FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ
“La política es hoy teología. La democracia se ha convertido en religión ecuménica y, por ello, en ídolo, en fetiche, en superstición. Ya no es una pauta de convivencia, un marco, un organigrama incoloro e indoloro, un sistema de gobierno. Se ha cargado de ideología, fideísmo y liturgia. Ahora es un Régimen.
Recurriré a unos símiles…
Sostenía Roma (ya no lo hace, in nómine de la corrección política) que fuera de la Iglesia no hay salvación. Lo mismo dice, de sí misma, la democracia.
Los Reyes Magos traen carbón a los niños que no se portan bien. Los países democráticos se niegan sistemáticamente a ayudar a quienes no lo son y exigen, para abrir el grifo de la sopa boba y el cepillo de las limosnas, que los gobernantes réprobos llamen a elecciones (casi siempre amañadas) por sufragio universal, bisexual y multiculturalista.
Los voceros de la democracia sustantivan los adjetivos, como también lo hacían los inquisidores y lo hacen ahora los telepredicadores, y dan en actitudes tan reduccionistas y maniqueas como la de dividir la sociedad entre los violentos y los demócratas olvidando que cabe ser lo uno y lo otro al mismo tiempo o, incluso, ni lo uno ni lo otro. Para la Iglesia, de igual forma, sólo hay, en la grey humana, justos y pecadores.
No hay religión monoteísta que no tenga Sagradas Escrituras. La democracia también las tiene: su Biblia es la Carta Magna. Lo que en ella está inscrito es Palabra de Dios, Tablas de la Ley, Arca de la Alianza, mandamientos del Sinaí. Herejes o reformistas luteranos son quienes desean modificarla y ortodoxos, literalistas, integristas, contrarreformistas tridentinos quienes se oponen a ello.
Ya hay niños, sobre todo si son niñas y nacen el 6 de diciembre, a los que sus padres inscriben en el Registro Civil con el nombre del santo del día: Constitución. ¿Por qué no instalan en las Cortes una pila bautismal? Pronto habrá que santiguarse para entrar en ellas. ¿Se imaginan a Bono vestido de cura con un rorro entre los brazos? Yo sí.
¡Huy, lo que he dicho! ¡Ave María de la Constitución Purísima! Circunstancia atenuante: por razones de edad no he podido asistir a las clases de Catecismo, digo, de Educación para la Ciudadanía. Impónganme sus Señorías la penitencia que juzguen oportuna. ¿Subir de rodillas las escalinatas del Congreso? Sea. ¿Tragarme de pe a pa el debate sobre el Estado de la Nación? Son ustedes excesivamente duros, pero en fin… ¿Cómo? ¿Que además tengo que leerme de cabo a rabo todos y cada uno de los artículos de la Constitución? ¡Ah, no, por ahí no paso, eso sí que no, María Constitucionita, que no, que no!
Obsérvese, por cierto, el paralelismo que existe entre el día citado —6 de diciembre, fiesta de la Epifanía de la Democracia— y los del 25 del mismo mes, en el que los romanos celebraban la festividad del Emperador Augusto e Invicto y los cristianos la Natividad del Señor, y el 6 del siguiente. En ambas fechas fueron los adoradores —plebeyos y patricios— del Niño a Belén. ¿No es, acaso, lo mismo que hacen ahora los ciudadanos, pastores o reyes que sean, cuando graciosamente se les permite acceder el Día de la Constitución al suntuoso paritorio donde nació ésta y se forman larguísimas y piadosísimas colas de gentes de buena voluntad en la Carrera de San Jerónimo y calles aledañas?
Me acuso, padre, de que yo no haría eso ni aunque me llevaran en parihuelas de colchón de pluma dos serranas del Arcipreste con las tetas bamboleantes a modo de balancín.
¿Cabe establecer un paralelismo análogo al de la Pascua de Navidad entre la de Resurrección y la de, digamos, Reencarnación o Regeneración de la Democracia? ¡Hum! No sé, no sé… Mi red de equivalencias politeológicas arroja ahí una desmalladura, pues la resurrección de ésta, para producirse, exigiría, como la de Cristo, una Crucifixión previa, y eso es algo que, gracias a Dios y al Ejército, ya no sucede casi nunca, o que en todo caso, si sucediera, no lo haría ateniéndose a periodicidad alguna. Y si digo casi es porque a veces, ¡malhaya!, irrumpe en el hemiciclo con su tricornio de charol echando chispas un coronel ansioso de emular a Herodes, a Judas y a los jueces del Sanedrín. Anécdotas, por lo demás, que ningún estigma dejan en el cuerpo glorioso de la Inmaculada Democracia.
Ésta, por añadidura, tiene, como todas las religiones, su propia Parusía, su Maitreya, su Mahdi, su Kalki, su Quetzalcóatl… Habrá siempre —bien se lo avisamos los antifranquistas a la Bestia 666 de Cuelgamuros— una Segunda Venida.
Lo que sí existe en el devocionario de la democracia es la obligación de comulgar por Pascua florida, aunque los diputados —más tolerantes en eso que los curas— no nos piden que lo hagamos al llegar la primavera, sino sólo una vez cada cuatro años, a condición de que no se produzcan graves alteraciones del orden constitucional y sacerdotal dentro o fuera de la Basílica guardada por los leones del evangelista Marcos. Y, de igual modo que en la comunión cristiana introduce el feligrés una fina oblea por la hendidura de su boca, así también desliza el probo ciudadano una feble papeleta por la ranura de la Urna, que es el Copón, cuando repican las campanas de las elecciones. Son éstas ágape, festín de cordero pascual, Última Cena. Dicen los que las convocan y las gentes pías que es una fiesta. Yo, que soy un demonio, la aprovecho para irme a Castilfrío o a las antípodas. Si no me gusta el poder, ¿por qué voy a delegarlo?
¿Procesiones? Manifestaciones.
¿Sermones? Mítines. El Papa también los da ante muchedumbres que lo jalean, corean consignas y aguardan milagros. Los políticos, en tales circunstancias, prometen éstos, ofrecen paraísos que jamás llegan, asustan a quienes voten por sus adversarios con infiernos que sólo en su imaginación existen y predican, desde el púlpito de la tarima, sin dar trigo.
¿Misioneros y huchas del Domund? No han de faltar. Esgrimen éstas y ejercen de aquéllos los cooperantes, los miembros de las oenegés, los voluntarios y los funcionarios de los organismos internacionales. Casi todos, por cierto, viven como curas.
¿Índice, Santo Oficio, excomuniones? Corrección política.
¿Diezmos y primicias ofrecidos a la Santa Madre Iglesia? Es ahora el Padre Estado quien los exige y recibe. Lo de diezmos es un decir, porque el arzobispado de Hacienda aplica tipos impositivos muchos más altos que los de Roma.
¿Obras de misericordia? Seguridad Social.
¿Magisterio de la Iglesia? Escolaridad obligatoria, planes de enseñanza y Formación del Espíritu Nacional, digo, Educación para la Ciudadanía.
¿Órdenes monásticas? Partidos políticos, opulentos algunos, como el PP o el PSOE, y mendicantes otros, como Izquierda Unida y los grupos extraparlamentarios, pero con una característica en común: todo, en sus respectivos ámbitos, es bueno para el convento.
¿Voto de obediencia? Lo hay: disciplina de partido, para sus Señorías, y listas cerradas para los hermanos legos que acuden, tolón, tolón, a votar.
¿Voto de pobreza? Sí. El de quienes al ocupar un cargo hacen público su patrimonio como garantía de que cuando lo dejen sólo se habrán enriquecido sus parientes, amigos, queridas, secretarias y testaferros.
¿Voto de castidad? También, pero sólo en otros países, mayormente nórdicos y anglosajones. En España, para eso, tenemos bula, concedida, entre otros, por el Papa Borgia, que era valenciano.
¿Concilios? Los hay de todas clases, como en la Iglesia. Pueden ser ordinarios y extraordinarios o ecuménicos —la Asamblea General de las Naciones Unidas o las reuniones en la Cumbre— y nacionales o locales, que coinciden en cada país, los primeros, con el debate sobre el Estado de la Nación, y los segundos, sólo entre nosotros, con el de las Autonomías. Entre los extraordinarios, por lo que hace a la brega sinodal de la curia democrática, destacan, por su mayor alcance teológico y boato litúrgico, los constituyentes. En ellos, In God we trust, cabe modificar lo establecido en el Libro del Génesis por los patriarcas bíblicos y los Padres Fundadores —Moisés, Abraham, Clemente, Tertuliano, Pérez Llorca, Solé Tura, Fraga, Cisneros, Guerra, Abril Martorell, Peces Barba, qué sé yo— tal y como lo hiciera, por ejemplo, en lo concerniente a los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional, el buen Jesús Juan Bautista Adolfo Suárez durante los años de la Santa Transición del francopaganismo a la cristodemocracia, convertida luego en telecracia y cleptocracia, vulgo desencanto. Nada nuevo. También se acusa a la Iglesia de haber fundido en oro las sandalias del pescador.
¿Habemus, en la democracia, Papa? Sí. Es el presidente del Tribunal Constitucional, cuyas sentencias sobre cuestiones que afecten al Dogma son, como las del Santo Padre de Roma, ex cathedra, infalibles e inapelables.
Año tras año, el 25 de julio, me quedo sobrecogido ante la pantalla del televisor al comprobar que los Reyes, una vez más, se han personado en la catedral de Compostela para presenciar la tradicional ofrenda al Apóstol que jamás estuvo en España. ¡Y aunque hubiese estado!
Imaginen mi estupor, y mi rubor, el día en que con estos ojitos castaños que algún día devorará la tierra del cementerio de Castilfrío vi cómo un destacado dirigente del Partido Popular se plantaba en la cripta jacobea para pedir a los huesos que en tal sitio no se pudren que echasen una mano en lo relativo a la catástrofe del Prestige.
Hace cosa de un par de años —ejemplos, sólo ejemplos… Los hay miles— nombraron a santa Eulalia alcaldesa perpetua de Mérida y Ruiz-Gallardón renovó el voto que consagra la Villa y Corte (de los Milagros, habría que añadir) a su santa Patrona. ¿Será la Almudena concejala del PP? ¿Y si se descubriera que vota al PSOE?
Y encima se meten con el Caudillo por lo del brazo de santa Teresa y el manto de la Pilarica… ¡Pero si era, en comparación con todo esto, un triste aprendiz de brujo!
¿Laicismo? Ya, ya. ¡A otro perro de san Antón o de san Roque con ese hueso de santo! ¿Y si pusiéramos un poquito de ilustración y algo menos de religión en el estado confesional que nos rodea y que nos venden por lo que no es?
Dicho queda. Crucifíquenme, puesto que de politeología hablamos, pero dense prisa, porque soy viejo, estoy asqueado y tengo el pie en el estribo y las maletas hechas. ¿Qué tal si me enviasen al este del Edén? Ex oriente lux. Sería un placer.”