¿Problemas de información? Un curioso antecedente

Pase lo que pase en la vista del juicio por el 11-M, ya hay algo que es irrebatible: los mecanismos de información de la Seguridad del Estado fallaron de manera estrepitosa. ¿Por negligencia o por error de cálculo? Hay un precedente curioso: el de Casares Quiroga, presidente del Gobierno de España el 17 de julio de 1936, ante la conspiración militar contrarrevolucionaria.

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A veces el flujo de la información dentro de las fuerzas de seguridad puede jugar muy malas pasadas. A Casares Quiroga, presidente del Gobierno de la II República, le ocurrió algo singular el 17 de julio de 1936. Desde varios meses atrás, los servicios de información del Gobierno habían desplegado un sistema de escuchas telefónicas con la finalidad de prevenir y, en su caso, abortar cualquier sublevación militar. Así Casares pudo tener información fluida y constante sobre lo que se venía cociendo en torno al general Mola, el sagaz “director” de la conspiración. En un determinado momento, alguien –el director general de Seguridad, Alonso Mallol- le dice a Casares que ha llegado la hora de actuar contra los militares. Casares, sin embargo, prefiere esperar. ¿Por qué? Primero, porque una conversación conspirativa podía servir para apartar a esos militares del mando, pero no para adoptar contra ellos sanciones más severas; después, porque Casares quería esperar un poco más “hasta que den la cara todos”, para que la redada fuera lo más amplia posible y, así, descabezar la resistencia en el Ejército. Tanto esperó que el 17 de julio se encontró con una guerra civil.

El error de Casares fue de método: por esperar a que salieran todos los peces, estos terminaron devorándole a él. Pero ese error de método descansaba en un error de concepto: a lo que el Gobierno del Frente Popular se enfrentaba realmente no era a una conspiración de generales, una “sanjurjada” como la de 1932, según creía, sino a un movimiento de alcance mucho más amplio. Casares esperaba una asonada, un pronunciamiento de viejo estilo, y para ello se había cuidado de colocar hombres fieles en la guardia de asalto y la guardia civil. Esas contramedidas, que deberían haber sido suficientes para frustrar una asonada, no lo fueron para detener el movimiento conspirador. Así el golpe de Estado se convirtió en guerra civil. 

A efectos del 11-M, lo que importa en este ejemplo no son los protagonistas y sus objetivos, sino la constatación de que es perfectamente posible “oler” una trama, vigilarla, identificarla, preparar su desarticulación y, de repente, encontrarse con que el golpe te lo dan a ti, porque te habías equivocado al identificar la presa. Es factible, por ejemplo, que los servicios de seguridad esperaran, por un lado, un atentado de ETA –digamos con mochilas-bomba-, y por otro, un atentado de alguna red islamista –más precisamente, salafista-, pero que a nadie se le pasara por la cabeza la posibilidad de que los islamistas, supuestamente muy controlados, fueran a actuar con un despliegue de medios y recursos más propios de ETA. Es más que posible que la información que tenía cada servicio policial no se pusiera en conocimiento de los otros, ya por una falta de coordinación, ya porque los responsables prefirieran guardársela para sí, fuera esto último por la causa que fuere.

El problema es que la cúpula policial del 11-M, hasta la fecha, no ha reconocido error alguno, que sepamos. Y eso sí que no puede ser.

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