El Rey visitaba la sede de la Dirección General de la Guardia Civil, en Madrid. Con él, toda la cúpula del Ministerio del Interior. Al final del paseo, según es uso en ese protocolo de la informalidad que se estila en La Zarzuela, el Rey departió amigablemente con los periodistas que cubrían el acto: jijiji, jajaja, la nueva nieta y todas esas cosas. Alguien preguntó si se podía hablar de actualidad. Él dijo que sí. Pregunta: lo de ETA. Respuesta: él está “por encima” y "de eso se encarga el Gobierno”. Nueva pregunta: lo de Irlanda del Norte, el gobierno conjunto de católicos y unionistas, la foto con Blair, el final del conflicto. Reproducimos la respuesta según la ha contado Europa Press:
“Don Juan Carlos calificó de muy importante la imagen aparecida en la prensa del acuerdo de Gobierno e incidió en que ha costado diez años. El monarca añadió que hay que intentarlo, antes de concluir que puede salir bien o no, momento en el que se encogió de hombros. Cuando fue preguntado por un periodista si había "paralelismos" con el caso de España, don Juan Carlos respondió que no es igual”.
¿”Hay que intentarlo”? Llama la atención que sea exactamente la fórmula que La Moncloa expande en todas direcciones desde que comenzó el “proceso” de Zapatero con ETA, fórmula que ha seguido proyectándose machaconamente pese a las cartas de extorsión, pese a la kale borroka, pese al atentado de Barajas y los dos muertos que costó. ¿”Hay que intentarlo”? Después marcó una reserva: “No es igual”. Claro que no es igual. Pero quizá debería haberse extendido sobre este punto, porque, al no hacerlo, lo que quedó en la cabeza de todo el mundo fue ese “Hay que intentarlo”. Por supuesto, es cuestión del Gobierno y él está “por encima”. Pero ¿por encima de dónde, exactamente? Quizás en lo único en que no se equivocó al Rey fue al encogerse de hombros.
Alguien debe decirle algo al Rey
El pasado 22 de marzo, el jurista Manuel Jiménez de Parga recogía en un artículo publicado en ABC el discurso pronunciado por el general Sabino Fernández Campo, conde de Latores y ex jefe de la Casa del Rey, a propósito de la Corona como poder moderador. Algunos párrafos de ese discurso merecen ser recordados. Los reproducimos en la glosa de Jiménez de Parga:
“Es muy conveniente que se conozca la actuación del Rey… Un poder neutro no puede ser tan neutro que no se pronuncie nunca o que nunca se sepa que se pronuncia para moderar lo que necesita ser moderado”.
El Rey debe estar suficientemente informado de cuanto ocurre, tanto en España como en los países del extranjero. Hay que cumplir lo que establece el artículo 62,g), del texto constitucional: “Corresponde al Rey ser informado de los asuntos de Estado”. ¿Cómo se satisface esta obligación constitucional? (…) La Constitución Española no instaura un órgano que asesore al Rey. Pero admite que el Monarca tome contacto con personas e instituciones, lo que sería conveniente en opinión del académico ponente: “Tal vez el Rey pudiera organizar de vez en cuando reuniones conjuntas con diversas personalidades destacadas de la vida nacional, para que deliberaran entre sí sobre temas señalados de antemano por su interés y actualidad, y poder contribuir a esa formación del Rey que debe ser cada día más sólida, más profunda y más variada”.
“En una Monarquía parlamentaria el Rey carece de potestas, pero puede tener una auctoritas, que bien fundada en la dignidad, en la ejemplaridad, en el buen sentido, en el juicio sereno e imparcial, obtenido por una información adecuada y oportuna, pueda adquirir en ocasiones el carácter de una verdadera potestas, a través de la influencia, del consejo y de las advertencias precisas”.
El Rey ha de anticiparse a la toma de decisiones que, una vez adoptadas, no son susceptibles de anulación o de modificación. En concreto, los ciudadanos españoles, ante problemas graves o cuando “enfrentamientos políticos se alejan de un fin conveniente para la Nación, alguien puede preguntar, y de hecho tal vez se pregunta: ¿Qué hace el Rey?”. El Rey “no puede parecer ajeno a los problemas y es conveniente que se trasluzcan a los ciudadanos esas preocupaciones y las gestiones que pueda realizar, siempre que no sea indispensable la reserva”.
“En momentos en que las aspiraciones de algunas autonomías se desbordan y presentan deseos separatistas o independentistas, es muy aconsejable que el Rey intervenga de algún modo y deje constancia de la necesidad de mantener la unidad y la integridad de la Patria”. “La aprobación de determinados estatutos de autonomía y los propósitos de reforma constitucional para aumentar las facultades atribuidas a las Comunidades deben ser limitadas por la necesidad de mantener la unidad y al Rey no puede dejar de corresponder realizar las gestiones que lleguen a conocimiento de los españoles en general”.
El “nebuloso poder moderador” ha de traducirse en actuaciones concretas, con la posibilidad de anticiparse a decisiones erróneas, en virtud de la suficiente información que debe poseer el Rey. “La actuación del Rey no puede por menos de estar siempre influida por la preocupación de poner de manifiesto la actividad y el acierto con que la realiza. No puede limitarse a ser una figura simbólica, en la que no se descubran los efectos de la misión que desempeña. El Rey no puede estar tan por encima de los problemas o ajeno a ellos que se pierda en la altura de las nubes y no trascienda a los ciudadanos el papel que desempeña en el Estado del que ostenta la Jefatura”.
No se puede decir más claro.