Con frecuencia buenos y admirados amigos me reprochan mi optimismo, achacándolo —por su benevolencia— a mi ingenuidad. Yo lo agradezco de corazón, porque etimológicamente «ingenuo» significa el nacido libre en Roma, en una familia que, con su amorosa solicitud, le permitía ver el mundo color de rosa. Esa tradición clásica es la que recoge, con un guiño bufo, la condesa viuda de Graham, en Downton Abbey: «No seas pesimista, querida. Es muy de clase media».
Aunque yo no llego al rosa, sí veo la gama de colores. Confluyen tres razones en esa perspectiva. Las citaré de menos importantes a más y ciñéndome a la cuestión política, porque el optimismo vital ya lo sostuve en mi libro de aforismos, titulado, justamente, El vaso medio lleno.
La primera razón es táctica. Los muy pesimistas no caen (con lo que ellos son de caer) en que pueden estar propagando profecías que se autorrealizan. Si esto no tiene remedio, ¿por qué va nadie a empeñarse para fracasar seguro? Es verdad que siempre hay quien está dispuesto a pelear incluso con la certeza de la derrota. Pero voluntarios para el martirio salen siempre bastante menos que para una victoria o, incluso, para una pelea a cara de perro con alguna posibilidad, aunque sea mínima, de final feliz. Sobre esta dimensión nos alertó magistralmente Fernando Savater: «Nunca faltan quienes están deseando escuchar de fuente autorizada que este mundo es una mierda sin remedio para confirmar que hacen bien en no molestarse».
Pero lejos de mí forzar la sonrisa por exclusivas razones estratégicas, y menos cuando, en efecto, hay indicios políticos, sociales, culturales, demográficos, incluso religiosos que invitan al desánimo. Por fortuna, en segundo lugar, hay razones de más peso, ontológicas, para el contraataque del optimismo. Existe una fuerza de gravedad de la verdad, la belleza y el bien que hacen que, más pronto que tarde, la sociedad, como un gigantesco tentempié, vuelva a su vertical. Como se dice de muchos partidos políticos, la realidad tiene también su suelo, no sólo electoral, sino sólido, y además con raíces. Por eso la izquierda utopista la odia con tanto resentimiento.
En ese sentido, decía Santo Tomás de Aquino que aquél que dice la verdad es invencible, porque ésta termina imponiéndose. ¿Contra muchos más? Sí. Heráclito el Oscuro también lo tenía claro: «Uno para mí es diez mil si es el mejor». La joven Ana Iris Simón, en su libro Feria, se suma al desdén del número y, por tanto, a la esperanza: «El sabio Frestón estaba en lo cierto, quedan ya pocos Quijotes, pero es que realmente nunca hubo muchos y he aquí la contrariedad. Pero mientras la llama de su espíritu siga presente, y he visto el crepitar en sus miradas, iremos ganando la batalla».
Pero hay una tercera razón para el optimismo mucho menos teórica. Lo vimos en la manifestación de este domingo. Más de media España se resiste a que la subasten por las ansias políticas de Sánchez y por la avidez de los nacionalismos. Que haya tres partidos que representen ese sentir, con sus naturales y enormes diferencias, como es lógico, es una garantía de que ningún líder —que ya nos conocemos— se vaya a echar luego para atrás. Los que hemos sido conservadores y patriotas antes de la aparición de VOX, aunque éramos —como se ve— muchos, no imaginábamos una representación así en las Cortes. En la izquierda intelectual mejor y, al menos, en la ex política se están viendo muestras de dignidad, visión crítica y compromiso. Las instituciones están, bajo una presión inédita, presentando resistencia.
Sumando unas cosas y otras (sin olvidar la etimología), podemos sonreír. Y si me vuelven a recordar los problemas económicos, políticos, sociales, culturales, incluso religiosos, no los niego en absoluto. Pero ahí está el sentido de la aventura. Los chinos tienen una maldición ancestral que impreca: «Ojalá vivas tiempos interesantes». Ellos saben bien que, si son interesantes, serán duros y difíciles. Lo dicen los chinos porque no son chestertonianos. G. K. (ben)dijo: «Una aventura es solo un problema correctamente considerado y un problema es sólo una aventura erróneamente considerada». Estamos, en efecto, en una situación indudablemente interesante o, dicho a lo chino, muy mala. Pero, por un lado, ya casi lo único que cabe es mejorar. Y, por otro, estando al fondo de un problema tan gordo como correctamente considerado, vamos a vivir una aventura política de muy padre y señor mío. No nos vamos a aburrir.
© La Gaceta de la Iberoesfera
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