Todos los datos sobre la polémica del momento

Por qué Navarra es Navarra y no puede ser otra cosa

Navarra no es el País Vasco. No lo ha sido jamás. Es una identidad política e histórica completamente singular que desde hace medio milenio siempre ha elegido ser española conservando su personalidad jurídica propia. En parte de Navarra se habla, entre otras, la lengua vasca, pero eso ya era así antes de que a nadie se le ocurriera hablar de “país vasco”. Anexionar Navarra al País Vasco no sería sólo una traición a la mayoría de los votantes navarros; sería, sobre todo, una traición a la historia. 

Compartir en:

JESÚS TANCO LERGA

Por una causa o por otra, Navarra ha sido desde su aparición en la Historia una especie de milagro institucional. Lo fue en el siglo VIII cuando los primeros caudillos pamploneses se debatían entre el poder franco -luego carolingio-, que quería poner una marca a ambos lados de los Pirineos; los Banu Qasi islamizados, parientes de los Arista, y la monarquía astur, que deseaba unir fuerzas en la Reconquista. Navarra tuvo con Sancho Garcés I el primer rey con atributos de monarca medieval y éxitos notables de Reconquista. Su tataranieto Sancho el Mayor orquestó las monarquías medievales cristianas en la Hispania romano-visigoda renaciente. Sancho VII el Fuerte, después de la cruzada de las Navas de Tolosa en 1212, que confirió las cadenas heráldicas al escudo de Navarra, murió sin descendencia directa, y el trono fue ocupado por monarcas de dinastías francesas. Con la de Evreux en los siglos XIV y XV alcanzó Navarra un esplendor notable, particularmente con el rey Carlos III el Noble, que unió Pamplona, dividida hasta entonces entre la ciudad de la Navarrería, el burgo de francos de San Saturnino y la Población de San Nicolás. Carlos instituyó, hace seiscientos años ahora, la merindad de Olite, con merino propio, en esta circunscripción típica de Navarra.

Las horas buenas del reino no duraron mucho. Una feroz guerra civil de setenta años entre agramonteses y beaumonteses, que se disputaron sangrientamente, primero, la primacía del Príncipe de Viana o de su padre; luego, la unión con Castilla o Aragón; después, la incorporación a la monarquía de Fernando el Católico o de Francisco I, cuando ya la nueva época del mundo alumbraba las naciones-Estado, concentrando los reinos medievales. Navarra fue conquistada por las tropas castellanas de Fernando el Católico, formadas mayoritariamente por caballeros guipuzcoanos y alaveses. En las Cortes de Burgos de 1515 unieron el reino a Castilla y no a Aragón, para evitar la descompensación de los grandes reinos, vistas las afinidades históricas con la corona aragonesa. Tras un intento de reconquista en 1521 del destronado rey navarro, ya en la órbita de la monarquía francesa, Navarra, con paz interna e incorporada a empresas históricas de tan gran calado como la América Hispana, mantiene instituciones propias como sus Cortes, Consejo Real, Virreyes, etc. Hasta que las exigencias del centralismo liberal borbónico las hace incompatibles con la unidad constitucional de la Monarquía en 1836, en plena guerra carlista.

Personalidad jurídica propia

¿Qué tenía Navarra para andar por las sendas de la Historia con su propia personalidad? El entramado jurídico-político de la Ley Paccionada de 1841, pobre en su redacción, pero que supuso ser aglutinante de todos los navarros, con colorido político diverso, en defensa del patrimonio histórico común. La gran demostración fuerista de la Gamazada en 1893-1894 fue ocasión clara de afirmar el régimen foral pactado por los liberales, vencedores en la Guerra Civil Carlista de Navarra, con sus homólogos nacionales, incluyendo también las pretensiones de los vencidos carlistas, tan navarros y españoles como ellos.

La Ley Paccionada, celosamente guardada por todas las Diputaciones navarras, consagró un sistema hacendístico propio hasta nuestros días, un control paternal o maternal de la Diputación a los ayuntamientos que la elegían por merindades, y un régimen de Administración propia en todo lo no reservado al Estado en la Ley Paccionada. Quedaba muy cerca el recuerdo de las últimas Cortes de Navarra celebradas en 1828-29, la institución del Virrey, luego Capitán General, Diputación del Reino hasta 1836, y otras manifestaciones de la soberanía conservada por Navarra, reino independiente hasta 1515 y reino unido a los demás de la monarquía, con Cortes propias hasta esa fecha de 1836. Esto ha sido patrimonio común de todos los navarros, en esa institución tan querida hasta la muerte como son los Fueros.

En las dos constituciones republicanas de 1873 y 1931 se planteó la cuestión Navarra. En la primera, su carácter federal dio la posibilidad a Navarra de elegir. Y lo hizo manteniéndose con su personalidad propia. En la II República, con el Nacionalismo Vasco más fiel al integrismo político que en estas calendas, la derecha Navarra y más concretamente el tradicionalismo dudó sobre  la conveniencia de un estatuto común. La minoría parlamentaria vasco-navarra luchó unida en las Cortes españolas en cuestiones importantes de visión de la vida pública y de la configuración institucional. Pero a la hora del Estatuto, Navarra fue por su camino y las tres provincias vascongadas, por el suyo.

Recuerdo en mi niñez, y lo he visto luego en documentos elocuentes, cómo en el régimen de Franco, personalidades destacadas en la vida Navarra dejaron sus cargos por entenderlos incompatibles con los  gobernadores civiles de los Contrafueros, pronto relevados por Franco ante la menor queja de la Diputación Foral, que sabía hacer valer el papel de Navarra en las horas decisivas de 1936.

Navarra ha sido y es un milagro histórico al que han contribuido sus hijos y quienes han elegido esta tierra para vivir, tan diversa entre Montaña pirenaica y vascocantábrica, zona media de pequeñas sierras y Ribera de amplios horizontes. Diversa en sus gentes, con raíces distintas de procedencia vascona, ibera, franca con el Camino de Santiago que surca su territorio, judía, etc. Diversa en sus lenguas, cuna del romance hispano fue san Millán de la Cogolla, en el reino pamplonés cuando aparecen sus glosas; la lengua vasca tiene en Navarra sus plumas más insignes y la mejor riqueza dialectal; el occitano y el francés –que nace con la Chanson de Roncesvalles- han sido también habituales. El español de Navarra tiene una gran riqueza lexicográfica precisamente por el mosaico humano y cultural que esta tierra encierra y por su carácter de región periférica. Todo ello en un territorio que no ha tenido grandes variaciones geográficas desde que, en 1200, los caballeros guipuzcoanos y alaveses decidieron incorporarse a Castilla, a la que se sumó primero, en el siglo XI, con la derrota de Atapuerca la burgalesa tierra de Oña, y después la Rioja del Ebro, no así el apéndice alavés-riojano de la Sonsierra, que duraría hasta el siglo XV,  como la tierra de Ultrapuertos abandonada por su difícil defensa por Carlos I. En contrapartida, tierras de Castilla como Fitero o Los Arcos pasaron al reino de Navarra.

La Historia es ante todo escuela de humildad y no seré yo quien alardee de nada y de nadie. Todos descendemos del Creador y entre nosotros y Adán y Eva hay una cadena humana de nobles, santos, pobretones, calamidades… Navarra ha sabido integrar culturas, salvaguardar sus costumbres, proteger sus intereses. Hoy se pone en entredicho su personalidad y los navarros tienen dentro de su fortaleza gentes minoritarias que abren brechas para que invadan su corazón. Solo será posible si la política desenfrenada, si la contracultura del resentimiento, si la violencia sobre la vida y las haciendas, consiguen sus objetivos. Nos encontramos ante una página apasionante de la Historia de Navarra. Somos sólo seiscientos mil habitantes en un rincón de la España sufriente, en esta Europa itinerante del Camino de Santiago, entre el Pirineo esbelto y el llano del valle del Ebro. Comparta el lector nuestro latir del corazón, la preocupación del mañana y el sentido del ayer.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar