El PP ha celebrado una convención que supuestamente es su banderazo de salida para las próximas elecciones. En su discurso final, Mariano Rajoy ha señalado una serie de objetivos bastante razonables, aunque desprovistos de fervor. Es obvio que se ha abandonado la “tentación Sarkozy”, el discurso de principios, para ceñirse al confortable estilo “centrorreformista”. Lo que no podían esperar en el PP era que, ese mismo día, uno de sus principales apoyos mediáticos, Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, golpeara a Rajoy con un sonado artículo repleto de tópicos “progres”. Esto se calienta.
La derecha insuficiente
El discurso de Rajoy
Elmanifiesto.com
Lo que Rajoy ha dicho en la convención del PP lo ha resumido él mismo en tres puntos: “Que dejemos tranquilas las cosas que no precisan más discusión y no crear problemas donde no los hay. Resolver los problemas que realmente preocupan e incluso roban el sueño a los españoles. Prepararnos para el futuro”.
Un programa templado
Rajoy apuesta por construir lo que él llama un “nuevo consenso”, que en realidad es un consenso sobre lo anterior: “lo primero que haré si gano las elecciones, será llamar al principal partido de la oposición y tratar de establecer un Nuevo Consenso institucional que despeje cualquier duda sobre las cosas que no se tocan o que se tocan de común acuerdo, porque son patrimonio de todos los españoles y no pueden estar al arbitrio de cualquier gobernante”. Más interesante es ver en qué consiste ese “nuevo consenso”: en subrayar que no hay otra nación que España y en cerrar el Estado de las autonomías fijando “un núcleo básico de competencias del Estado que sean intransferibles”.
El paquete del consenso incluye algunas otras cosas bastante acertadas, como “garantizar la capacidad de las Cortes para regular la política educativa y lingüística”: “Garantizaremos por ley –dice Rajoy- el derecho a utilizar y a aprender el castellano en todas las etapas del sistema educativo en toda España”. El “nuevo consenso” incluye determinar líneas estables en política exterior, política anti-terrorista, “poner fin al chalaneo de los resultados electorales” (eso va por el exceso de poder de los nacionalistas), etc.
Como era de esperar, el punto más extenso de la propuesta del PP es el económico: “Si los españoles quieren, si nos confían el gobierno, realizaremos una gran reforma fiscal para ayudar a todas las familias que lo están pasando mal”. El paquete incluye exención de IRPF para salarios por debajo de los 16.000 euros anuales, incorporación masiva de las mujeres al trabajo asalariado (una obsesión del PP), subida de las pensiones más bajas… La idea es muy razonable: con más dinero en el mercado –dinero particular, el de la gente-, aumenta el consumo, y con él la producción, y con él, el empleo, lo cual aumenta de nuevo el dinero en circulación… El “círculo virtuoso”.
Rajoy se permitió también una parte “comprometida” en su discurso, apelando a principios y, en particular, al sentimiento nacional: “Somos una nación valiente, pujante, trabajadora, emprendedora, capaz… Podemos ser ambiciosos”. Y también: “Me llena de orgullo que aplaudan a nuestros deportistas internacionales. Pero quiero que aplaudan a nuestros científicos, a nuestros ingenieros, a nuestros trabajadores, a nuestra capacidad para convivir en paz, a nuestro amor por la libertad, a nuestra defensa de los derechos humanos. Quiero que hagamos las cosas bien para que otros puedan contemplarse en nuestro espejo y seguir nuestro ejemplo”.
Las flaquezas y el aguijón
Lo que se puede reprochar a Rajoy en particular, y al PP en general, es que en toda esta batería de propuestas parece haber prescindido por completo de cualquier discurso sobre principios, sobre ideas fuertes. La carencia resalta más si comparamos este discurso con el que pronunció Sarkozy en Bercy pocos días antes de las elecciones que le llevaron a la victoria. El PP se ha agarrado a dos banderas –una en cada mano- que son la unidad nacional y la bonanza económica. Es un repertorio que cuadra bien con el talante “gestor” del centroderecha español y más concretamente del propio Rajoy. Ahora bien, es el mismo repertorio que no pudo derrotar al PSOE en 2004.
El PP elude discursos más “fuertes” para evitar compromisos de tipo ideológico: nada le resultaría más dañino –piensan en Génova- que ser identificados con una “derecha doctrinal”. Y sin embargo, en Génova deberían saber que, haga lo que hagan, nunca dejarán de reprocharles el ser la derecha, entre otras razones porque esa es exactamente su función en la política española.
Como para disipar en el PP cualquier expectativa en ese sentido, el mismo domingo publicaba Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, una de sus cartas-homilía en la que literalmente bañaba en lodo al equipo de Rajoy. Según Pedrojota, que responsabiliza a Aznar de las pocas expectativas actuales de Rajoy, lo que el PP tiene que hacer es sumarse a la lucha contra el cambio climático, apoyar la ley de matrimonios homosexuales, apoyar la investigación con embriones humanos, apoyar la asignatura de Educación para la Ciudadanía, alejarse de cualquier convergencia con las posiciones de la Iglesia Católica, dejar de apoyar a las víctimas del terrorismo y apoyar al Gobierno en la lucha contra ETA.
El programa de Pedrojota habrá sorprendido a quienes desde hace cuatro años vienen escuchándole y leyéndole. Es evidente que no puede decir esas cosas en serio, porque, en ese caso, la derecha dejaría de ser la derecha. Entonces la pregunta es: ¿Qué nueva maniobra se mueve entre bambalinas para que el director de El Mundo se haya descolgado con semejante alegato? ¿Dinero? ¿Poder?