30 años de los Pactos de la Moncloa
A los políticos españoles de hoy les falta altura y sentido de la realidad
Ignacio Santa María
23 de octubre de 2007
¿Cuál es la principal diferencia entre aquellos políticos que suscribieron los Pactos de la Moncloa y los que hoy nos gobiernan? Su generosidad, su altura de miras, su verdadera vocación de servicio público son virtudes que ya se han glosado abundantemente. Pero la principal diferencia es que aquéllos fueron capaces de hacer cuentas con la realidad, dar prioridad a los hechos y a las circunstancias, muchas veces en detrimento a sus propias aspiraciones e intereses. La realidad estaba por encima de la voluntad.
Ignacio Santa María
El próximo jueves se celebra el 30 aniversario de los Pactos de la Moncloa, los acuerdos que firmaron, bajo los auspicios del Rey, todas las fuerzas políticas del arco parlamentario y que desbrozaron el camino a la redacción y posterior aprobación de la Constitución Española. Los pactos, de carácter eminentemente económico, fueron por tanto el cimiento que hizo posible la construcción de un marco de convivencia estable.
Pactar con la realidad
Como han recordado este domingo en ABC varios de los protagonistas de aquel capítulo de nuestra historia, el origen de los pactos fue la insistencia del vicepresidente económico del Gobierno, Fuentes Quintana, que veía la necesidad de alcanzar un acuerdo unánime entre todas las fuerzas políticas para abordar la difícil situación económica.
El inolvidable Gabriel Cisneros sostenía que los actuales líderes políticos no hubieran sido capaces de alcanzar un consenso como el que se logró en la Transición, y esto por varias razones: falta de generosidad, poca altura de miras y la excesiva “profesionalidad” de que adolecen los representantes políticos frente a una verdadera vocación de servicio público. Todo eso es cierto, pero la principal diferencia entre aquella clase política y la mayoría de los líderes que hoy dirigen la vida política estriba no tanto en la capacidad de pactar entre ellos, sino en la capacidad de pactar con la realidad.
En 1977 todos, desde Santiago Carrillo hasta Manuel Fraga, eran conscientes de que los acuciantes problemas económicos exigían medidas drásticas y urgentes. La crisis energética de 1973 se había cebado en la economía española. La inflación se había más que duplicado en los últimos años hasta alcanzar el 44%, cuando la media de la OCDE era del 10%. El paro afectaba a 900.000 personas y seguía creciendo. España perdía cada día 100 millones de dólares en reservas exteriores y en los últimos cuatro años había acumulado 14.000 millones de dólares de deuda externa.
El panorama político no era más halagüeño. A la inestabilidad y la incertidumbre inherentes a los profundos cambios que se estaban produciendo se sumaba la brutal escalada terrorista de ETA.
La grandeza de aquellos líderes políticos fue que supieron dar prioridad a los hechos. La realidad y los retos que ésta planteaba y la necesidad de darles una respuesta unitaria prevalecieron sobre los esquemas ideológicos, sobre muchos anhelos y ambiciones y sobre los intereses partidistas.
30 años después
La principal diferencia que se observa 30 años después es que la mayoría de los políticos no hace cuentas con la realidad. Algunos censuran los hechos, otros los maquillan o los manipulan. Unos lo hacen desde presupuestos filosóficos, otros por simple conveniencia. Cuando Josep Lluís Carod Rovira dice en un popular programa de televisión que él es catalán porque quiere serlo (aunque en realidad es aragonés de nacimiento); cuando defiende que la adscripción geográfica depende de la voluntad del individuo, pone de manifiesto que el albedrío prevalece sobre los datos de la realidad y puede llegar a aplastar o anular los hechos (algo que también está detrás de quienes exigen que se arranque la hoja de su partida de Bautismo de los registros de las parroquias).
Este mismo voluntarismo es el que se trasluce en la trayectoria del contumaz Ibarretxe, pero también el que destilan amplios sectores del PSOE que cada vez influyen más en la acción del Gobierno. Aquí se inscriben los grupos de presión que dentro y fuera del partido socialista tratan de violentar la realidad y la historia en materias como la Ley de Memoria Histórica, la del matrimonio homosexual, la de identidad de género o el marco de relaciones entre la Iglesia y el Estado, por citar sólo algunos ejemplos.
Zapatero, a juzgar por sus maniobras de los últimos meses, parece que antes que un voluntarista utópico es un oportunista que consolida su poder a lomos del marketing y el ilusionismo político. Tan acostumbrado está a hacer de sus apariciones públicas un trampantojo de datos económicos y signos de normalidad y optimismo que, a fuerza de engañar a todos con sus medias verdades y medias mentiras, corre un riesgo serio de engañarse a sí mismo. Tampoco él es capaz de hacer pactos con la realidad.
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