“El de hoy no es el movimiento ecologista que tal vez recuerdan nuestros padres (...) Pese a llevar el mismo nombre, y controlar ahora las mismas instituciones que controlaban los antiguos opositores a la tala masiva de árboles, su pedigrí es menos verde que rojo”. Así comienza la sugestiva ‘Guía políticamente incorrecta del calentamiento global (y del actual ecologismo), de Christopher Horner, publicada por Ciudadela, parte de cuyo primer capítulo reproducimos aquí.
“Viendo que el comunismo no funcionaba, el ecologismo se convirtió en el vehículo anticapitalista preferido, consiguiendo el dinero y la adoración de empresas, de Hollywood, de los medios de comunicación y de las élites sociales. Los grupos ecologistas de presión se han convertido en un próspero sector económico que mueve dos mil millones de dólares. Gran parte de su presupuesto procede directamente de la cartera de los contribuyentes, a través de subvenciones para campañas de "educación y concienciación públicas" y artimañas en el congreso diseñadas para subvencionar a los "abogados" verdes.
Engendrado a partir de la escisión que en la década de 1970 se produjo entre los anti-modernistas del movimiento conservacionista, el "ecologismo" ha madurado hasta convertirse en una pesadilla para cualquiera que crea en la propiedad privada, los mercados abiertos y el Estado limitado. A los grupos ecologistas de presión no les interesa limitar los poderes del gobierno, ni expandir las libertades individuales. Todo lo contrario, las reivindicaciones ecologistas apelan sin excepción a avanzar el intervencionismo estatal.
Las demandas ecologistas se han convertido en argumentos trillados de retórica política (...) La locura verde ha causado tales estragos que figuras políticas respetables (y el antiguo presidente Bill Clinton) afirman que la utilización de la energía moderna supone "una amenaza mayor que el terrorismo".
Igual que sucede con otras cruzadas políticas que no pueden ganar sus batallas en las urnas, los verdes ven ahora su mayor esperanza en los tribunales y en los organismos supranacionales.
Las grandes empresas sienten el calor que desprenden no sólo los grupos ecologistas, sino los verdes espabilados disfrazados de inversores institucionales. Aun así, esta efusión de lucro que dirige la industria hacia los verdes es en parte una respuesta débil y generada por la presión, una búsqueda vana de aprobación a través de regalos de dinero envueltos en disculpas. Las grandes multinacionales, de hecho, fomentan el alarmismo verde para desfavorecer a los competidores o para obtener otros beneficios, muchas veces en forma de regulaciones (...) que les benefician, fruto de favores de los políticos de turno. El mundo de la empresa y los verdes unen sus fuerzas para presionar a favor de su estrategia y sus intereses, a veces para subir los impuestos energéticos y otras para obligar a todos los consumidores, ricos y pobres, a consumir productos más caros que, de lo contrario, tardarían años en abrirse camino en el mercado, si es que alguna vez lo conseguirían. Se trata de un acuerdo dulce que asegura el éxito en lo que a desbancar a la competencia se refiere. [...]
Verde por fuera, rojo por dentro
Los partidos políticos que ostentan el nombre de "verdes" se han ganado el mote de "sandías": verdes por fuera y rojos por dentro. En Estados Unidos, el programa del Partido Verde va mucho más allá de (...) combatir la contaminación e incluye planes dramáticos para la redistribución de la riqueza. El Partido Verde cortejó a Angela Davis, la eterna candidata vicepresidencial del Partido Comunista y miembro de los Panteras Negras. Líderes del Partido Verde alemán como Petra Kelly y sus colegas se opusieron a la entrada de su país en la OTAN y confesaron ser "muy tolerantes" con sus vecinos comunistas, la Unión Soviética, durante los momentos más álgidos de la Guerra Fría.
Mientras que el estridente anti-anticomunismo de los medios de comunicación norteamericanos impide que se tome en serio cualquier comparación con el comunismo, los puntos en común entre verdes y rojos son profundos, y van más allá de la esfera del control de la población y de la restricción de las libertades individuales y de la libertad económica.
Tenga en cuenta que, en aquellas zonas del mundo donde el ecologismo tiene su mayor influencia (Europa, principalmente), el socialismo y el antiamericanismo siguen siendo fuerzas políticas vitales y complementarias. Como los izquierdistas de la vieja escuela, los ecologistas creen seriamente en la destrucción del capitalismo; en su caso (pese a las evidencias), creen que a través del capitalismo estamos destruyendo nuestro único planeta (los datos nos cuentan otra historia, naturalmente). De hecho, algunos de los antiamericanos más virulentos nacidos en Estados Unidos, como Susan Sontag y Betty Friedman, difundieron sin la menor vacilación el dogma ecologista, augurando la futura división del movimiento.
Para el ecologismo moderno, y para decirlo de forma muy sencilla, el enemigo es la economía libre. Más concretamente, el enemigo del ecologista moderno es el capitalismo, y el ecologismo es simplemente el vehículo elegido.
La ironía de todo ello resulta relevante si recordamos el historial ecologista del comunismo. Zonas enormes de la antigua Unión Soviética han sido declaradas "áreas de desastre ecológico". Sabemos ahora que la URSS enterró en el subsuelo, a menudo cerca de sus principales ríos, prácticamente la mitad de toda la basura nuclear que (...) produjo a lo largo de treinta años. Los comunistas enterraron también basura nuclear en el Mar del Japón. Se produjo también el desgraciado accidente de Chernobyl, un desastre mortal inimaginable en naciones libres (P. J. O´Rourke explicaba que los comunistas eran incapaces de construir una tostadora que no destruyera la salita del desayuno).
Con referencia a la China comunista, la Energy Information Agency de Estados Unidos escribe: "Un informe publicado en 1998 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) destacó que siete de las diez ciudades más contaminadas del mundo se encuentran en China. Dos de los contaminantes más importantes son el dióxido de azufre y el hollín provocado por la combustión del carbón, cuya combinación da como resultado la formación de la lluvia ácida, que en la actualidad cae sobre un 30 por ciento del territorio total de China".
Sin que lo sustenten los hechos, los ecologistas suelen mostrarse devastadores en cuanto a culpar, en primer lugar, a la masa de norteamericanos, ignorando e incluso negando que la nación más rica del mundo tiene un rendimiento ecológico por encima de las naciones más pobres y menos libres. Para ellos es más importante atacar la riqueza y adherirse a la superioridad de los estilos de vida primitivos e indígenas (en los que nuestras élites ecologistas han decidido no vivir). Desgraciadamente, pocos ecologistas se han trasladado a vivir al Edén primitivo, impoluto y no estropeado por estilos de vida no indígenas. Todo lo contrario, se los encuentra de forma desproporcionada viviendo en códigos postales correspondientes a las zonas más de moda y habitando casas con vistas que deben protegerse del azote de los modernos molinos de viento. [...]
Para los verdes comprometidos, el medioambiente no es más que otra demostración de que el capitalismo no funciona, de que hay un exceso de gente consumiendo excesivos recursos del planeta, y de que tarde o temprano nuestro planeta reaccionará violentamente. Si el capitalismo es la fuerza que sustenta ese "exceso de gente" y su acceso a esos "excesivos recursos", entonces el problema es el capitalismo.
Es importante no perder la perspectiva de la antipatía que los verdes sienten hacia la gente. Bajo el punto de vista de los ecologistas, gente equivale a contaminación.
La prensa del Reino Unido, izquierdista y masivamente intervencionista y defensora del Estado-niñera, resulta maravillosa en cuanto a esclarecer lo que nuestra élite piensa. Reflexione sobre lo siguiente: "La gente es el mayor problema de nuestro problema", citando al afamado naturalista sir David Attenborough, o la frase del profesor Chris Rapley: "La Tierra está demasiado poblada para alcanzar la Utopía". Esta última frase, pronunciada en la BBC por el director del British Antarctic Survey, fue desagradablemente acompañada (...) por imágenes de escuálidas personas de raza oscura, por si acaso el público no había captado bien el mensaje.
Cuando los seres humanos normales ven otro ser humano, vemos una mente, un alma y un par de manos. Los verdes sólo ven un estómago. La proliferación de nuestra especie resulta exasperante para nuestros amigos verdes, que desde hace tiempo vienen prediciendo estrambóticas cifras de población y el consecuente desastre nutricional, e insisten obstinadamente en que el tamaño actual de la población es "insostenible", una afirmación que llevan repitiendo desde hace décadas. Según fatalistas como Paul Ehrlich, la población adecuada o "sostenible" de la Tierra se sitúa entre uno y dos mil millones de personas; por encima de esta cifra, la hambruna está garantizada. Curiosamente, en un planeta que "se muere de hambre" y alberga cerca de seis mil millones de personas, se ha declarado una epidemia de obesidad.
Pese a esta aversión a la superpoblación, existen pocas pruebas de que los ecologistas se "despueblen" desmesuradamente (a pesar de su tendencia a ser fumadores compulsivos). Todo lo contrario, en general, los verdes sugieren que sean otros los que lleven a cabo los sacrificios necesarios para salvar el planeta.
Esta realidad, combinada con la visión de las personas como elemento contaminante, explica por qué los grupos ecologistas valoran ahora la actitud "ecológica" de un político según su postura respecto al tema del aborto. Cuando la League of Conservation Voters publicó su evaluación correspondiente a 2001, en la que otorgaba a los miembros del Congreso de Estados Unidos una puntación según su simpatía por el medioambiente, el voto a favor de ampliar la ayuda estadounidense a organismos abortistas extranjeros contó como "pro-medioambiente".
Pese a que cada año que pasa más se demuestra que están equivocados, nuestros amigos alarmistas siguen sin inmutarse. Mientras tanto, ni el capitalismo ni la riqueza, sino la burocracia, la corrupción gubernamental y el fracaso en la implementación de las libertades económicas, bloquean la posibilidad de poder alimentar a todo el mundo.”
Christopher Horner: Guía políticamente incorrecta del calentamiento global (y del ecologismo), Ciudadela, Madrid, 2007.