Pero la ideologización no sólo proviene de quien asegura que la celebración fue "un acto electoral" (editorial El País 02/01/08), también se cuela entre los que quieren remar a favor. Con buena intención, otros explican el "family day" de Madrid como una "muestra de fuerza de la Iglesia", un ejercicio de poder. Y poder hubo el domingo en Madrid, pero del auténtico, el poder del testimonio de cientos de miles de personas, de la gente-gente que salió a la calle para expresar sus certezas. Auténtico pluralismo democrático.
Los cardenales Cañizares y Rouco supieron en sus intervenciones, con sus palabras de agradecimiento aliento, destacar que el protagonismo de la concentración era de las familias, de su vida, y no de un algún proyecto político -que no existe- para recuperar una hegemonía -que nadie pretende-.
La celebración en la Plaza de Colón ha dejado claro que la tradición mayoritaria en España entiende y vive la familia como la relación entre un hombre y una mujer, idealmente enfocada a la indisolubilidad, y abierta a la fecundidad de unos hijos, para los que reclama libertad educativa. El partido que gobierna, a juzgar por su reacción, ya ha tomado nota del hecho y lo lógico es que lo hiciera el principal partido de la oposición, que en este momento ultima la redacción de su programa electoral. España es uno de los países que peor política familiar tiene en la Unión Europea, porque siempre ha hecho una valoración privada de esta institución. Y con lo sucedido el 30 de diciembre, las cosas pueden empezar a cambiar.
Pero haríamos un flaco favor a todos los que salieron de sus casas el domingo si corriéramos hacia las consecuencias y diéramos por supuesto el origen de lo ocurrido. Como señaló Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, se ha tratado de un hecho inaudito: después de décadas bajo el bombardeo de una cultura dominante que ha atacado y ridiculizado el valor de la familia, la experiencia de cientos de miles de españoles que la perciben como un bien ha sido más potente. Ésta es la fuerza de lo ocurrido en la Plaza de Colón, la fuerza de una experiencia que ha tenido la capacidad de desarrollarse en condiciones muy adversas. Los sistemas de valores y los proyectos sociales, aunque sean buenos, no tienen la capacidad de resistir de ese modo al poder y de generar espacios como sí lo tiene la experiencia de una humanidad mayor, la que genera el cristianismo.
Lo que vimos el pasado domingo no es otra cosa que la expresión de una fe, libremente sostenida, convertida en forma de vida, en cultura, en uno de los ámbitos más concretos: en el doméstico. Ahora sería un gran error "cambiar el método" y administrar todo ese patrimonio que desbordó el 30 de diciembre como si fuera un bien heredado que creciera silvestre y al que se le puede "utilizar" con otro fin.
En lo sucedido está la indicación para continuar la tarea. La Plaza de Colón repleta pone aún más de manifiesto la necesidad de maridos y mujeres, hijos y hermanos, acompañados por un rico tejido de parroquias, nuevos movimientos y comunidades en los que la Iglesia se hace educativa, sobre todo para los adultos. Sería irresponsable, con la euforia del éxito, olvidar que el gran trabajo pendiente, en un país como el nuestro, en el que prácticamente desde el siglo XVII se ha dado por supuesto el catolicismo, es educar en la conveniencia humana de la fe. La familia puede ser una primera evidencia de la ley natural, pero, abandonada al naturalismo, sin asumir crítica y positivamente la tradición recibida, está seriamente amenazada. Educación, pues, y construcción común. Los participantes en la celebración daban por buenos los sacrificios que supone un acto así porque habían tenido la ocasión de "reconocerse" públicamente.
Hay un primer nivel de ese reconocerse que es el de salir a la calle juntos. Es útil en determinados momentos pero no puede ser el habitual para la construcción de una presencia pública. La forma madura del reconocimiento y de la expresión común son las obras: asociaciones, empresas, grupos de todo tipo que de forma cotidiana dilatan, expresan y trabajan por el bien que supone la familia en todos los ámbitos sociales. Es entonces cuando tiene sentido el trabajo político -sin ser herramienta de nadie-. Siempre al servicio de la experiencia.
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