El verdadero combate de ZP

Una legislatura para apropiarse del deseo

Zapatero anda enredado estos días en desactivar a un Ibarretxe que, mientras el proceso de paz está congelado, estira el cuello para salir en la foto. Los dos compiten por el mismo triunfo: pasar a la historia como el líder que trajo la paz definitiva al País Vasco. Este lío hasta puede interesarle a Moncloa y puede distraernos del hecho que ha puesto realmente punto final a la legislatura: la entrada en vigor de la asignatura de Educación para la Ciudadanía (EpC).

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FERNANDO DE HARO
 
Después de la retirada de las tropas de Iraq, la legislatura comienza cuando Zapatero empieza a aplicar lo que él mismo denomina en una entrevista que le hace Flores d´Arcais “la ampliación de los derechos civiles”. Una vez que ha dejado sentado (Escuela de Verano de las Juventudes Socialistas, 2005) que “no es cierto que la verdad nos hace libres y que es la libertad la que nos hace verdaderos” o que “ la idea de una ley natural por encima de las leyes que se dan los hombres es una reliquia ideológica de cara a la realidad social y a su evolución”, se pone en marcha su nuevo socialismo.
 
El “nuevo progresismo”
 
Él mismo critica que la izquierda tradicional haya hablado mucho de economía y de cuestiones colectivas y que no se haya ocupado de derechos civiles. Y se pone manos a la obra porque “los grandes valores de hermandad y de ampliación de los derechos de los ciudadanos son la sustancia de la democracia y el progreso”. Matrimonio homosexual, divorcio exprés, clonación... los deseos convertidos en derecho subjetivos en una alocada carrera individualista. La “deconstrucción” del patrimonio de referencias de la Constitución del 78, la destrucción del modelo territorial de las autonomías para dejar a España sumida en una especie de confederalismo asimétrico, la alianza con los nacionalismos radicales, la obsesión laicista e incluso el fallido proceso de paz en el que se ha negociado con ETA -sin exigírsele el abandono de las armas- podrían considerarse como decisiones funcionales, instrumentales a ese proyecto más de fondo, el proyecto de convertirse en el referente de un nuevo progresismo.
 
Podría parecer que este proceso de exaltación del individuo sin referencias objetivas ha estado acompañado de un debilitamiento de un Estado en una especie de anarquismo in crescendo. Y es verdad que la Administración General del Estado ha ido perdiendo protagonismo y que la mayor parte del presupuesto y de las políticas las llevan a cabo los gobiernos de las Comunidades Autónomas. Pero el individualismo del socialismo de Zapatero está acompañado de un incremento del estatalismo. El Estado se reserva las políticas culturales, el núcleo gordiano de las cuestiones educativas, todo aquello que tiene que ver más directamente con la concepción de la persona. No le quedan, por ejemplo, competencias para organizar la sanidad pero sí para convertir a España en el país que está en la vanguardia de la clonación, en la definición del hombre como un experimento de sí mismo. La asignatura de EpC es la quintaesencia de este modo de entender la política que, exaltando la subjetividad, acaba imponiendo una moral de Estado. Y así se cierra el círculo.
 
El patrón de los deseos
 
El progresismo radical que había creado nuevos derechos en nombre del deseo lo acaba sofocando, sometiéndolo a moldes ideológicos diseñados por el poder. Por eso son para España especialmente actuales las afirmaciones que hacía Luigi Giussani en la Asamblea de la Democracia Cristiana en Assago (1987): “si el poder mira sólo a sus propios objetivos, necesita entonces gobernar los deseos del hombre. El deseo es, de hecho, el emblema de la libertad (...) mientras que el problema del poder (entendido como fuente de todo derecho) es asegurarse el máximo consenso posible de unas masas cada vez más determinadas en sus exigencias. Así los deseos del hombre, y por tanto sus valores, se ven esencialmente reducidos. Se persigue sistemáticamente una reducción de los deseos del hombre, de sus exigencias, y de los valores”.
 
Éste es el problema político numero uno en España, el de un Gobierno que se convierte en el “patrón de los deseos”, de las exigencias del corazón del hombre, interpretándolos de forma subjetiva e individualista y dándoles, a través de la educación, una forma ideológica. Es el mayor atentado contra una verdadera laicidad. La respuesta no puede ser, por tanto, como muchos han intentado en los últimos años, de carácter preferentemente moral. En el terreno político es necesario conseguir que el Estado saque sus tentáculos de lo más íntimo de los españoles. Y en la vida pre-politica, y esto es lo más importante, es necesario que se recupere una cultura de la responsabilidad, una capacidad de educar y de construir que exprese operativamente cómo el deseo de bien, de belleza y de verdad es lo más esencial y tiene capacidad de construir sociedad. Los católicos españoles pueden hacer una gran aportación en este campo si superan su tendencia a darlo todo por supuesto, su obsesión moral y su dualismo. Si recuperan el amor por la libertad.

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