CARLOS SALAS
La de 1999 fue una de las primaveras más sangrientas de Europa. Los Balcanes seguían siendo un polvorín, y Serbia emprendía su propia guerra contra la minoría kosovar y contra la guerrilla albanesa. Periodistas de todo el mundo desplazados a esta pequeña región de la antigua Yugoslavia retrataban las constantes agresiones de las tropas del presidente Milosevic a los kosovares. Por su parte, los serbios denunciaban que detrás de esa minoría no sólo estaba una guerrilla separatista, sino que esta guerrilla había exterminado a miles de serbios y que Kosovo era no sólo su provincia, sino un lugar donde históricamente se fundó la vieja Serbia.
Naciones Unidas no podía aprobar una resolución porque Rusia lo impedía en el Consejo de Seguridad. La OTAN tenía las manos atadas. De repente, casi todos los intelectuales, incluido José Saramago, pidieron a la OTAN que bombardease a los serbios. Felipe González desde las páginas de El País afirmaba que no se podía ser tibio con Milosevic, que había que intervenir con ejércitos de tierra y detener a Milosevic. He aquí algunos extractos:
“Se está exterminando a una población [a los kosovares]. ¿Qué explicación necesitamos para reaccionar a tiempo, si es que estamos a tiempo, o ya, para que no soportemos un llegar más tarde todavía?”. Más adelante, González afirma: “Comprendo las dudas, como las de Umberto Eco, como las de Manuel Castell [se oponían a la intervención armada], como las de tantos y tantos amigos en España, en Europa, en América Latina, confusos ante los perfiles de esta guerra, frente a las certidumbres inconmovibles de los que disponen de un código de señales fijo, que les permite una posición segura y previa, porque -creyentes o no- se sienten en posesión de la verdad absoluta. Yo también pienso que no se interviene en otros lugares, pero eso no justifica que no se haga aquí, aunque haya, ¡que no es fácil!, situaciones comparables.”
González se burla de aquellos bienpensantes que, siempre que hay guerra, buscan los crueles intereses americanos o europeos por el petróleo. Sorprendente: “Aquí que no hay petróleo, aquí que no hay riqueza, aquí que no hay grandes intereses estratégicos, aquí que se podría haber mirado para otro lado, con el argumento despectivo de que los Balcanes son así desde hace siglos. Porque si es en el Golfo, ya se sabe, dicen los bienpensantes, lo que buscan los americanos, o los europeos.”
Y por si cabían dudas, el ex presidente empleaba este lenguaje para criticar la pasividad militar: “Vergüenza de seguir contemplando, impasibles o impotentes, el comportamiento del sátrapa con mayor responsabilidad en el desastre humano de la implosión yugoslava.”
Y sobre el veto que ejercía Rusia sobre la ONU, y que impedía desplegar tropas de Naciones Unidas, González afirmaba en tono burlón: “Yo también creo que la ONU debería haber rematado la faena que comenzó con sus contundentes resoluciones frente a Milosevic y que aparece cuestionada porque la cobertura de la intervención es insuficiente o discutible. Pero es más cierto que el veto, como anacronismo que explica otra época, impide que ONU pueda ejercer con coherencia la representación de la comunidad internacional.”
Es decir, esa misma ONU que hace ocho años no representaba a la comunidad internacional, es respecto a Irak un organismo estupendo porque en la ocasión en que el presidente era Aznar, en la ONU nunca se aprobó la intervención militar contra otro dictador y asesino llamado Sadam Husein. Pero González se olvida de que calificó los vetos de la ONU de ‘trasnochados’:
“Si Milosevic la rechaza [la resolución de la ONU] y, llevándola al Consejo alguien con derecho a veto impide su aprobación, el sátrapa de los Balcanes se sigue burlando de todos. Es este tipo de personajes, más el trasnochado sistema de funcionamiento, el que pone de manifiesto la crisis de Naciones Unidas, a pesar de ello imprescindible para todos.”
Muchos tenían dudas sobre si era conveniente intervenir en Kosovo, pero González disipaba las suyas hace ocho años: “… estas dudas no pueden servir de escudo para seguir manteniendo el relativismo descomprometido, de los que miran para otro lado, o exhiben su sabiduría racionalista distanciada, cargando contra tirios y troyanos; para contemplar la batalla desde arriba, contabilizar las bajas y seguir culpando a los demás, sin que nadie merezca ser salvado de la hoguera de su agudeza crítica.”
Por último, decía el ex presidente que la tibieza y las dudas le dolían: “…me duele, sobre todo, porque mañana vamos a tener que seguir buscando explicaciones a nuestro tibio compromiso o a nuestra falta de compromiso”.
El artículo se titulaba “A la búsqueda de la verdad perdida”.
Al final, la ONU dio cobertura legal a la intervención. Varios cazabombarderos españoles participaron en los ataques. Los pilotos pudieron ser entrevistados por la prensa, y tratados casi como héroes. Uno de ellos declaraba a El País que “yo me limito a cumplir una misión muy estudiada, muy programada. El objetivo número uno es no golpear a la población civil. Incluso es preferible no descargar las bombas antes que causar daños colaterales", dice. Hubo víctimas. España fue un país beligerante en aquella guerra, cosa que nunca sucedió en Irak. En este último conflicto, las tropas españolas eran defensivas, estaban apoyadas por buques hospitales y no tuvieron la iniciativa en ningún bombardeo ni ataque sobre los iraquíes. Pero muchos consideran que Husein y Milosevic eran los mismos sátrapas y exterminadores.