Putin no quiere reconstruir la URSS o el imperio zarista, sino Eurasia. La unión económica creada en 2000, para reagrupar a las ex repúblicas soviéticas, se llama Comunidad Económica Eurasiática (CEE). La RAE define por euroasiático en primera acepción al “Perteneciente o relativo a Europa y Asia, consideradas como un todo geográfico”, pero Putin no va por aquí. El euroasianismo fue una corriente geopolítica de principios del siglo XX, elaborada por un grupo de intelectuales rusos exiliados que veían la revolución soviética como una “transición” necesaria para modernizar un país que volvería a ser nacionalista, tradicionalista y confesional. Entendían que los rusos no son europeos, y que con los pueblos vecinos –cristianos ortodoxos (eslavos, rumanos, griegos) y musulmanes– forman Euroasia, un espacio entre Europa y Asia. El “Heartland” del geógrafo británico Halford Mackinder, tesis en la que se inspiraron, en contraposición a las “islas periféricas” (América, Gran Bretaña…). Quien domina el “Heartland”, domina el mundo, especialmente si controla Ucrania. Sus principales pensadores eran el príncipe y lingüista Nikolai Trubetzkoy, el historiador Konstantin Cheidze, el profesor de literatura Dimitri Mirsky y el filósofo Petr Savisky, entre otros.
Aunque estas ideas perdieron fuerza en los años treinta, siguieron flotando en el Moscú de la Guerra Fría. El problema es que al desmoronarse la URSS, la gran catástrofe geopolítica del siglo XX según Putin, con el sentimiento de humillación que conllevó, volvió a resurgir el euroasianismo pero con una connotación nacionalista más radical. Su principal ideólogo actual es Aleksandr Duguin, un carismático y mediático “filósofo”, hijo de un oficial del KGB. Se le podría definir como “rojo-pardo”, extraño término que acuñaron los politólogos para calificar a aquellos políticos nacionalistas que emergieron en la Europa del Este tras la Guerra Fría, que sorprendían por sus bandazos entre el comunismo y el fascismo. Duguin dirige el Movimiento Euroasiático que es el antiguo Partido Nacional-Bolchevique. Apoyó tanto al Partido Comunista de Guenadi Ziuganov como a los neozaristas de Pamyat y a los neofascistas de Edvard Limonov. Su libro Los fundamentos de la geopolítica, biblia del eurasianismo, es muy leído entre políticos y militares. Plantea una alianza estratégica con Irán, Turquía y los países árabes de Oriente Próximo, pueblos a los que imputa un modelo social más solidario que el capitalismo y la globalización que identifica con el mundo anglosajón, las “islas periféricas”. Duguin vio en Putin al llegar al poder la materialización del eurasianismo. En las movilizaciones de 2008, los militantes del Movimiento Eurasiático se lanzaron a la calle contra los opositores a Putin. Según éstos, el movimiento de Duguin tiene al apoyo del Gobierno. No hay pruebas, pero lo que sí parece evidente es que, por los artículos que publica Duguin –incluso en Financial Times–, hay sintonía con Putin. El que eligiera el nombre de eurasiático para la CEE lo consideran su mayor éxito político. Duguin contrapone conservador (nacionalismo) a liberalismo (globalización) y Putin es un conservador a su particular manera de entender: control de la economía por el poder político, defensa de la soberanía nacional, culto a las tradiciones.
En 2007, Duguin fue expulsado de Ucrania por hacer campaña entre los rusos a favor de la secesión. Al año siguiente, anunció en Osetia que los blindados rusos intervendrían en Georgia, lo que luego ocurrió. En julio de 2013 manifestó en Moldavia –país con un conflicto latente en la región de Transnitria de mayoría rusa– que Estados Unidos no tiene capacidad para defender a los países postsoviéticos y que si alguien enciende la mecha “el poderío militar de Rusia sería suficiente para zanjar el asunto”. No sabemos si después de Ucrania vendrá Moldavia, ni hasta qué punto Putin sigue las ideas de Duguin, pero lo que parece cierto es que su CEE se inspira en Eurasia (en 2011 propuso a la UE crear un espacio común de Lisboa a Vladivostok, lo que excluiría a las “islas periféricas”) y que la Rusia actual –nacionalista, conservadora y confesional– es la que soñaron aquellos exiliados rusos hace casi cien años tras la “transición” comunista.
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