Los abrazos

Muchas de estas políticas de los grandes abrazos tienen una contrapartida que “paga” alguien.

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Cuando se formó la mayoría gubernamental, sellada con ese abrazo de la foto entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, se habló de un gobierno débil, inestable, y “Frankenstein”. Pasados los meses, ya advirtió Iglesias de que muy difícil lo tendría el PP o la derecha para volver a gobernar. Ese abrazo parece más fuerte de lo que parecía porque no era un único abrazo. Ese abrazo contiene otros abrazos y de los abrazos de la Transición del cuadro de Genovés pasamos a otros que sugieren algo parecido a una coalición formal e informal, declarada y no declarada. No siempre evidente.
EL primer abrazo sería el de la izquierda con los nacionalistas. Este abrazo, en realidad, es el del Pacto de San Sebastián de los años 30. Pacto republicano que, si entonces avanzaba en lo estatutario, ahora va hacia lo federal. Las alianzas son evidentes, y van desde superar juntos el “procesismo” hasta acomodar España (declaración de Granada del PSOE) a las apetencias de las élites nacionalistas. Presente y futuro. Pero el abrazo, es sabido, viene de lejos.
Otro abrazo es el que se produce entre el mundo empresarial (lo que llaman el IBEX) y la izquierda o, mejor dicho, la nueva izquierda, cuyos mensajes son repetidos por las campañas de publicidad de las grandes empresas. Se producen formas de colaboración. La izquierda ve sus mensajes convertidos en hegemónicos y el poder económico tiene otras ventajas: se hace publicidad, se legitima con causas “morales” como el medio ambiente, perfila y explota nuevos mercados (los gays, las mujeres…) y, en cierto modo, sella un pacto de no agresión: se hacen “woke” y lanzan mensajes de tipo identitario y de libertarismo social y, a cambio, mantienen todo lo demás, que era lo que antes se supone complicaría la izquierda, empezando por los privilegios directivos. Es una forma fácil de lograr paz social, encontrando además un nuevo consumidor.
Este abrazo esconde un, digamos, subabrazo: el que se dan el Estado y el mundo empresarial-corporativo. Hay rasgos avanzados y alarmantes de capitalismo de Estado y de amiguetes. Una manifestación clara es la relación del gobierno con los grupos mediáticos, traducida en abusiva propaganda (el ejemplo más claro, la pandemia). En realidad, y esto sería el tercer abrazo, las élites se abrazan, no a los “pobres”, sino a quienes asumen el discurso izquierdista de “los que se han quedado atrás”, el activismo subsidiable o las minorías: desde las causas gay o ahora trans hasta la inmigración.
Artistas, intelectuales, deportistas, todos mantienen un discurso muy similar al de la publicidad corporativa. Pero

Son las élites económicas las que se benefician de la legitimación que concede la izquierda

son las élites económicas las que se benefician de la legitimación que concede la izquierda, una especie de bula o salvoconducto: puede todo seguir igual si se aceptan unos determinados mensajes. Es una forma de transacción no dicha, informal: las élites compran con ello legitimización y tranquilidad de los únicos legitimados para la acción social.
Pero estos abrazos (izquierda-nacionalismo, izquierda-empresas, élites-minorías y “desfavorecidos”) se llevan a la práctica con transacciones más evidentes. La primera de todas es el dinero. La izquierda apunta a una estructura de subsidios, a mantener u clientelismo territorial (el desarrollado por todos los partidos-régimen) y a fomentar el lenguaje de “lo público” muy orientado a una clase funcionarial determinada y adicta a la causa. Estas rentas, que con la excusa de la justicia social y la redistribución asegura a sus votantes, se convierten en más impuestos o en más deuda.
Pero no solo paga con eso. En ocasiones, la transacción a cambio de votos se hace con derechos. Se reconocen derechos (que salen de la nada) a minorías (LGTBi) o se altera el ordenamiento para grupos determinados (feminismo). Son derechos y, cuando ya se han reconocido, se mantienen como actos rituales públicos de reconocimiento simbólico: conmemoraciones, banderas, proyección institucional y presupuestaria…
(En el extremo, este pacto puede sellarse con la inmigración —que tiene un efecto en los salarios que no puede molestar a la clase empresarial—: derechos de ciudadanía y sociales a cambio del voto.)
El abrazo con los nacionalistas se paga con dinero, transferencias, pero también con soberanía, a la que se va renunciando poco a poco.
Dinero, derechos y soberanía a cambio de votos. De votos en urna, o de votos en el parlamento (los nacionalistas). Los abrazos se pagan así, se convierten en eso, pero el pago se hace a expensas de otros grupos, de los que no se suele hablar.
Las políticas clientelares y redistributivas se hacen, fundamentalmente, mediante la subida de impuestos a la menguante clase media, que en realidad es la clase trabajadora asalariada. Es decir, el trabajador. La alianza no dicha élites-minorías o desfavorecidos la pagan los que están entre medias, reos fiscales.
Y cuando no se paga con impuestos, se paga con deuda, que es un impuesto a los hijos y nietos.
La entrega con los nacionalistas se hace a expensas, por un lado, de los derechos de los castellanohablantes; también de los derechos de los habitantes de las Comunidades “no históricas”.
Las políticas de género, por ejemplo, pretenden intervenir las relaciones de pareja y discriminan al hombre. Las del aborto, ni que decir tiene, reconocen el derecho de una mujer a abortar sobre el derecho no reconocido del no-nacido.
Muchas de estas políticas de los grandes abrazos tienen una contrapartida que “paga” alguien, y lo curioso es que todos los colectivos perjudicados dibujan algo determinado. Son grupos o segmentos de población que no tienen por qué coincidir, pero que en muchas ocasiones sí lo hacen.
Castellano-hablantes, españoles de las regiones “no históricas”, el hombre, y la clase asalariada o los autónomos fritos a impuestos… Estos grupos no siempre coinciden (mucha gente de izquierdas paga muchísimos impuestos, por ejemplo) pero sí presentan cierta homogeneidad. Se dibuja un perfil humano que, si decide tomar conciencia política y defender alguna de sus posiciones, encontrará que están estigmatizadas y que, muy probablemente, forma parte de la “extremaderecha”.
Sobre este grupo se aplicará la corrección política. Un sistema de acciones que, además, ejecutan los anteriores: los grandes medios, fundamentalmente, o ciertos grupos (lobbies ideológicos) mediante la censura en redes y la aplicación, en lo posible, de la importada “cultura de la cancelación”. La corrección política es un sistema de invisibilidades, ostracismos y censuras que empiezan a saltar de lo político a lo penal con figuras como el derecho de odio, el “negacionismo” de la violencia de género o los delitos de opinión relacionados con la Memoria Histórica, ahora Memoria Democrática, que funciona como productora de “relato” hacia el pasado.
La unanimidad mediática produce el relato del presente, la Educación produce el relato del futuro y la Memoria Histórica manufactura el pasado, que, en lo tocante al siglo XX, define y convierte en tabú cosas fundamentales que no son un pasado remoto como los íberos o los cartagineses, sino candentes cuestiones políticas como la responsabilidad del comunismo o la unidad nacional. La Memoria Histórica produce “culpa”, que se arroja y administra como “neofranquismo” mediante el sistema de corrección política.

Esos sectores que no entran en ningún abrazo, excluidos de los abrazos, pagan, como el resto de españoles, crecientes impuestos para mantener un Estado antinacional, disolvente de lo nacional, que ampara situaciones de desigualdad jurídica sobre ellos y que proyecta mediática y educativamente una versión vergonzante y, sobre todo, chata de lo español.

Los mencionados abrazos conforman una auténtica coalición con potencial de otra cosa, de algo que, siendo hija de la Transición, la supera en algunos aspectos. El Consenso se supera. El lenguaje del consenso pasa a ser el lenguaje de la Unidad, que es lo que empieza a escucharse.
Lo hemos visto en el cierre reciente de Madrid. PP y PSOE “consensuaban” sobre la salud y los derechos fundamentales de los madrileños en un órgano ad hoc, con cierta penumbra y con criterios por ellos cocinados. Pero eso se rompe. Sánchez rompe eso, deja al PP colgando del consenso y se va a la Unidad, lo que exige un contexto justificativo de urgencia o excepción que ahora es la pandemia y en el futuro puede ser la “amenaza fascista” o la crisis económica.
La política del gobierno se hace sobre sólidos abrazos que apuntan a coalición con futuro y hasta con vocación de régimen. Pero se sostendría, en gran parte, sobre aquellos que están excluidos del abrazo.

© ABC

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