La reducción al absurdo

Fue Aristóteles quien inventó un método infalible para saber si una hipótesis es verdadera o falsa: reducirla al absurdo, es decir, tratar de llevarla hasta un punto donde la conclusión sea falsa. Si se logra, hay que descartar la hipótesis; si no, entonces es muy posible que sea verdadera. ¿Qué tal aplicar el método a las hipótesis en presencia sobre el 11-M?

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JJE

Los medios progubernamentales han tratado de demostrar la falsedad de la “teoría de la conspiración” por un procedimiento que consiste en reducirla al absurdo. Reducida al absurdo, la hipótesis disidente acerca de los atentados del 11-M diría así: con la finalidad de derribar al Gobierno Aznar y cambiar radicalmente la política española, un grupo de gente cuya identidad ignoramos, pero donde debe de haber elementos socialistas, etarras y policías que no estamos seguros de poder identificar, planifica un atentado con explosivos cuya composición y origen desconocemos; atentado que es ejecutado por alguien que no sabemos, pero que no es quien parece, y que después es atribuido a una red de pequeños delincuentes musulmanes y confidentes policiales, organizando inmediatamente un camuflaje generalizado de las pruebas y, acto seguido, tumultos políticos para cambiar el sentido del voto de los españoles. Visto así, no es muy creíble, ¿verdad? 

Ahora bien, del trance de la reducción al absurdo tampoco sale muy bien parada la propia versión oficial. Veamos. Aznar, en su maldad ingénita, nos metió junto a otros cincuenta países en una guerra a la que no fuimos. En venganza, un grupo de radicales islamistas, con el auxilio de pequeños delincuentes comunes y confidentes policiales decide matar españoles. El grupo se reúne en una casa “fichada” por la policía, obtiene explosivos en una mina controlada por la policía, los traslada por sus propios medios a través de las carreteras españolas, los introduce en presuntas mochilas activadas por presuntos teléfonos móviles y, con precisión extrema, los hace estallar en distintos trenes de los que no queda rastro, matando a casi doscientas personas cuyas ropas han desaparecido, y dejando pistas que facilitaran su localización. Acto seguido, los autores, que no son terroristas suicidas, tampoco huyen, sino que se refugian en un piso de Leganés contiguo al de un agente policial, y allí, rodeados por la policía, se hacen estallar con explosivos desconocidos, y ello presuntamente, pues no se ha hecho la autopsia a los cadáveres. Y eso, por no entrar en cuestiones de detalle. Tampoco es muy verosímil, ¿no?

Al observador le quedan dos opciones. Una: escoger entre las dos hipótesis la que menos absurda le parezca. Dos: buscar una tercera hipótesis que resista mejor el duro trámite de la reducción aristotélica al absurdo.

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