Elmanifiesto.com
Medios próximos a las Fuerzas Armadas han subrayado a elmanifiesto.com que la muerte en acción de seis soldados españoles en Líbano no era inevitable. Detrás de este suceso hay responsabilidades políticas en distinto grado, y todas ellas apuntan a los errores y omisiones del gabinete Zapatero. Son, básicamente, los siguientes puntos:
El vehículo. El tipo de vehículo empleado por nuestras tropas en Líbano, el actual modelo de blindado motorizado sobre ruedas (BMR), ya hace tiempo que dejó de ser adecuado para este tipo de misiones, porque es demasiado vulnerable a impactos. El BMR que hemos visto en las fotografías es un modelo anticuado, de blindaje insuficiente. Puede servir como vehículo básico de Caballería para el transporte de tropas a primera línea, pero no como vehículo capaz de proteger a las tropas que transporta. Parece que
El inhibidor. Es inexplicable que los vehículos de los soldados españoles carecieran de un inhibidor de frecuencias. Estos dispositivos permiten neutralizar las frecuencias de onda en un radio considerable, de manera que impiden cualquier intento de explosionar un artefacto con mando a distancia. Prácticamente todos los vehículos oficiales de los altos cargos, en España, poseen inhibidores de frecuencias. Es bochornoso que no haya inhibidores para unas tropas que están moviéndose en escenarios de conflicto con permanente amenaza de acción terrorista. La explicación oficial –que estaban encargados hace meses, pero aún no han llegado- agrava las cosas: manifiesta una incompetencia que no puede quedar sin sanción.
La misión. Las tropas españolas están actuando como fuerza de interposición en el escenario de un conflicto reciente. Una de sus misiones –en la que ha ocurrido este ataque- es patrullar carreteras de importancia para disuadir a posibles atacantes. Se entiende que esta misión la acometan efectivos armados, pues sólo ellos pueden lograr eficazmente la disuasión. Pero, ¿es realmente una misión para el Ejército? Los militares en misiones de paz tienen que interponerse entre dos enemigos. Pero este ya no es el caso en el Líbano, sino que aquí estamos ante una ofensiva de grupos terroristas. A éstos, por la naturaleza de sus acciones, no les corresponde un combate de tipo militar, sino un combate de tipo policial; no es la presencia de la fuerza armada lo que neutralizará la acción terrorista –al contrario, la atraerá-, sino el despliegue de una acción punitiva en sus bases y sus reservas. Mandar columnas motorizadas a recorrer un territorio hostigado por terroristas es multiplicar las posibilidades de recibir daño y disminuir las posibilidades de infligirlo.
El enemigo. Después del atentado, distintas fuentes han señalado en muy variadas direcciones a la hora de señalar a los responsables. Todo apunta a grupos terroristas vinculados a la nebulosa de Al-Qaeda, y se ha mencionado abiertamente a Damasco y Teherán (Siria e Irán) como las potencias que están sufragando a los grupos armados de esa área. La situación es endemoniada desde el punto de vista político para el Gobierno español, porque todos recordamos los denodados esfuerzos del Gabinete Zapatero por acercarse a los gobiernos más radicales del ámbito musulmán en nombre de la “alianza de civilizaciones”. Digámoslo claramente; crece la impresión de que el Gobierno español ha apostado por los malos, cosa que se agrava hasta el infinito cuando los malos matan a nuestros soldados. ¿Cuál es, en este momento, la posición exacta de la diplomacia española sobre el conflicto libanés en particular, y el de Oriente Próximo en general? Porque no es posible prodigar los gestos amistosos hacia unos gobiernos con cuyo dinero se mata a nuestros soldados.
Los caídos. Como era previsible, el Gobierno español ha negado a las víctimas la condecoración para caídos en acto de guerra: el distintivo rojo sobre la recompensa al mérito militar. Paradójicamente, el Gobierno libanés sí ha dispensado a nuestros muertos la condecoración correspondiente. Nos encontramos aquí, una vez más, con la obstinada negativa del Gobierno Zapatero a reconocer que nuestros soldados están en área de guerra, ya sea en el Líbano o en Afganistán. Este pacifismo de demagogia electorera podría ser inofensivo si no hubiera víctimas; pero, con muertos sobre la mesa, es un insulto a los que se juegan la vida en “misiones de paz”. El Gobierno no puede seguir escondiendo a la opinión pública el auténtico alcance de las misiones en las que participan tropas españolas. Sencillamente, porque eso es tanto como mentir a la nación.
Todas las pelotas están ahora en el tejado del Gobierno. Desde el ataque sobre el helicóptero Cougar en Afganistán, Zapatero se ha refugiado detrás de la demagogia o del silencio. Eso no se puede consentir. Los soldados españoles ya han aportado su tributo de sangre. Ahora es el momento de las responsabilidades políticas.