Verdades de lo más molesto

Una mirada a la inmigración, desde el otro lado del Atlántico

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JUAN PABLO VITALI
 
El tema de la inmigración, como tantos otros temas, se trata casi siempre en forma superficial y parcial. Sería bueno entonces comenzar a agregar algunos aspectos sustanciales que lo componen, y que por motivos interesados o no, son obviados a favor de las consignas primarias, y de los eslóganes. La inmigración no se da fuera de un contexto, y ese contexto es el capitalismo global. Ciertamente hay personas o grupos de personas que pueden emigrar por motivos no económicos, pero sabemos que son la ínfima minoría, y que no pertenecen a lo que comúnmente se llama inmigración.
 
Los que emigran corridos por la pobreza, o por el sólo interés económico, llevan siempre el dolor de no haber sido en su propia tierra. Yo sé eso porque nací en la tierra del tango, y el tango es el encuentro del dolor del inmigrante europeo, con el dolor que traía el otro inmigrante, el que venía al puerto desde la tierra profunda de la llanura, perseguido por el mismo capitalismo apátrida, que trajo a muchos de los que corren por mi sangre desde Italia, o desde España.
 
Si, yo sé algo de inmigración. Los argentinos sabemos algo de inmigración, y como vienen las cosas, sabremos mucho más en el futuro. Nosotros, como ningún otro pueblo, venimos de los barcos.
 
La cruz y la espada no fueron inmigrantes. Nunca se es inmigrante si se forma parte de un imperio y de un proyecto político. Pero ya no hay imperio europeo. No es necesario decir que Zapatero no es Carlos V.
 
Cuando hay un proyecto político no hay inmigración. Por eso los conquistadores, y sus descendientes los criollos, nunca fueron inmigrantes. Sangre contra sangre se formó en Sudamérica una raza de altos combatientes, de mancebos de la tierra, de legiones lejanas, como las que renovaron la sangre del imperio romano y extendieron su final.
 
Nadie que forme parte de un proyecto es inmigrante. Yo no sería un inmigrante en Europa, ni en Italia ni en España, porque yo soy un hombre de la última y cruel extensión de Europa, de la muerte de sus últimos proyectos, pero sobre todo, no soy un hijo putativo del capitalismo global, y no iría a Europa a buscar un salario, sino otra cosa. Algo que el europeo medio de hoy en día ya no busca, y eso es el destino último y profundo de Europa.
 
Pero no cruzaré el mar para desconquistar el inmenso territorio que nuestros antiguos europeos conquistaron, y para ser confundido con un vulgar perseguidor de euros, ni para que me pidan unos papeles que nunca significaron nada. Diré, como en el poema de Borges: pero me endiosa el pecho inexplicable / Un júbilo secreto. Al fin me encuentro / Con mi destino sudamericano.
 
La inmigración actual, es la hija prostituta del capitalismo global, de la destrucción de los pueblos y de las naciones, al igual que el regionalismo fragmentario de base puramente económica, y sirviente de los mismos fines.
 
Según el modelo, los pobres del mundo invadirán plazas fortificadas regionales, que tampoco serán ya países, sino limitados feudos del capitalismo global, que hablando distintos idiomas, y sin nada trascendente que los una, más allá del dinero, resistirán el embate de los inmigrantes, con la sola intención de mantener cierto nivel económico. Pero para defender algo, hay que tener voluntad de pelear, y los hijos de la sociedad de consumo ya no la tienen. Acaso si la tengan los que no tienen nada que perder, que por eso emigran, y así es como se complican más las cosas.
 
Los mismos pueblos que emigran, sufren en su territorio el saqueo despiadado de sus recursos naturales por oscuras sociedades anónimas con base en los mismos países que luego los expulsan, cuando se convierten en inmigrantes ilegales. Entonces el supracapitalismo transfiere el problema a los trabajadores de los países centrales, a quienes también explota, aunque por ahora un poco menos. Se cierra el círculo siempre a favor de los mismos.
 
Pensada la política en estos términos, el problema no tiene solución. Los inmigrantes seguirán llegando como puedan, mientras las empresas que dan trabajo por ejemplo a españoles e italianos –cito a los europeos que son mis antepasados- se mudarán al Asia, o a Europa del este, o a donde sea, dejando en suelo europeo sólo la pobreza y el problema.
 
Mejor que tener una economía que manejan otros, es tener un destino. Pero esa idea parece hoy demasiado abstracta, demasiado lejana.
 
Y el problema de la inmigración no es sólo de Europa. En Argentina, los bolivianos saturan la capacidad de los hospitales y de las escuelas, sin que nadie les pregunte cómo entraron al país, pero trabajan duramente para un sector de la sociedad al que le son útiles, y que prefiere eso, antes que ocuparse de la situación de sus compatriotas menos favorecidos. Total, no es probable que un boliviano se case con alguna de sus hijas. No es que el país ande mal por eso, pero demuestra el estado de anarquía en el que vivimos.
 
Los argentinos que están en España tienen en un gran porcentaje estudios secundarios y universitarios pagados por el estado argentino, y Argentina es un país donde está todo por hacer. En general, trabajan en las grandes ciudades españolas, mientras los pequeños pueblos de los que salieron sus antepasados europeos hoy están despoblados, esperando que algún financista se los compre. Sigue la lógica del supercapitalismo.
 
Paraguay, Argentina y Uruguay fueron un día una sola Patria de habla hispana. Los mismos que destruyeron el imperio español por dentro, los fraccionaron en tres países. Ahora sus ciudadanos son inmigrantes en cada uno de esos países, con menos privilegios que un taiwanés, que desde su arribo es empresario de una cadena de supermercados, sin hablar ni una palabra de español. Es siempre la misma lógica ridícula.
 
Eso sí, cuando el Paraguay comenzó a industrializarse, los campeones de los derechos humanos le mataron a todos sus hijos de más de diez años, que pelearon con un coraje que algún día el mundo deberá conocer, defendiendo su territorio. Dividir, separar, fraccionar, destruir, dominar. Eso corre para todo pueblo. Rigió para derrotar al gran imperio español, rige para Sudamérica y para la India. Y regirá siempre, sobre todo para los pueblos con espíritu, con cultura, y con proyección de un destino. Para los pueblos que no se dividen solos, sino que hay que dividirlos a la fuerza, porque tienen una tradición, una historia, un territorio.
 
No hay que confundir el enemigo, y morir mirándose el ombligo. Nada tiene solución con la lógica de la actual Europa, la de Sarkozy, la de Zapatero, la de las empresas multinacionales.
 
La Argentina tiene cerca de 3.000.000 de kilómetros cuadrados, que están siendo entregados al capital multinacional, del mismo modo que las grandes sociedades anónimas inmobiliarias compran las mejores costas de España para dárselas a los usureros. Mientras tanto, muchos de nuestros jóvenes de clase media, educados y capaces, buscan en Europa un destino que no encuentran en su país, y que posiblemente tampoco encuentren en Europa. Un destino que tampoco buscan los europeos para ellos mismos, porque ya no tienen voluntad de buscarlo. Todo es producto de lo mismo.
 
Europa se queda sin población propia, Argentina se quedará sin territorio. Nuestros pueblos no tienen más voluntad que para vivir y morir por la cuota del automóvil nuevo. Por ese camino, sabemos quienes serán los dueños de lo nuestro en el futuro.
 
Estamos en contra de la inmigración materialista capitalista, pero debemos estar a favor de los pueblos hermanos por cultura, por tradición, aún por interés. Ser anti inmigración creyendo en la selección natural darwiniana y en el malthusianismo, es servir al enemigo, que no distingue entre pueblos centrales y pueblos periféricos, porque los desprecia a todos.
 
Los inmigrantes de culturas ajenas no deben dejar de llegar a nuestros respectivos países, para que de ese modo mantengamos nuestra posición en un sistema injusto que tarde o temprano, nos dejará ver su verdadero rostro asesino. Quizá cuando los inmigrantes dejen de llegar, seamos igualmente esclavos, o nos convirtamos en pueblos sin derechos, como son ellos ahora.
 
Un pueblo indigno no es un pueblo pobre, sino aquel que no ha luchado por su destino. Los motivos de nuestra anti inmigración son más profundos, y responden a mantener la identidad, para que cada cual se desarrolle, según su propio destino como pueblo, y alcance el lugar que le corresponda alcanzar.
 
Quizá el capitalismo global, maneje la inmigración en el futuro según su conveniencia, para explotar ordenadamente, o para enfrentar indiscriminadamente. El que pierde la iniciativa, pierde la política. Nuestra anti inmigración, no debe emplear la misma lógica que los que nos someten. La única manera de detener el proceso es cambiarle la lógica, hermanar las luchas de los pueblos de una misma cultura, para crecer en conjunto contra el enemigo común, cada uno en su territorio.
 
Para eso es necesario política, organización, criterio, proyecto. Y eso está en la historia, eso es el sentido común de Roma, de España, desde su centro, hasta la Última Frontera del imperio, donde nuestra sangre espera su redención, después de haber librado la última guerra de nuestra estirpe contra su decadencia, en el Sur del Sur, en las Islas Malvinas.

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