Se lo tienen merecido: los dos, o sea, tanto El Jueves como los príncipes. El Jueves porque, se mire como se mire, esa estampa es una zafiedad. Y los príncipes porque uno no puede ir por la vida de enrollao con la progresía y, al mismo tiempo, pretender quedar al margen de estas cosas. Si bajas al suelo, lo más fácil es que pises un charco. Esa es la situación.
Lo que choca notablemente en este episodio es la diligencia con la que ha actuado la Justicia. Aquí hemos visto, en los dos últimos años, agresiones de lo más vehemente contra cosas muy importantes sin que los tribunales hayan amparado a los agredidos. Hemos visto ofensas deliberadas a los católicos y su fe (Bassi, Krahe, aquel catálogo porno-bíblico de Badajoz), y el Fiscal ha callado y los tribunales han templado gaitas. Hemos visto ofensas salvajes contra la patria y la nación española (lo de Rubianes, sin ir más lejos), y los tribunales han terminado dando la razón al ofensor. Hemos visto ofensas evidentes a las víctimas del terrorismo (ahí está el caso del grupo “musical” Soziedad Alkohólika) y el Tribunal Supremo, nada menos, ha dicho que eso es libertad de expresión.
Con esos antecedentes, es perfectamente explicable que El Jueves haya considerado factible publicar una imagen de los príncipes apareándose, incluso con ese diálogo realmente ofensivo que la adorna: “¿Te das cuenta? –pregunta Felipe-. Si te quedas preñada, ¡esto va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida!”, todo ello bajo el anuncio zapateriano de los 2.500 euros por niño. El Jueves es una revista satírica; sus contenidos siempre han sido del mismo jaez. Si en España es posible ofender a Dios y a la Patria, ¿por qué no habría de ser posible ofender al Rey, el tercer elemento de la tríada tradicional? En el fondo, lo de El Jueves es de una lógica aplastante.
Otro aspecto del asunto es la torpeza eminente de los denunciantes, es decir, del Fiscal General del Estado y del juez Del Olmo. Porque con la estridente medida del secuestro han conseguido que la imagen del delito circule diez (¡o cien!) veces más que si se hubiera permitido su libre publicación. ¿Cuánta gente lee El Jueves? No mucha y, además, siempre la misma. Sin intervención judicial, la cosa habría quedado entre sus lectores. Pero al censurar la publicación, la Justicia ha conseguido que decenas de miles de personas que jamás leeríamos El Jueves hayamos ido, sin embargo, a buscar la imagen en cuestión. En los tiempos de Internet, secuestrar una publicación que tenga versión on line es de una candidez –y nunca mejor dicho- estupefaciente. Hoy casi todos los periódicos sacamos la imagen, convenientemente censurada, de modo que nadie ignorará de qué se trata. Brillante actuación judicial.