Hace falta un cambio que no sea una revancha
Lo peor no es el fracaso de la concentración, lo peor es que se alegren
Fernando de Haro
06 de diciembre de 2007
El fracaso no fue rotundo. Sólo cinco minutos, aunque precipitados y desangelados, en los que los principales partidos políticos afirmaron juntos una evidencia frente a ETA; tras el asesinato de Raúl Centeno, es más de lo que teníamos. Al menos trescientos segundos en los que se han compartido dos jirones de certeza, dos palabras verdaderas: libertad (que no paz) y derrota (que no fin del terrorismo), condición de unidad. No fue un fracaso rotundo pero sí una concentración malograda, a la que no asistieron más que un puñado de vecinos de Madrid y en la que hubo que subir el volumen de la música para que no se oyeran los gritos a favor y en contra de Zapatero.
Fernando de Haro
La catarsis no se produjo. Y lo peor no es que la movilización contra el primer asesinato tras la tregua de ETA fuera una ruina, sino que haya quien se alegre de lo sucedido. La memoria de las manos blancas inundando la Castellana hace diez años y los gritos a favor de Miguel Ángel Blanco, cuando la certeza del valor de la persona humana nos unía como pueblo y era superior a cualquier otra consideración, se transforma en dolor ante las prisas y la desconfianza de una tarde fría en la que se hizo muy difícil mirar a un ideal común para rechazar la barbarie.
Rajoy se apuntó un tanto (triste tanto), convirtiéndose en el referente político de un gesto en el que no quiso participar un presidente del Gobierno al que ya le da miedo la calle. La sombra de la manifestación tras los atentados del 11-M se alarga desde hace cuatro años y Zapatero teme que le pase lo que entonces a Aznar. Después de haber negociado con ETA y después de haber llamado accidente al atentado de la T4, era más necesario que nunca que se hubiera puesto bajo un cartel que proclama la necesidad de su derrota. Para sacar a los suyos a la calle, para empezar a disolver los recelos de los muchos millones de españoles que sospechan que volverá a negociar si gana las elecciones.
ZP desmoviliza a los españoles
No quiso Zapatero mandar un mensaje y la ocasión era perfecta para realizar un gesto rotundo de rectificación. Con su ausencia alimentó la duda y desmovilizó. Desmotivó a unos españoles que no estaban representados por su presidente y a unos socialistas que ya no tenían motivos para echar toda la carne en el asador y buscar la mayor concurrencia posible.
La gente, que hace el esfuerzo de abrigarse para salir a la calle, tiene que percibir una sinceridad última, elemental, en la convocatoria. Y eso es justo lo que no pudo o no quiso transmitirle el Gobierno. Después de meses, por no decir años, intentado minar a la Asociación de Víctimas del Terrorismo y después de haber llevado a Francisco José Alcaraz a la Audiencia Nacional, hacía falta casi un milagro para contar con su apoyo o, al menos, para no enfrentarse a su rechazo. Eso habría sido decisivo, pero nadie intentó provocar el milagro.
La de este martes ha sido la victoria de la anti-política. La foto en la que ha quedado retratado el escepticismo de los españoles sobre la capacidad que tienen los políticos de liderar su unidad. Y eso es muy preocupante. A pesar del éxito táctico de los populares, tampoco ellos pueden darse por muy satisfechos. Desde el momento en el que se confirmó la asistencia de Mariano Rajoy, Génova tendría que haber movilizado a sus bases. Los populares se han acostumbrado a sumarse a manifestaciones exitosas que convocan otros y parece que no tienen músculo social.
La concentración requería romper con la dialéctica de la acción-reacción en la que estamos instalados desde el 12-M y hay muchos que no están dispuestos a ello. Por eso se alegran de que se haya malogrado. Todos los errores de la política antiterrorista de Zapatero, que son y han sido muchos, todos los nefastos pactos con los nacionalistas, toda su beligerancia laicista, no justifican –y eso no supone ingenuidad alguna- que se busque una revancha, en 2008, gemela hasta en las formas de la derrota del 14-M. La revancha de un presidente abucheado, de una victoria electoral obtenida a base de odio y del desprestigio de las instituciones. Nuestro país necesita un nuevo inquilino en la Moncloa, pero no una revolución o una contrarrevolución que siembre de sal el campo de la vida común. La antipolítica casi ha vencido, es necesario un ejercicio de responsabilidad para hacerla retroceder.
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