Los podemitas van recogiendo conceptos, o mejor dicho slogans y expresiones, que los demás partidos han ido desechando.
Los podemitas van recogiendo conceptos, o mejor dicho slogans y expresiones, que los demás partidos han ido desechando. No es un ejercicio sencillo, ni mucho menos. Así ocurre con el concepto de patria, que en España no se oía, en labios de un político, desde los tiempos de Franco. Y está ocurriendo también con la “socialdemocracia”. En este caso, no es porque la palabra no se haya escuchado. Al revés, la hemos oído hasta la saciedad, pero tal vez por eso mismo, había perdido cualquier significado. En particular entre los socialistas, para los que la palabra socialdemocracia ha querido decir una cosa y su contraria: González y Zapatero, igualdad de los españoles y tripartito, Constitución del 78 y crítica de la Transición, monarquía, pero también república.
Es lo que Podemos ha aprovechado en su programa electoral, el célebre catálogo a lo Ikea. Resulta difícil imaginar una forma mejor de hacer visible la nueva adscripción socialdemócrata del movimiento, sobre todo porque, antes que en lo político, el programa-catálogo permite situar la cuestión ideológica en el terreno cultural. Para muchos españoles, la socialdemocracia está relacionada con una vaga pero indiscutible evocación de lo nórdico. Pues bien, ¿qué evocación de lo nórdico más elocuente, más clara y más sencilla que Ikea? Y más popular, claro está. Habiendo avanzado una sugerencia indiscutible, a fuerza de obviedad, empiezan a deducirse naturalmente pautas de comportamiento identificadas con la “cultura socialdemócrata”.
La nueva clase media
Está el “low cost” personalizado y dignificado por el/la dueñ@ que, por el solo hecho de abrir su casa, se convierte en anfitrión, es decir solidario. En el mismo registro está la disposición de los varones podemitas a realizar las tareas del hogar: nada más igualitario, además de solidario y –otra palabra clave- empático. Está la vocación de transparencia y “rendición de cuentas” que ese mismo gesto pone en escena. Está la relajación y la comodidad, que invitan al diálogo –y al consenso- antes que a la exhibición de poder y la confrontación. Y está la calidez del hogar vivido con autenticidad, sin pretensiones ni lujos insostenibles, que recoge las preocupaciones de una generación hipersentimentalizada, dispuesta a las lágrimas con la facilidad de un prerromántico de finales del siglo XVIII (los años de la Revolución Francesa) y sobrecogida en su universo de “cocooning” gratis –todos los derechos garantizados para siempre desde el Estado- por la intemperie del mundo que le espera en cuanto salga del nido-guardería social-Ikea-demócrata.
El programa catálogo pone por tanto en escena la fantasía cultural de una nueva clase media con unos valores que no son ya los de las clases medias anteriores, pero que no los contradicen del todo y más bien los prolongan en una dimensión ética superior, de raíz ilustrada. Estos nuevos pequeños burgueses prefieren la solidaridad al ahorro, y en vez de dejarse la piel para el futuro, apuestan por una actitud colaborativa en la que el trabajo –el mundo de la economía y de la necesidad- no se distingue bien de la realización vital, y el ocio da pie a una relación enriquecedora con un entorno nuevo. Este ha cobrado, gracias a internet y a la informática (la economía de mercado no tiene sitio aquí) una dimensión que permite ser al mismo tiempo local y cosmopolita, como ese ciudadano del mundo que es el votante podemita se identifica con un paisaje postnacional. Lo socialdemócrata tamizado por Ikea tiene, desde el sur, esta dimensión civilizadora básica: europeizadora, en términos culturales españoles. Más en general, comprende que la voluntad de autodeterminación (la kantiana “república independiente de mi casa”) va inscrita en el corazón del votante podemita. Seguimos por tanto en la mentalidad y la herencia de la cultura ilustrada.
Libros
En este universo cálido y seguro, también resulta significativo lo que no está. No hay imágenes ni símbolos que, más allá del decorado, relacionen a los actores con España. Tampoco hay signos religiosos. Se ve que la clase media podemita vive su adscripción laica –y postnacional- con fervor, fervor de converso. Sí que hay, en cambio, libros, y no libros heredados, ni como signos de distinción social: libros leídos. También esto forma parte de la iconografía del universo socialdemócrata, donde los ciudadanos, conscientes del significado de la “res publica”, se esfuerzan por no perder el contacto con las ideas ni con la sensibilidad. Los políticos españoles se han vuelto tan militantemente analfabetos, tan nihilistas en lo cultural, que hay que reconocer la valentía de los podemitas al hacer un gesto que rompe con los usos establecidos. Cierto que el escenario socialdemócrata contribuye a hacerlo verosímil. Ahora bien, ¿se imagina alguien a algún político del PSOE o del PP leyendo un libro?
Es aquí donde las cosas cobran otra dimensión. Entre los libros presentados aparecen clásicos como Gramsci, reverenciado por su análisis de la hegemonía cultural, de filiación aquilatadamente comunista. También están los clásicos modernos, como Naomi Klein y su No Logo, best seller antiglobalización y anticapitalista, y Silvia Federici, que ha elaborado una teoría alternativa, de componente feminista, sobre el capitalismo. Uno de los podemitas está leyendo el ensayo que Slavoj Zizek dedicó a Robespierre, testimonio de la fascinación de estos socialdemócratas por el terror y la violencia: es lo que corre por debajo del mundo feliz del cocooning. En el registro hispano, encontramos el libro que José Antonio Labordeta dedicó a su paso por el Congreso –una propuesta de filiación para los nuevos políticos-, así como otro –en catalán- de Xavier Domenech, líder de En Comù Podem, y titulado “Camins per l’hegemonia”. Este último reposa en las manos de Íñigo Errejón, ni más ni menos. No hace falta glosar lo que significa la aparición de un libro como este, en catalán.
El contenido de estos libros tiene poco de socialdemócrata. Lo mismo ocurre con el contenido del programa desgranado a lo largo del catálogo y expuesto en las páginas finales. Ni hay voluntad de consenso, ni de pacto. Lo que hay es voluntad de conseguir la hegemonía que –esta vez sí- los libros señalan con claridad. Todos son textos militantes, de activistas comprometidos con una causa de desestabilización. En su decorado feliz, los nuevos pequeños burgueses reniegan del filisteísmo propio de la antigua clase media. Es aquí donde se concentra la punta de la propuesta política. Está claro que en Podemos saben que por el momento son casi los únicos que se están esforzando por dar una respuesta política –a mi entender equivocada e incluso perversa, pero eso es lo de menos aquí- a problemas nuevos.
También saben que esta actitud no rompe del todo con los motivos y las formas de quienes han detentado hasta ahora la hegemonía cultural. La recuperación de la socialdemocracia, que no responde al contenido del programa ni al de los libros presentados, responde sin embargo a algo más importante: la verosimilitud con la que la cultura podemita, por así decirlo, continúa las líneas maestras de la cultura que ha acabado impregnando toda la sociedad española después de cuarenta años de socialismo y de crítica a lo español y a los valores liberales en la enseñanza y en la cultura oficial. Al declararse socialdemócrata, Podemos recoge, con una sonrisa poco disimulada, el fruto, madurado de pronto, tras la crisis. Y por poco que se esfuercen, estarán en condiciones de subvertir desde dentro, sin apenas modificarla, la Constitución de 1978.