¿Alianza de Civilizaciones? No: bronca mundial

El naufragio de la política exterior española

La crisis con Venezuela está llegando a un punto insostenible. El Gobierno parece decidido a aplicar la máxima de que “dos no se pelean si uno no quiere”. El resultado es que sólo uno pega –Chávez- y sólo uno recibe las bofetadas –España. ¿Por qué el Gobierno no reacciona? Porque eso significaría reconocer que un poder presentado hasta ahora como amigo se ha transformado en enemigo. Pero lo mismo podría decirse de Marruecos, que ha anunciado su intención de llevar a la ONU su reivindicación de Ceuta y Melilla. No hay más que una conclusión posible: la política exterior de Zapatero ha naufragado. La diplomacia callada consiste en que los demás te griten

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Las alianzas de Zapatero se han convertido, en apenas tres días, en un auténtico frente anti-español. Desde Rabat a Caracas, todos aquellos a los que se nos había presentado como aliados se han manifestado como enemigos. Y, además, con un grado de hostilidad que espanta.
 
El Gobierno Zapatero ofreció a los españoles un panorama de paz, entendimiento y concordia con Marruecos. Todos recordamos el viaje marroquí de Zapatero antes de las elecciones (aquella foto, aquel mapa de la “marroquinidad”), el rápido acercamiento a Rabat una vez el PSOE en el poder y, desde entonces, los sucesivos gestos de amistad con nuestro vecino del sur, incluida la familiaridad del ministro Moratinos.
 
Las relaciones con Marruecos parecían firmes y estables. Hasta que el Rey viajó a Ceuta y Melilla. Entonces las cañas se volvieron lanzas. Súbitamente, se diría. De hecho, a todos los entendidos les sorprendió la hostilidad marroquí hacia esa visita: ¿Cómo era posible que el Gobierno no lo hubiera arreglado antes con Rabat, para evitar tensiones?
 
Es una pregunta sin respuesta. O más precisamente: la respuesta la ha dado Marruecos al anunciar que planteará ante la ONU la “marroquinidad” de Ceuta y Melilla. Las opciones de que esa iniciativa prospere son escasas, pero eso es, en realidad, lo de menos. Lo verdaderamente importante es que de repente nos encontramos con una crisis hispano-marroquí más grave aún que la del islote Perejil.
 
Un movimiento semejante es el que se ha producido en las relaciones con Venezuela. El régimen de Chávez era otro de los aliados del zapaterismo. La línea social-indigenista que lleva desde La Habana hasta La Paz pasando por Caracas se nos presentó como un nuevo eje de poder amigo de España. En esa construcción no se ahorró detalle: incluso se presentó como el horizonte de la nueva España frente al periodo de Aznar. Hay que recordar lo que los medios de comunicación de la órbita gubernamental silencian: que fue el propio ministro Moratinos el que, sin poder aducir pruebas, acusó a Aznar de ayudar en un golpe contra Chávez. Las armas de la demagogia las carga el diablo.
 
La hostilidad de Chávez contra España ha aprovechado la cumbre iberoamericana para desatarse sin recato. Parece claro que se trataba de una operación premeditada: no hay más que ver la explotación posterior del asunto por parte de Chávez. El hecho, en todo caso, es que también esta alianza se ha roto abruptamente, y con el mismo resultado que la marroquí: no un mero distanciamiento, sino una declaración de hostilidad en toda regla.
 
La pregunta, ahora, es cómo piensa el Gobierno recomponer una situación que perjudica directamente a buen número de empresas españolas que están haciendo cuantiosas inversiones tanto en Marruecos como en Venezuela. Estos rifirrafes no se limitan a las declaraciones verbales entre gobernantes, sino que afectan a los nacionales de cada país. ¿Tiene el Gobierno un Plan B?
 
Desde el punto de vista de la política exterior, en general, España acaba de pagar duramente un error de primera magnitud: no es posible buscar acuerdos duraderos ni establecer climas de confianza con regímenes que consideran la política extranjera como un mero instrumento de sus ambiciones nacionales. Este último es el caso de Marruecos y de Venezuela. Todos lo sabían, pero Zapatero no lo quiso ver. Ahora su ceguera la pagaremos todos.

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