Irrelevancia exterior. “España ha vuelto a Europa”, nos dijeron, demagógicos, después del 14-M. Frente a la torva foto de las Azores, el radiante eje Madrid-Paris-Berlín. Pero en cuatro años todo se ha ido a hacer gárgaras, y en el eje famoso no es que Madrid se haya caído, sino que ha salido propulsado hacia algún lugar perdido de la estratosfera. Sólo nos hacían caso en Rabat, La Habana y Caracas, y ya ni eso. De Washington, mejor no hablar. Son razones de peso para no votar a ZP.
Elmanifiesto.com
La política exterior es por antonomasia la política de las realidades. Todo país está inmerso en una serie de circunstancias objetivas más poderosas que cualquier ideología y que cualquier voluntad: circunstancias geográficas, demográficas, políticas, económicas, geopolíticas… Esas circunstancias objetivas determinan la posición de un país en el mundo y, por tanto, guían fatalmente las líneas generales de su política exterior. España es lo que es y está donde está, y no podría ni ser otra cosa ni estar en otro lugar. Por eso la política exterior española ha venido siendo básicamente la misma durante los gobiernos de Franco, de Suárez, de Felipe González y de Aznar. Por supuesto, siempre es posible modular esa política exterior en diferentes tonalidades, pero la melodía de fondo necesariamente ha de ser la misma.
La política exterior de Zapatero no ha podido cambiar la melodía, evidentemente. Nadie puede hacerlo so riesgo de meter al país en un berenjenal para el que no estamos preparados: necesitaríamos ser autosuficientes en fuentes de energía y en materia militar, y no lo somos. Por tanto, seguimos siendo miembros de la UE, de la OTAN y aliados dependientes de los Estados Unidos. Pero aunque ZP no ha podido cambiar la melodía, sí ha intentado por todos los medios atenuarla, bajarle el volumen, ocultarla, hacerla imperceptible. Y sobre ese fondo de silencio, ha tratado de hacer llegar a todas partes un discurso irreal: alianza de civilizaciones, hostilidad hacia los Estados Unidos, relaciones privilegiadas con África (aún recordamos el baile africano de la vicepresidenta), amistad con Marruecos, connivencia con Fidel Castro, con Hugo Chávez, con Evo Morales…
Ha sido la peor política posible. Ha conseguido que los aliados tradicionales marquen distancias hacia España, y no ha conseguido que los nuevos aliados –Chávez y compañía- nos echen una mano, porque, a fin de cuentas, seguimos siendo un país occidental, capitalista y rico, es decir, poco de fiar. Ahora nos encontramos en una situación lamentable: no nos respeta nadie. Éxitos de la “diplomacia callada” del ministro Moratinos.
De Caracas a Rabat
El caso de Marruecos es muy significativo. El Gobierno Zapatero ofreció a los españoles un panorama de paz, entendimiento y concordia con Marruecos. Todos recordamos el viaje marroquí de Zapatero antes de las elecciones (aquella foto, aquel mapa de la “marroquinidad”), el rápido acercamiento a Rabat una vez el PSOE en el poder y, desde entonces, los sucesivos gestos de amistad con nuestro vecino del sur, incluida la familiaridad del ministro Moratinos. Las relaciones con Marruecos parecían firmes y estables. Hasta que el Rey viajó a Ceuta y Melilla. Entonces las cañas se volvieron lanzas. Súbitamente, se diría. De hecho, a todos los entendidos les sorprendió la hostilidad marroquí hacia esa visita: ¿Cómo era posible que el Gobierno no lo hubiera arreglado antes con Rabat, para evitar tensiones? Es una pregunta sin respuesta. O más precisamente: la respuesta la ha dado Marruecos al anunciar que planteará ante la ONU la “marroquinidad” de Ceuta y Melilla. Las opciones de que esa iniciativa prospere son escasas, pero eso es, en realidad, lo de menos. Lo verdaderamente importante es que de repente nos encontramos con una crisis hispano-marroquí más grave aún que la del islote Perejil.
Un movimiento semejante es el que se ha producido en las relaciones con Venezuela. El régimen de Chávez era otro de los aliados del zapaterismo. La línea social-indigenista que lleva desde La Habana hasta La Paz pasando por Caracas se nos presentó como un nuevo eje de poder amigo de España. En esa construcción no se ahorró detalle: incluso se presentó como el horizonte de la nueva España frente al periodo de Aznar. Hay que recordar lo que los medios de comunicación de la órbita gubernamental silencian: que fue el propio ministro Moratinos el que, sin poder aducir pruebas, acusó a Aznar de ayudar en un golpe contra Chávez. Las armas de la demagogia las carga el diablo. La hostilidad de Chávez contra España aprovechó la cumbre iberoamericana para desatarse sin recato. Parece claro que se trataba de una operación premeditada: no hay más que ver la explotación posterior del asunto por parte de Chávez. El hecho, en todo caso, es que también esta alianza se ha roto abruptamente, y con el mismo resultado que la marroquí: no un mero distanciamiento, sino una declaración de hostilidad en toda regla.
Desde el punto de vista de la política exterior, en general, España acaba de pagar duramente un error de primera magnitud: no es posible buscar acuerdos duraderos ni establecer climas de confianza con regímenes que consideran la política extranjera como un mero instrumento de sus ambiciones nacionales. Este último es el caso de Marruecos y de Venezuela. Todos lo sabían, pero Zapatero no lo quiso ver. Ahora su ceguera la pagaremos todos.
¿Hemos conseguido, al menos, aislarnos del mundo en una nube de paz? No. Lo demuestran nuestras misiones militares en el extranjero. “No a la guerra”, decían. Frente al mundo belicoso y áspero de Aznar, el país pacífico y blandito de ZP. Pero resulta que no, que los nuestros mueren lo mismo en Afganistán o en el Líbano. Con la diferencia de que, antes, sabíamos que eran soldados en zona de guerra, mientras que ahora pretenden, sinvergüenzas, hacernos creer que se trata de cooperantes en benéfica asistencia social. Duele la muerte, claro, pero duele mucho más el choteo. La gente ha terminado dándose cuenta, como era de esperar. ¿No a la guerra? Fracaso.
Son razones de peso para no votar a ZP.