No saben si coger criada o ponerse a servir

11-M: la verdad judicial y la ‘verdaz’ de Zapatero

El Gobierno está confuso. Hasta ayer, la propaganda socialista ha tratado de presentar el fallo judicial sobre el 11-M como afín a sus teorías. Saben que pocos leerán los 600 folios de la sentencia y se han apresurado a volver a vender una versión mítica que pueden usar como arma arrojadiza contra la derecha. Pero a la vez que esgrimen su teoría, empiezan a expresar su deseo de “pasar página” y que una espesa cortina de olvido caiga sobre este doloroso episodio de nuestra historia. Ahora bien, ¿cómo pasar página si no se ha señalado al “autor intelectual” de los atentados? Por eso la Fiscalía acaba de recurrir la sentencia: quieren condenar al “Egipcio”.

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Ignacio Santa María
 
Los voceros del Gobierno y sus aliados mediáticos se apresuran y se afanan en vender la idea de que la sentencia del juicio por los atentados del 11-M confirma sus tesis y a continuación arremeten con fiereza contra aquéllos a quienes denominan defensores de la teoría de la conspiración.
 
En el saco de la supuesta teoría de la conspiración incluyen lo mismo a quienes ha intentado sembrar dudas con el único fin de desgastar al actual Gobierno y al PSOE, y a quienes han planteado interrogantes muy razonables con un ánimo sincero de ayudar a que la verdad aflorara, porque pensaron y piensan todavía que la verdad es el mejor bálsamo que nos podemos aplicar para seguir caminando como pueblo. Son dos posturas diferentes que no merecen ser tratadas por igual. De hecho, muchos interrogantes han servido para enriquecer el proceso judicial y hacerlo más riguroso y solvente.
 
El mito del 11-M según el PSOE
 
Pero quienes ya tienen su teoría bien ahormada son, en cambio, los socialistas y sus aliados. Han elaborado una verdad (su verdad), un mito o una teoría que han usado y seguirán usando como arma arrojadiza contra la derecha y que es simple: “El atentado fue organizado por islamistas radicales; la ‘participación’ de España en la guerra de Iraq no fue la única causa de la ira de los terroristas pero sí la principal (“Aumentó el riesgo de sufrir un atentado”, dice textualmente Zapatero); ETA no tuvo nada que ver y el PP trató de engañar a todos desde el primer día hasta hoy”.
 
Evidentemente, para decir eso no hacía falta la sentencia que el pasado día 31 dictó el tribunal. De hecho, la sentencia no se dedica a confirmar estos extremos. Antes al contrario, hace tambalear algunos elementos de este esquema tan simplista, ya que deja a los atentados sin la supuesta conexión con el terrorismo yihadista internacional al no condenar a “El Egipcio” y al no implicar en los hechos a Yusef Belhadj y Hasan El Haski.
 
Ahora, los mismos que enarbolan esa teoría prefabricada (para la que no precisaban de ninguna sentencia judicial) expresan su necesidad de pasar página, de “mirar hacia delante” (Zapatero) y de olvidar esta página negra de nuestra historia. Es escalofriante, en este sentido, el artículo del director de Público, Ignacio Escolar, que ayer publicaba en este rotativo: “Nos podemos conformar con que el 11-M se desdibuje, desaparezca, se desvanezca del debate público. Dentro de unos meses, parecerá que lo hemos soñado. Dentro de unos meses parecerá que nunca sucedió”.
 
Una vez que se acaba de remachar la teoría, el mito, la ‘verdaz’ (con Z de Zapatero); una vez que los politólogos y sociólogos han certificado la defunción del 11-M como argumento electoral eficaz, ha llegado la hora de diluir a los 192 muertos y 1.700 heridos en la nada, en el olvido o, en el mejor de los casos, en un mal sueño. Ya no son útiles estos muertos, ya no es útil el dolor de las víctimas. Ya no es útil, como lo fue los tres días posteriores a los atentados, la ira, la impotencia, la rabia de los ciudadanos. En aquel momento los socialistas pudieron canalizar gran parte de esa indignación hacia su rival político y cambiar el signo de las elecciones. Pero ahora quieren pasar página y mirar hacia adelante.
 
Aunque si esto ocurre, el mal de los terroristas habrá obtenido tres victorias: la muerte primero; la confusión y la división de los demócratas después; y, por último, el olvido. “Parecerá que nunca sucedió”. ¿Con esto nos conformamos?
 

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