No será porque no lo hemos advertido

Los que siembran el odio en Cataluña

Han tenido que quemar en efigie al Rey de España para que alguien se dé por aludido. Ya tiene mérito. Desde hace no menos de dos años, y sin duda bastante más tiempo, la batasunización del independentismo catalán era un fenómeno perfectamente previsible. Ahora es, además, visible. ¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Hemos llegado a través de una larga serie de negligencias, omisiones, complicidades, silencios culpables y cooperaciones necesarias donde están implicados casi todos los que hoy cortan el bacalao en España. Hace año y poco, a propósito de esto que ya se veía crecer, pudimos escribir algo que no dejó de pisar callos y levantar suspicacias. Vale la pena recordarlo. Léase a la luz de las fogatas.

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J.J.E.
 
Los que incuban el odio (14.6.05)
 
Carod Rovira se ha enfadado. No es grave: este señor suele estar siempre enfadado, al menos cuando habla para “España”. En reacción a la manifestación popular de Salamanca, el clown de la corona de espinas ha cubierto de improperios a sus enemigos, ha enarbolado el amuleto yuyu del franquismo y ha derramado el ya habitual chorro de exabruptos mezclado con el no menos habitual repertorio de poses victimistas. Es curiosa, por cierto, esa estrategia entre agresora y victimista de los aliados independentistas de ZP. Son como esos niños insoportables que, en el colegio, se pasaban el día pegándote pellizcos y, cuando contestabas, corrían a chivarse al profesor. Malos de caricatura, cobardes de western de serie B. Sería para reír si, por el camino, la estrategia de crispación de ERC no estuviera generando tanto odio. Porque esa es exactamente su finalidad: elevar la temperatura de la hostilidad hasta el punto de ebullición en el que se pasa del desprecio al odio. Carod es un fabricante de odio.
 
Es muy interesante darse un paseo de vez en cuando por las páginas web y los foros de internet de la extrema izquierda y del independentismo catalán. El grado de pobreza intelectual y de miseria humana que destilan es aterrador, digno del más pútrido submundo. Los lamentables nihilistas que Dostoievski retrató en Los demonios son paradigmas de virtud y bonhomía en comparación con esas hordas de analfabetos, dignos epígonos de las alimañas que organizaban paseos con resultado de muerte durante la guerra civil. Es llamativo constatar que las dos palabras más repetidas en esos foros son “fascistas” (en versión catalana, “feixistes”) y “mierda”, frecuentemente combinadas en la fórmula “fascistas de mierda”. Y el infamante título se aplica por igual a todos aquellos, socialistas o conservadores, españoles o extranjeros, tirios o troyanos, que osan discrepar de la monolítica doctrina de ese comunismo sin comunidad y de ese independentismo sin Estados que constituye hoy la retorta doctrinal de la izquierda radical española –española, sí, por mucho que les escueza. Cerebros desahuciados por un sistema de enseñanza letal, almas adoctrinadas por la mentira cotidiana del paraíso nacionalista, pechos enconados por la eterna cantinela del enemigo exterior, vientres satisfechos por un sistema de bienestar que ha pulido las consecuencias sociales del radicalismo ideológico (ya nadie sufrirá las consecuencias de la revolución que sueña), estos muchachos (algunos, en tercera edad) del independentismo montaraz entran en política como quien penetra en un juego de rol. Pero ya sabemos cómo han acabado algunos juegos de rol.
 
Si miramos profundo, lo que descubrimos en el fondo de todo esto es uno de los abismos más preocupantes de la sociedad española actual: el coito de la irresponsabilidad política con la más cerril ignorancia. Es ahí donde se incuba el odio. Gracias a políticos de tercera como Carod Rovira.
 
 
Carta a mis amigos catalanes (4.7.05)
 
Esto no puede seguir así. Con todos los respetos, queridos: os estáis equivocando. Y si los que se equivocan son ellos, esos que han secuestrado al catalanismo político, entonces a vosotros os corresponde reaccionar, arrebatarles la bandera y devolver cierta decencia a la idea de una Cataluña entendida como comunidad política y cultural. Porque esa idea puede ser aceptable, pero dejará de serlo si se modula en términos de odio, de confrontación civil. Y esto es exactamente lo que está pasando.
 
¿Recordáis cómo nos conocimos? Yo había escrito aquí un texto contra el radicalismo salvaje, guerracivilista, de algunas web frecuentadas por gentes de Esquerra: “Los que incuban el odio”, decía yo. Y responsabilizaba a sujetos como Carod Rovira, a la anuencia pastueña de los medios de comunicación y a demasiados años de nacionalismo obligatorio. Aquel texto me valió un cuantioso correo hostil; entre ese correo, vuestros mensajes. Mi artículo os había dolido: lo considerabais abusivo, hiriente, injusto con Cataluña. Interpretabais que yo había tomado la parte (la peor parte) por el todo; defendíais que Cataluña tenía derecho a su identidad nacional y decíais que mi posición era el típico ejemplo de incomprensión “española”. Bueno: como sois gente sensata, hemos podido discutir eso con cierta calma. Para quien no lo sepa, resumo mi posición: creo que España es una nación plural (no una pluralidad de naciones); creo que eso no es un maleficio, sino una buena cosa, porque tengo la diversidad cultural por una riqueza; creo que el Estado de las Autonomías ofrecía, teóricamente, un marco razonable para vivir las identidades culturales específicas dentro de un proyecto político común; creo que, en ese contexto, los nacionalismos “periféricos” son un error porque aplican a escala local la misma uniformidad que denuncian en la escala estatal; creo que la presión nacionalista ha desbordado el marco autonómico hasta hacer la convivencia francamente difícil; creo, en fin, que hoy lo urgente no es aflojar aún más las riendas que mantienen unido el país, sino al revés, tratar de afianzar los elementos integrales sobre los diferenciales.
 
Vosotros pensáis otra cosa; me parece muy bien. Pero vosotros y yo coincidimos en que nada, ni lo mío ni lo vuestro, puede hacerse coaccionando a la gente, agrediendo al que piensa y siente distinto, inventando enemigos fantasmas, creando odio, anulando libertad. Yo nunca he visto a nadie significativo que propugne la eliminación de los catalanes por vía de fusil ni que avale la cosificación de los catalanes como “malos” de videojuego. Por el contrario, sí he visto que un diario oficial catalán, abundantemente sufragado con dinero público, da rienda suelta a los alientos canallas de un tipo que propone fusilar “españoles”. Y ese mismo diario ofrece a sus lectores un juego donde el buen catalán debe exterminar españoles. ¿Cómo podéis dejar que ocurra eso?
 
Hablando claro, queridos: el nacionalismo catalán –socialistas incluidos- ha llevado las cosas a tal extremo que se está condenando al peor de los destinos, a saber, acabar en manos de una banda de escuadristas sin escrúpulos. Primero cometisteis el error de dejar que el catalanismo se hiciera nacionalismo; ahora estáis dejando que el nacionalismo se haga totalitarismo. Los demás, desde fuera, podemos protestar, indignarnos, defender nuestras convicciones. Pero es a vosotros a quienes corresponde actuar. Ya.
 
 
(De José Javier Esparza, El Bienio necio, ed. Áltera)

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