¡Qué vuelva la movida!

Compartir en:

Desde siempre han suscitado mi interés las mujeres que he imaginado capaces de provocar un reto intelectual. La belleza y el estilo son el pretexto para la atracción; sin embargo, lo definitivo es el intelecto. Escrito así, sin más explicación, puede parecer pedante, feminista o propio de alguien con ínfulas intelectualoides; pero soy demasiado bruto para permitírmelo. Capacidad de pensamiento es independencia: solo quien discurre por sí –y para sí– puede tener quehaceres propios que, además, sean interesantes para compartir algunos ratos. Si incluso quienes tienen vida propia, al final resultan (o quizá resultamos) monótonos y aburridos, imagínense los que carecen de ella. Sin brillo mental, lo más que queda es entretenimiento, sin contar con que además hay que pagar las facturas y atender obligaciones. Así pues, prefiero que todas las personas tengan su vida, con la cual pueden enriquecer la de los demás.

Ser ama de casa también es una manera de enriquecer la vida de otros, siempre que sea una elección por vocación. Muchos lo hemos aprendido a través de nuestras madres. Y aunque no soy partidario de “la mujer en casa y con la pata quebrada”, me parece muy mal que las reformas fiscales tengan por finalidad influir en la vida privada. Un papelote enviado por el gobierno a Bruselas, denominado Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (hay que ser muy cursi para poner un título como éste), lo pretende; pues alude textualmente a “la paulatina desaparición de la deducción por tributación conjunta mediante el establecimiento de un régimen transitorio, debido a que genera un desincentivo a la participación laboral del segundo perceptor de renta (principalmente mujeres)”. La redacción hace justicia a la cursilería del título, la he transcrito tal cual y, como se puede comprobar, no sólo no sabe lo que son los signos de puntuación, sino que está escrita de tal manera que, si no te la explican, resulta imposible de entender. Sin embargo, su propósito es manifiesto: disuadir de que uno de los cónyuges se quede en casa para cuidar de la familia y del hogar.

Como ya he dicho, me parece muy bien que las mujeres salgan de casa y que vayan a trabajar, y que tengan su vida propia; si bien entiendo que para que ello suceda hacen falta, al menos, dos condiciones: que así lo deseen y que haya suficientes puestos de trabajo disponibles para recibirlas.

Hay ciertos temas tabúes como, por ejemplo, el abaratamiento del empleo que produce la inmigración. No hace falta ser un genio de la economía para saber que, cuanto mayor es el número de trabajadores, superior es la oferta de demandantes de empleo y, por consiguiente, mayor es también la posibilidad de que los empleadores puedan elegir trabajadores baratos. Así como las grandes empresas manufactureras deslocalizan sus filiales para fabricar en países donde los costes son más bajos (empezando por los laborales), las que no pueden o no les interesa salir del país se ven abocadas a contratar los trabajadores más baratos que les sea posible encontrar. Es un hecho que los salarios reales en España llevan muchos años estancados y que la capacidad adquisitiva de las clases medias y bajas sufre una tendencia descendente, desde hace por lo menos quince años.

El otro tema tabú, del que se habla menos todavía, es el relativo a la disminución de salarios que supuso la incorporación masiva de mujeres al mercado laboral. A finales de los años sesenta y durante los años setenta el sueldo de un trabajador medio era suficiente para mantener con dignidad una familia compuesta por cinco, seis e incluso más miembros. Hoy, a veces, ni trabajando el padre y la madre, algunas familias consiguen llegar a fin de mes, con tan solo un hijo. Esto no puede significar otra cosa que los salarios de los españoles han perdido mucha capacidad adquisitiva real. Antes, también una familia media conseguía cancelar su hipoteca en quince o veinte años. Actualmente, resulta muy difícil que alguna de las hipotecas que se constituyen para la adquisición de la vivienda habitual tenga un plazo de amortización menor a treinta; a pesar de que ya no es uno sino los dos cónyuges los que contribuyen conjuntamente al pago de los recibos: una muestra más de la pérdida de riqueza real de las familias españolas.

Si tenemos en cuenta que la tecnología y la robotización están destruyendo muchos puestos de trabajo, que la deslocalización consigue que sean muchos más los empleos industriales que se generan fuera que dentro de España, que se hace la vista gorda con la inmigración ilegal y que la concentración de las empresas está suponiendo enormes reducciones de plantilla en diversos sectores –como el bancario–, por mucho que se intente no se puede hallar una justificación razonable y bondadosa a la medida contenida en el papelote enviado a la Comisión Europea. De nuevo, volvemos a encontrar una alineación entre los intereses de una izquierda falsamente feminista y el gran poder económico mundial del que diversos autores hemos dado cuenta en estas páginas.

Como sostiene Niño-Becerra, la máxima que rige el capitalismo es “el que gana se queda con todo”. De manera que lo que está sucediendo no es ni más ni menos que la consecuencia de su evolución. Si es así, no me gusta en lo que está desembocando este capitalismo despersonalizado de nuevo cuño. Prefiero quedarme con aquel que sirvió para generar la riqueza de las naciones y que durante el siglo XX permitió que los trabajadores y sus familias llegasen a formar parte de la sociedad más equilibrada económica y políticamente que hasta el momento había existido. Dirán que soy nostálgico o involucionista si sostengo que, a veces, es mejor volver a épocas pretéritas, si a todas luces parecen mejores que la presente o las que se avecinan. Se me reprochará que la Historia es un proceso imparable y que el retroceso es imposible. Pero esto, en el fondo no es más que puro dogmatismo. Lo difícil no es volver al pasado, es ponerse de acuerdo sobre el momento histórico que fue mejor. Realmente, se trataría de reproducir lo más exactamente posible las condiciones económicas, políticas y sociales de entonces, en lugar de dejar que sean otros los que estén diseñando nuestro futuro. Y de poner en práctica, de paso, el verdadero concepto de democracia que no es otro que el que facilita que sea la mayoría, quien decida el tipo de vida que desea para el conjunto social. Y no dejar –como señala Soros—que la soberanía se la arroguen los llamados “mercados”. Si me dieran a elegir, a pesar de sus defectos e inconsecuencias, me quedaría con la España de los años ochenta. Con un poco de suerte, como dijo el otro día Nacho Cano, podríamos ser capaces de reeditar la movida madrileña. ¡Qué divertido!

Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI, ensayista
y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar
de Bélgica (su último libro es Contra la corrección
política
, Ediciones Insólitas, 2021)

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

Comentarios

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar