Un análisis implacable

Por qué el PP nunca gana las elecciones en Andalucía

En 1980 la derecha española cometió un error garrafal, histórico, de esos que tardan cinco o seis lustros en enmendarse y toda la vida en olvidarse. Mientras se inauguraba el "Estado de las autonomías", otorgándosele rango de “históricas” al País Vasco, Cataluña y Galicia –con todos los privilegios que ello aparejaba a dichas comunidades–, la UCD gobernante pretendió colocar a Andalucía en el camino lento autonómico, la segunda fila de aquel nuevo diseño de organización administrativa y territorial. Así se entregó la exclusividad del andalucismo al Partido Socialista. Desde entonces, y a lo largo de un cuarto de siglo, el PSOE ha construido un mecanismo de poder orientado a la hegemonía perpetua.

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José Vicente Pascual
 
No vamos ahora a valorar lo oportuno y ajustado al interés de la nación, es decir, el pueblo soberano, de aquella eclosión autonómica, con lo mucho que tuvo de claudicación ante los partidos y movimientos nacionalistas, quienes consiguieron enquistarse en el poder regional y desde su sólido fortín, combinando más o menos hábilmente el victimismo y la iracundia vernácula, poner al Estado contra las cuerdas cada vez que ha convenido a las apetencias de las oligarquías periféricas. De lo que se trata es de reparar en el sinsentido de, una vez abierta la puerta a esta feudalización del poder político, pretender que Andalucía, con una larga historia de postergamiento y atraso a sus espaldas y un peso electoral decisivo en el conjunto de la nación, fuera a conformarse con aquellos planes, dejando pasar por delante los derechos de catalanes, vascos y gallegos y quedando en la inopia ante la aparatosa evidencia de que el gran sur también podía participar en lo más jugoso del reparto.
 
Se entregó la autonomía a los socialistas
 
Ése fue el error, o mejor dicho, el primero. El segundo, más descabellado aún, fue oponerse al proceso autonómico andaluz, vía artículo 151 de la Constitución, alegando como mejor argumento el famoso eslogan proclamado por el inefable Lauren Postigo: “Andaluz, éste no es tu referéndum”. Precisamente la ciega oposición de la UCD y AP a un derecho que reconocían sin mayores problemas para otras regiones, convirtió el referéndum autonómico en un ingente, apasionado reto emprendido y asumido como tarea histórica por los sectores más inquietos y políticamente comprometidos de la población andaluza. Las condiciones extremadamente difíciles que se interponían en el camino del 151 (el SÍ debía superar el 50% del censo total, de modo que la abstención se contabilizaba como un NO en la práctica), amén del ya dicho antagonismo del entonces gobierno de la nación, unido a la irritante sensación de ninguneo y la carrera de obstáculos que se erigió ante los partidarios de la autonomía de primera, cohesionaron al máximo la voluntad del electorado, confiriendo a aquellos afanes el rango de épica popular.
 
Por mucho que los nacionalistas andaluces (que los había y los hay), hayan recurrido a lo largo de su historia a mitos como el de Blas Infante, el himno y la bandera tradicionales y demás tramoya iconográfica, puede afirmarse en rigor que Andalucía se constituye a sí misma como moderna comunidad histórica justo en el proceso de consecución de su estatuto. Una vez logrado el objetivo, en plena efervescencia del vitalizado orgullo andaluz y tras una largo combate ideológico que por obcecación de la derecha tuvo vencedores y vencidos, las fuerzas de esta última se encontraron prácticamente finiquitadas, exánimes y sin argumentos, casi avergonzadas por su “metedura de pata” ante una izquierda que surgía imparable y que en los primeros comicios autonómicos, como era de esperar, arrasó en las urnas.
 
Fue ésta la gran ocasión del PSOE, y a fe que no la dejó escapar. Puede decirse y pensarse lo que se quiera sobre este partido y su trayectoria en aquellos y en estos años, mas parece indiscutible que sus dirigentes (los cuales, a su vez, eran la voz cantante del socialismo en toda España) supieron aprovechar a fondo el rédito obtenido. Autoproclamados El Gran Partido de los Andaluces (al estilo del Viejo Gran Partido republicano en los USA, vista y despejo publicitario nunca les ha faltado), iniciaron tenazmente lo que llamaban “proceso de inserción en el tejido social”, es decir, aplicar a gran escala la máxima de Gracián: “Hacerse imprescindibles, pues la naranja exprimida va del oro al lodo y una vez acabada la dependencia, acabada la correspondencia”.
 
Cómo el PSOE se hizo imprescindible
 
El plan era ambicioso y al mismo tiempo sencillo: convertir al partido en intermediador necesario entre la sociedad civil y el poder real, de modo que los designios y fortuna del pueblo andaluz quedasen vinculados a la suerte de esta formación política. No solamente se reivindicaba el liderazgo sino que se distinguía a tal función de prevalencia con los atributos precisos para que, en el caso de menoscabo de poder, una inmensa mayoría de andaluces sintiera que eran ellos mismos quienes perdían capacidad de decisión y protagonismo en la vida pública, al tiempo que sus intereses particulares quedarían igualmente mermados. Esta asimilación entre los intereses del partido y de la población no es nueva, desde luego, sino más bien tradicional en todos los movimientos de corte populista y, por supuesto, totalitarios. Pero a ellos, el Gran Partido de los Andaluces, les salió bien la jugada y hasta la presente han mantenido intachable su imagen y, en cierto sentido, maneras de partido democrático.
 
El PSOE de Andalucía ha ganado todas las elecciones autonómicas desde 1982, por mayoría absoluta excepto en una ocasión, pequeño traspiés del que salió muy bien librado gracias al apoyo de los nacionalistas del PA. Son ya veinticinco años los que lleva en el poder por mandato de las urnas, y en este último cuarto de siglo ha hilvanado una red tan extensa y poderosa de intereses que descabalgarlo del gobierno de la Junta de Andalucía no es un problema de argumentos, de liderazgo, de recambio o alternancia; ni siquiera de programa. La labor sería mucho más compleja: cambiar la estructuración y articulación de la sociedad andaluza en todos los órdenes, al punto de que el PSOE dejara de ser imprescindible. Hablemos claro: todos los ámbitos y sectores decisivos para el normal funcionamiento y desarrollo de la sociedad andaluza, incluso para garantizar la convivencia en una comunidad que continúa lastrando algunos signos de retraso respecto al conjunto de España, están controlados férreamente por el socialismo andaluz.
 
Para empezar, el ahorro. La reforma estatutaria de las cajas de ahorro puso en manos del PSOE la gestión de las principales entidades financieras. UNICAJA, Caja Granada, Cajasur, Cajasol, etc. El empresariado depende del circulante, y el dinero crediticio, en porcentaje muy elevado, se gestiona en última instancia desde los centros decisorios de la acción política. La dependencia del empleo, a la vista de lo anterior, es evidente. Las cajas rurales otro tanto, es decir, el campo, el campesinado y la clase jornalera, todo se lo deben a los sucesivos planes de empleo agrícola. La presencia del binomio Junta-PSOE es tan poderosa que a través de sociedades privadas de derecho público han intervenido en el mercado desde sectores fundamentales, desde las garantías crediticias recíprocas entre el empresariado (Avalunión), hasta cadenas de supermercados de confusa propiedad "estatalizada", como es el caso de los populares Supersol y otros consorcios de explotación y distribución de bienes agropecuarios de consumo. La financiación de los ayuntamientos pasa por la misma criba. El funcionariado, cada vez más politizado al estilo de como soñara el peronismo el ejercicio de la función pública, actúa más como agente de un proyecto social -los designios estratégicos del PSOE para Andalucía-, que como mero agente laboral en el terreno de lo público.
 
La cultura se encuentra intervenida, en lo sustancial controlada por la omnímoda Empresa Pública de Gestión de Programas Culturales, mayúsculo organismo que administra las subvenciones en función (sutil desde luego) de la adhesión y lealtad política. La educación, los servicios sociales, las infraestructuras…, todo está en las mismas manos y de la misma voluntad depende. La información es materia aparte, pues si en otros campos la influencia es enorme aquí resulta absoluta. A través de tres emisoras de TV (Canal Sur, Canal Sur 2 y CS Internacional), y de una prolija red de radios regionales y locales cuya estrella es, como no, Canal Sur Radio, la pesoización del imaginario compartido y el conveniente adoctrinamiento de las masas es cosa cantada. Incluso las episódicas disfunciones del sistema, la gallina respondona como pudo ser el caso del GIL en Marbella y la Costa del Sol y otros semejantes, han sido fenómenos controlados. A estos peculiares disidentes de la corrupción local se les ha dejado remar y remar hasta que la cesta estaba llena, tal como vaticinase, hace casi diez años, un veterano dirigente de la ejecutiva regional socialista. Nada se les escapa y tal circunstancia les rinde el beneficio añadido de dar la impresión de que no sólo lo controlan todo, sino que todo lo pueden.
 
¿Hegemonía perpetua?
 
En Andalucía no hay una burguesía autóctona con intereses particulares que enfrentar y defender ante los del conjunto de España, pero sí se ha fraguado una nutrida clase política, incombustible, con idéntica vocación de “bloque histórico”. Su lucha es la razón de ser de una arraigada estirpe que ya cuenta con sus propios hitos legendarios, sus iconos ideológicos y sus personalidades ilustres, quienes lucen con aura propia en la historia reciente. Cualquier vecino del sevillano barrio de Bellavista sabe que decir “Felipe González” equivale a invocar un nombre venerable. Se estaría o no de acuerdo con él, pero se le respeta porque cualquier sociedad civilizada guarda devoción por sus hijos más preclaros; y Felipe González, con todo a favor o con todo en contra, nació en esta populosa barriada y fue, nada menos, presidente de España.
 
Por supuesto, al dinámico PSOE de Andalucía no se le escapa el detalle de dar chance al adversario. A fin de cuentas vivimos en una democracia y no es conveniente dar apariencia de implacable monolitismo en el ejercicio del poder. La oposición, el PP sobre todo, tienen su oportunidad en las elecciones municipales. Desde el estado mayor del PSOE de Andalucía se analizan los posibles resultados, ciudad por ciudad, pueblo por pueblo, se decide qué batallas merecen la pena ser libradas y en cuáles se puede ceder terreno al oponente; se pone en práctica la estrategia y, por lo general, no se equivocan mucho en el cálculo.
 
En definitiva, el partido socialista, desde que hace treinta años se instituyó en germen la actual Junta de Andalucía (pues siempre ha estado al frente de dicha institución), ha levantado en esta comunidad un auténtico régimen político caracterizado por la vertebración “desde arriba” de los afanes de estabilidad y progreso de los andaluces, identificándolos con sus propios intereses de partido. El PP y su eterno candidato, el simpático y paciente Javier Arenas, insisten en conceptos tales como “clientelismo político”, “voto cautivo” y semejantes. Lo cierto es que, con ser considerable la fuerza electoral de dicho voto cautivo, el elemento decisivo a la hora de volcar las urnas en favor del PSOE no es el ya el miedo a perder lo que se tiene, sino la esperanza personal de realizarse y prosperar en un marco de relaciones económico-sociales sólidamente preestablecido. La idea de transformar el actual panorama, para muchos andaluces, no significa cambiar el bienestar de hoy por un incierto mañana, sino rehacer sus perspectivas de futuro, concebidas y planificadas tal como la gente del común organiza el porvenir: contando con que las cosas no vayan sufrir excesiva modificación. Cuanto más tiempo se perpetúa una persona, un partido, una idea en el poder, más difícil resulta convencer a la ciudadanía de que el principio de “mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer” nunca fue muy útil, ni siquiera muy realista. Pero sigue funcionando. Al socialismo andaluz, desde luego, le viene de maravilla.
 
Y ésa es la misión imposible que tiene por delante el candidato Javier Arenas. Mal futuro le veo, y no es lo mío agorerismo. Nada de eso, Dios me libre. Puro realismo.

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