En Morales del Vino, provincia de Zamora, un candidato de Izquierda Unida insulta, amenaza y, finalmente, arranca la camisa al candidato del PP, José María Barrios, vicepresidente en funciones de la Diputación de Zamora, y a su hijo, menor de edad. En Bilbao, una cuadrilla de proetarras agrede con golpes y piedras a dos candidatas del PP cuando pegaban carteles. En Valencia, desconocidos lanzan un artefacto explosivo casero contra la sede local del PP. En Móstoles y Pinto, localidades de la periferia de Madrid, las sedes del PP aparecen cubiertas de pintadas amenazantes. En Alcorcón, también en Madrid, un grupo de radicales de izquierda armados con bates de béisbol atacan e insultan a militantes del PP que repartían propaganda electoral, y lanzan piedras contra la furgoneta de campaña del partido. En San Agustín de Guadalix, Madrid, desconocidos destruyen el escenario de un mitin del PP y las cristaleras de las oficinas del partido. En el barrio de Gamonal, en Burgos, elementos de izquierda radical atacan la sede de campaña del Partido Popular y lanzan bolas de pintura contra la fachada. En Vallecas, Madrid, el alcalde Ruiz Gallardón y la concejal Ana Botella son recibidos con gritos de “asesinos” e insultos por varios militantes del PSOE entre los que se halla la vocal socialista en el distrito, Amalia Rodríguez Alonso. El pasado sábado, durante las concentraciones cívicas para exigir el reingreso en prisión del etarra De Juana Chaos, se registraron incidentes violentos en distintos puntos de España. En Ferrol, por ejemplo, un individuo disparó con una escopeta de perdigones contra los manifestantes, hiriendo a una persona.
Esta insólita ola de violencia es fruto directo de la estrategia de tensión orquestada por el PSOE y sus aliados desde hace años. Primero fueron las manifestaciones por el hundimiento del petrolero Prestige, del que se responsabilizó al Gobierno Aznar, y contra la guerra en Irak, igualmente esgrimida contra Aznar (aunque España no envió tropas a esa guerra). Después vino la violenta ruptura de la jornada de reflexión electoral del 13-M, cuando elementos de izquierda organizaron manifestaciones supuestamente espontáneas donde se puso sitio a las sedes del PP al grito de “asesinos”. La tensión siguió después, con el PSOE en el Gobierno, con sucesos tan bochornosos como la detención ilegal de dos militantes del PP. Esta estrategia de diabolización primaria de la derecha ha tenido su correspondencia institucional, en Cataluña, en el Pacto del Tinell, que intentó excluir formalmente al PP de la vida pública catalana.
Parece que la propaganda de la tensión ha terminado arraigando en una izquierda social progresivamente sectaria y fanatizada, hasta el punto de mover a los militantes a emplear la violencia contra una derecha pintada como el supremo mal. El creciente sectarismo de la izquierda se ha extendido a otros ámbitos, como el periodístico, según demuestra la expulsión del periodista Herman Tertsch de la redacción del diario progubernamental El País por ser “de derechas”.
Hasta donde sabemos, ningún portavoz relevante de la izquierda española ha condenado estos actos de violencia.