Rajoy agota al presidente

Por qué Zapatero perdió el debate

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Las encuestas dirán lo que quieran (lo que quieran los encuestadores), pero los observadores imparciales son casi unánimes: el debate del lunes lo ganó Rajoy o, para ser más precisos, lo perdió Zapatero. Frente a la acometividad tranquila del líder del PP, el presidente se encerró en una actitud defensiva de la que sólo salía para hablar de la guerra de Irak. ZP dio la impresión de no tener nada nuevo que decir.
 
Mal maquillado –esas cejas insostenibles-, sentado en el borde de la silla, con la espalda en posición incómoda, visiblemente afectado –esas muecas de la boca- por cada uno de los golpes que le asestaba el rival… A Zapatero se le vio flojísimo. Dio la impresión de haber saltado al ring excesivamente confiado en sus palabras, en su fuerza dialéctica, en su capacidad para improvisar discursos… Nada de todo eso le sirvió porque Rajoy escogió una estrategia retórica implacable: fijar cuatro o cinco ejes temáticos especialmente sensibles para el presidente –la inmigración, los precios de los alimentos, el terrorismo, etc.- y no salirse de ahí. Cuando Zapatero intentaba eludirlos, Rajoy volvía a la carga y reprochaba a su rival el no entrar a ellos. Así se cimentó, minuto a minuto, la impresión de que ZP no tenía nada que ofrecer.
 
Notaría el espectador imparcial que Rajoy tampoco dijo nada en particular, ninguna propuesta de gobierno concreta, formulada en términos inequívocos. Es que no había ido a eso. Al aspirante se le presupone que ha de ir a demostrar que tiene un proyecto mejor. Rajoy, sin embargo, rompió el guión. No le interesaba tanto demostrar que tiene un proyecto como dejar en evidencia la falta de proyecto del rival. Su objetivo no era decir “soy mejor”, sino que el espectador dijera “Zapatero no es de fiar”. Es una estrategia comprensible por dos motivos: primero, porque este es un debate a dos vueltas, luego ya habrá oportunidad –el próximo lunes- de detallar un proyecto propio; después, porque la fuerza de Zapatero reside precisamente en su capacidad –mímica, gestual- para ganarse la confianza del ciudadano medio. Esa fuerza quedó quebrada en el debate de este lunes.
 
El presidente, asombrosamente, afrontó este debate con la actitud del acusado en el tribunal. Es llamativo, porque todo presidente, después de cuatro años de gobierno, tiene a su favor la baza inmejorable de las realizaciones. Cierto que las realizaciones del gobierno ZP han sido magras, pero incluso éstas pueden ser pomposamente exhibidas con un buen tratamiento retórico, como demostró Solbes en el debate con Pizarro. Zapatero, sin embargo, se enganchó a frases hechas enunciadas en términos más propios de la jerga política que del lenguaje de la calle, y las repitió tantas veces que comunicó una impresión penosa: una vez más, que tenía muy poquito que ofrecer. Es realmente sorprendente que nadie en el gabinete de ZP haya preparado respuestas convincentes para esos asuntos que están en la calle, que Rajoy sacó una y otra vez y que, además, era perfectamente previsible que sacaría: los precios, la inmigración, etc. ¿Tan endiosados están que consideran innecesario protegerse el hígado de esos golpes? El resultado fue que ZP terminó el debate con el hígado como un pimiento morrón.
 
Balance provisional: Rajoy ha reafirmado su liderazgo ante sus electores. Zapatero no ha perdido el suyo ante sus propios votantes, pero ha quedado doblemente tocado: ante el votante indeciso, no se ha mostrado como alguien de fiar; ante el votante radical, ha perdido fuerza movilizadora. El lunes que viene, nuevo debate. Será definitivo.

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