ocurrido ir sin ropa militante, lo tendrá rápidamente solucionado. Se pueden comprar in situ toda clase de camisetas, pegatinas, bolis, etc.
La moneda es el POUM…
Para comprar cualquier cosa hace falta tener la moneda oficial del campamento: los POUMs (sí, como si hubieran resucitado Andreu Nin y los demás militantes del siniestro… a la vez que “siniestrado” POUM de cuando la guerra), una “moneda” que, mediante complicados cálculos, permite a los participantes de todos los países tener el mismo poder de compra.
Pero a muchos militantes no les alcanza el tiempo para ir de compras. Formaciones, talleres, comisiones, mítines: el maratón comienza al despuntar el día. Aquí nada de lecciones de salsa, sino un concurso de “desobediencia civil” o cómo aprender a “resistir a la policía en las manifestaciones”. El profesor, un transexual de Flandes, le enseña a un motivado público la forma de evitar que les expulsen cuando estén de okupas: basta un simple tubo y un mosquetón. La clase se acaba con una carrera-persecución, interpretada por los alumnos, entre la poli y los manifestantes. Pero el tiempo pasa y llega el momento de ir a la coral revolucionaria, donde con el cuaderno de cantos en la mano se entonarán los clásicos La Internacional, Bella Ciao, Hasta siempre Comandante…
Alrededor de la piscina los militantes leen revistas trotskistas y lo más granado de Karl Marx. Hay, es cierto, una camarada que tiene un Cosmopolitan…, pero disimulado en su bolso. En el agua, los jóvenes trotskistas se tiran la pelota mientras lanzan consignas contra la guerra en Irak. Elisa se contenta con decir: “A veces hay necesidad de relajarse un poco; de lo contrario no hay forma de participar en los debates”. Y esta militante de 20 años de la Liga Comunista Revolucionaria añade desternillándose: ¡A fin de cuentas, estamos por la semana de 32 horas!”. En cambio, Eloide, de 24 años, que acaba de entrar en el NPA (el Nuevo Partido Anticapitalista, creado en Francia), se siente “frustrada”: “Hay tantos debates interesantes que una no puede ir a todos”. Pero le cuesta impedir que se le cierren los ojos. Al igual que a muchos de los “nuevos” le cuesta seguir el ritmo demente de la semana.
La orientación sexual es decisiva
La verdad es que en el campamento la política no se acaba con la puesta del sol. Incluso las fiestas son “lugares de experimentación”. Así, la jornada sobre el feminismo se cierra con una “fiesta entre mujeres” de carácter no mixto. En un espacio cerrado y protegidas de las miradas masculinas, las chicas actúan y bailan entre sí para que puedan “liberarse de la presión de los tíos y deconstruir las normas de la sociedad patriarcal”, como explica Jennifer, de 22 años, miembro (perdón: miembra) de la dirección feminista del campamento. “Hemos hecho un concurso entre nosotras. Nunca había visto a las tías comportarse de esta forma. ¡Casi parecían tíos!”, asegura Cathy, de 21 años, encantada con la experiencia.
El día siguiente por la noche prosigue el ejercicio de “deconstrucción de normas” con una velada LGBT (lesbianas-gays-bi-transexuales). Objetivo: descubrir que “es posible otra sexualidad”. Esa noche se ruega a las parejas heterosexuales que no aparezcan por ahí. Mientras suenan por los altavoces los típicos y ensordecedores ruidos de moda, l@s anticapitalist@s se contorsionan al tiempo que van pasándose de boca en boca cubitos de hielo. Al final, el balance de la fiesta no despertará, la verdad, demasiado entusiasmo: “Much@s camarad@s no han querido implicarse a fondo”, reconoce Álex, maquillado como una chica para tal ocasión. Matilde, miembra de la Junta Nacional de las Juventudes Comunistas Revolucionarias, está de acuerdo: “No podemos crear en una semana pasada en un camping la sociedad con la que soñamos. Para eso hay que esperar la revolución”.