El paisaje político tras el 27-M

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JESÚS TANCO LERGA 

Estos días Navarra ocupa y preocupa a los españoles; el resultado de las elecciones, decisivas en cuanto al futuro político de la Comunidad, ha dejado muchas incógnitas sin despejar, sobre todo en lo que respecta a la actitud del Partido Socialista de Navarra.

Los socialistas navarros han perdido credibilidad, votos y alcaldías en ciudades tan señeras como Estella, Sangüesa y Corella, y tan sólo ganaron en las urnas del parlamento foral en 12 municipios, mientras Unión del Pueblo Navarro, el centroderecha foralista, lo hacía en 180 de los 270 municipios de la comunidad foral. El PSN es  la  tercera fuerza política en número de votos con 12 escaños de los 50 del Parlamento Foral, detrás de la coalición nacionalista vasca Nafarroa Bai (PNV, EA, Aralar, Batzarre), que empata en cuanto a parlamentarios con los socialistas, y se encuentra muy por debajo de Unión del Pueblo Navarro, que, pese a aumentar un punto porcentual el voto popular -del 41 al 42%-, baja de 23 a 22 parlamentarios. El apoyo de su socio de gobierno, el CDN (Convergencia de Demócratas de Navarra) no basta, ya que el partido de Juan Cruz Alli tiene sólo 2 actas, las mismas que Izquierda Unida, proclive ésta al separatismo vasco y a reconducir a la siniestra al partido socialista. Total, que la actual coalición de gobierno de UPN y CDN, por un parlamentario, no obtiene la mayoría suficiente para empatar a votos al resto de las formaciones políticas.

La participación ha sido la más alta de España, con el 75 por ciento de los electores ejerciendo su derecho al voto. Prácticamente había el 27 de mayo sólo dos opciones: la de Navarra claramente diferenciada de la comunidad autónoma vasca, opción representada por UPN y CDN, y la que con  componendas similares a la coalición gobernante en Galicia –Bloque, PSOE, IU- buscaba el cambio de rumbo político en Navarra. Esta coalición de socialistas y nacionalistas vascos sirvió en 2003 para echar del gobierno municipal a UPN en Barañáin, Burlada, Estella, Tafalla y Sangüesa, ciudades que siguen importancia a Pamplona y Tudela con alcaldes de UPN. Esta empanada política a la gallega ha sido experimentada en localidades significativas de Navarra y, además, responde al espíritu Zapatero, que gobierna en el conjunto nacional con apoyo de nacionalistas y extrema izquierda.

Moneda de cambio

Inmersa la cuestión de  Navarra en el mal llamado proceso de paz, según fuentes seguras del mundo proetarra, la gran manifestación del 17 de marzo supuso un respaldo masivo de la población a la tesis de una Navarra como comunidad foral uniprovincial diferenciada de las pretensiones del nacionalismo vasco, que desde su aparición hace cien años ha hecho de Navarra una cuestión irrenunciable, fundamentalmente por razones de mejor justificación histórica de sus pretensiones, de espacio geopolítico en extensión y límite con frontera internacional y, en definitiva, por aumentar de manera decisiva su posibilidad secesionista.

Las cuestiones que plantea el problema estrictamente social y político se agravan por la existencia del terrorismo violento, que ha segado vidas de líderes, ha extorsionado a empresarios, ha limitado la libertad en Navarra y, en mayor medida, en el País Vasco. Ha habido políticos que han pagado el mal llamado impuesto revolucionario doblegándose a las pretensiones del eufemísticamente denominado movimiento de liberación nacional vasco, al que se le compara sin rigor histórico con el irlandés para, así, concebir similares soluciones políticas de un conflicto mal calificado de político.

El presidente Rodríguez Zapatero, al menos desde el 14 de marzo, está empeñado, con difícil justificación lógica, en lograr lo que él llama “la paz” a base de concesiones dialogadas a los terroristas y a quienes les apoyan, entre las que destacan las exigencias de la territorialidad (Navarra) y la Autodeterminación. Hay otras cuestiones como las del cambio constitucional operado, por ejemplo, en el nuevo Estatuto Catalán, antecedente del que se prepara para el País Vasco; la de los presos todavía en las cárceles, que obtienen excarcelaciones más fáciles, acercamiento a su lugar de origen y otras ventajas de trato, que están encima de la mesa y sobre las cuales cabría un relativo margen de maniobra.

Las elecciones en Navarra se han producido en este ambiente de candidatos con escoltas para los que plantan cara al nacionalismo vasco violento, y sin escoltas para los que no lo hacen; con un candidato del partido socialista impuesto –caso insólito- por Ferraz al partido socialista navarro. La exigencia navarra se ha planteado como irrenunciable por parte del nacionalismo violento negociante, con candidatos de la reaparecida Batasuna en nuevas siglas de ANV. Donde ha querido el Fiscal General -es decir el Gobierno socialista- ha estado ANV. En Pamplona, la presencia de ANV ha privado a la alcaldesa de UPN la mayoría absoluta. En el Parlamento Foral, la lista de ANV fue anulada. En esa lista anulada había nombres comunes con la municipal pamplonesa autorizada. Pero en el parlamento foral, la presencia de ANV hubiera casi asegurado la mayoría de UPN-CDN.

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