--No digas que eres yogui cuando hables con el Rey—me aconseja siempre Moraleda—, no sea que te confunda con el famoso oso.
--No, si ya no hay peligro: ahora está en temporada de vela.
En temporada de vela, sí, pero muy cabreado. Porque encima de que el Bribón (su barco) no encuentra vientos favorables para ganar regatas, van y se meten con don Felipe, su Heredero. No le importa la grosería del chiste, sino el mensaje explícito: el Príncipe no trabaja. Y el mensaje implícito: el Príncipe es un pijo envuelto en papel couché, lujo y frenesí...
--¡Y eso sí que no lo acepto!—me dice por el móvil rojo y gualda—El Príncipe trabaja mucho, como cualquier español que trabaje mucho, y encima no le pagan las horas extraordinarias, porque, por ejemplo, cuando llegas a un aeropuerto a recibir a un mandatario o a presidir un acto fúnebre, sabes cuando empiezas pero no cuando terminas, y no te digo nada cuando vas a un país a inaugurar cosas y a vender aviones nuestros o lo que sea nuestro... Además, con tanto acto luctuoso que por desgracia estamos teniendo últimamente, el pobre se me está yendo en lágrimas, llora que te llora, que vive en un sin vivir. Y a doña Letizia no me extrañaría nada que se le cortara la leche. Así que a veces uno piensa, aunque se le pasa enseguida, que esto de servir al pueblo, ni agradecido ni pagado. Y para colmo, Jaime Peñafiel y otros se preguntan que quién ha pagado los 800.000 euros que ha costado mi nuevo barco. Pero, hombre, ¿me meto yo con los regalos que reciben ellos? Porque algo les regalarán, aunque sea en el Día del Padre, o el Día de la Madre, o el Día del Orgullo Gay o lo que sea... Pero no acaba ahí la cosa, no, que vienen las Juventudes de Esquerra Republicana de Cataluña en Baleares y nos piden la devolución del Palacio de Marivent a los mallorquines.
--Son una minoría, Señor, una minoría muy minoritaria—le digo.
--Sí, con la que tú pactas. ¿No les puedes decir algo? Porque son capaces de okupar un día de éstos el Palacio como a Pedro J. su piscina...
Un número de “El Jueves” ya se cotiza en Internet a 2.500 euros, lo mismo que mi premio de natalidad. No, esto lo borro, que suena mucho a obra franquista. Por cierto, que el Rey me ha dicho que si tengo por ahí algún número de la citada revista de humor, porque se lo ha pedido un amigo republicano que colecciona exabruptos y burlas contra la monarquía.
Tengo siempre muy presente el sabio proverbio chino que dice: “Cuando te inunde una enorme alegría, no prometas nada a nadie. Cuando te domine un gran enojo, no escribas ninguna carta”. Pero el otro día, en la clausura del Congreso de las Juventudes Socialistas, no pude evitar el contagio de su emocionado alborozo, de su juvenil entusiasmo, y les prometí un gran salto en política de vivienda en otoño, esto es, mejores y más baratos pisos para todos ellos, fin del empleo precario, fin del mileurismo, y, ya lanzado, también les prometí llevarles al País de Nunca Jamás. Si ya estamos en el País de las Maravillas, ¿por qué no saltar a través del espejo al País de Nunca Jamás, donde serán por siempre niños? ¿Puede aspirar a algo mejor un político en sempiterna campaña electoral? Qué caras de felicidad las suyas imaginando los polvos mágicos de Campanilla, los vuelos de bajo coste con Peter Pan y al Capitán Garfio ofreciéndoles porros... Así que aproveché el momento para pedirles su apoyo a la Educación para la Ciudadanía y, a la vez, enviarles un mensaje a los obispos: “Ninguna fe puede imponerse a las leyes en un sistema democrático”, dije.
Sólo la fe en mí, pensé.
Y luego dicen que yo soy gafe: Rajoy se carga a Piqué y Barcelona se queda a oscuras. Jopé.