Otro conejo sale de la chistera

Cambio de Gobierno: las guindas del pastel

J.J.E. En la espera de que una novedad impredecible (¿quizás un “gesto” de ETA?) enderece el curso de la legislatura, Zapatero ha sacado un nuevo conejo de la chistera y ha anunciado una reforma del equipo ministerial. No son ministerios relevantes, pero las personas elegidas tienen la evidente función de dar lustre a la imagen del zapaterismo, subir el nivel medio de un consejo de ministros bastante desgastado y, así, preparar el camino a una nueva convocatoria electoral. ¿Quiénes son los nuevos ministros? Aquí se lo contamos: explicamos su perfil de verdad, al margen de las rutinarias biografías que difunden los gabinetes de comunicación.

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J.J.E.

Bernat Soria ha sido llamado para la cartera de Sanidad. Soria, valenciano de 51 años, no es un político, ni un gestor sanitario, sino un científico o, más bien, un científico-ideólogo: es el principal rostro de la ofensiva biotecnológica para la experimentación con embriones humanos, que es lo que Zapatero ha definido como “la esperanza de futuro de los seres humanos”. Hasta ahora capitaneaba el equipo financiado por la Junta de Andalucía (socialista) para la experimentación con células madre embrionarias, es decir, las que se extraen troceando embriones humanos. Su currículo profesional impresiona mucho a la opinión pública, ganada por esa sugestión que ve a los científicos como a una suerte de nueva casta sacerdotal, pero la verdad es que estamos ante un científico dogmático: Bernat Soria sostiene, contra la evidencia, que las células madre embrionarias curan enfermedades fisiológicas –cosa que está lejos de haber sido demostrada- y, aún más allá, asegura que no hay polémica en el ámbito científico sobre el uso de estas técnicas, sino que esto es algo que “se han inventado algunos señores”, cuando en realidad es el gran debate ético de nuestro tiempo. No se descarta que la llegada de Bernat a Sanidad se traduzca en determinadas medidas legales que aceleren la implantación en España de estas técnicas, pero, en cualquier caso, la finalidad que persigue ZP con su nombramiento no es exactamente política, sino propiamente propagandística: se trata de incorporar al gabinete un “rostro científico” que subraye el mensaje presuntamente “ilustrado” que el presidente lanzó en el debate sobre el estado de la nación: yo soy la luz de la razón contra las tinieblas del oscurantismo.

Elena Salgado (Orense, 1949), doña prohibiciones, dejará el Ministerio de Sanidad para hacerse cargo del de Administraciones Públicas, que es el departamento encargado de reglamentar la Administración General del Estado (el funcionariado) y sus relaciones con las administraciones autonómicas. No es un mal nombramiento, porque la Salgado es uno de los pocos ministros del Gabinete Zapatero con larga y abundante cualificación técnica: tiene una formación universitaria notable y desempeñó cargos técnicos complejos con los gabinetes de Felipe González, como la dirección general de Costes y Pensiones y la secretaría general de Comunicaciones. Pese a todo, no es propiamente una “técnica”, sino que a su perfil se añade un componente ideológico muy estricto, que roza con lo sectario. Eso se ha manifestado, en esta legislatura, en la ley antitabaco y en su intento de prohibir también el vino. Elena Salgado comparte esa psicología de “reformador moral” tan extendida en la izquierda de todos los tiempos y que Dostoievski retrató, exasperada, en el Schatov de Los demonios. Ella ha sido la principal responsable de que el Gobierno Zapatero haya tenido algo de “Ejército de Salvación”, muy eficazmente apoyada en esto por otra señora delgadita, la vicepresidenta Fernández de la Vega. Después, Salgado presentó su candidatura para presidir la OMS, la Organización Mundial de la Salud, en una operación que fue interpretada como un intento del gabinete ZP para ganar prestigio interior a fuerza de presencia exterior. Fracasó. Ahora se reengancha en Administraciones Públicas.

Carme Chacón (1971) va a hacerse cargo de la cartera de Vivienda después del interminable fracaso de la extremeña Trujillo. Carme Chacón ha sido definida por Zapatero como “uno de los nuevos valores del proyecto socialista”. En realidad, la Chacón podría haberse hecho cargo de cualquier ministerio, pero no por la universalidad de sus conocimientos, sino porque esa una de esas profesionales de la política que nunca se ha dedicado a otra cosa. En su currículum dice que es profesora de Derecho Constitucional en la Universidad de Gerona; es curioso, porque es la misma disciplina de Carmen Calvo (la de “pixi y dixit”) y del propio Zapatero. Seamos claros: todo el mundo sabe que numerosos departamentos universitarios, especialmente en universidades de segundo rango, contratan a sus profesores cooptándolos de entre sus correligionarios políticos en función de la ideología del director. La carrera real de Carme Chacón no es universitaria, sino puramente “apparatchik”: ingresó muy joven en el Partido Socialista de Cataluña, en 1999 ya era concejala de su pueblo (Esplugues de Llobregat), escaló con celeridad hacia la ejecutiva federal en la ola de Zapatero, fue elegida diputada en 2000 y el PSOE le encargó la secretaría de Educación, Universidad, Cultura, Investigación y algunas otras cosas más. En aquella legislatura desplazó a Joaquín Leguina de la Comisión de Cultura del Grupo Socialista en el Congreso, demostrando un desconocimiento notable de las cosas de la cultura, pero una ambición política sin límites. Tras la victoria socialista en 2004 fue beneficiada con una vicepresidencia del Congreso, lo cual aportó, a su imagen de apparatchik, un cierto barniz institucional. Su momento estelar fue la aprobación de la reforma del Estatuto de Cataluña. Sería ingenuo pensar que en ocho meses –si llegan- Carme Chacón vaya a cambiar la política de vivienda en España. Pero ahí tiene ZP un rostro con buena imagen, dinámico, respetable, para afrontar el final de la legislatura y, sin duda, para promocionarlo tras una hipotética nueva victoria electoral.

César Antonio Molina (La Coruña, 1952) es la cuarta y, quizá, más redonda guinda para el pastel de fin de fiesta de Zapatero. Crítico literario y profesor universitario (últimamente, en la factoría socialista de la Carlos III), hasta ahora desempeñaba la dirección del Instituto Cervantes, después de haber dirigido el Círculo de Bellas Artes en el Madrid de Ruiz Gallardón. Molina es un señor unánimemente respetado en el mundo de la cultura por una sola razón: es culto, lo cual tiene su importancia en este terreno. Si su trayectoria como gestor está sometida a discusión, porque no ha quedado exenta de rasgos de sectarismo, sin embargo su prestigio profesional e intelectual está fuera de toda duda. Teniendo en cuenta cuál ha sido el perfil del ministerio de Cultura bajo la dulce mano de su predecesora, Carmen Calvo, poco podrá hacer Molina en estos meses que quedan: nadie enmienda en ocho meses tres años de inactividad general. Su nombramiento parece más bien responder al mismo objetivo que el de Bernat: Zapatero se sale de la cuadra del Partido y coloca en su gabinete a una persona identificada con los sectores “progresistas” de la sociedad, un hombre de posiciones discutibles, pero respetables y, en todo caso, con un peso específico innegable.

Respecto a los cesantes, su destino no está claro. Jordi Sevilla, ex de Administraciones Públicas, que se las prometía muy felices en Madrid, parece que será enviado al limes valenciano, donde las legiones de Zapatero vienen siendo descalabradas repetidamente por el Partido Popular. Por el contrario, María Antonia Trujillo (ex de Vivienda) y Carmen Calvo (ex de Cultura), dos perfectas nulidades, lo tendrán difícil para reengancharse en algún cargo de relieve. Pero todo en la vida tiene un final.


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