La debilidad occidental refuerza el poderío chino
Diego Saavedra
07 de septiembre de 2011
China se hace cada vez más presente en el mundo, cada día es mayor su influencia y se confirma como país fuerte. Están en su momento, van hacia arriba y tienen una tendencia como país muy positiva, sobretodo en los campos económico y militar. Todo lo contrario que los países occidentales en general y Europa en particular. Juan Montero acaba de confirmarnos con su reciente artículo el despliegue de esta nueva superpotencia militar. Contrastan la fortaleza y claridad de objetivos que tienen naciones como China o Rusia frente a la debilidad y bajeza de las élites europeas. Una debilidad que ha contribuido poderosamente al crecimiento chino, algo que muy pocos analistas y expertos dicen cuando hablan del asunto.
No debemos olvidar las numerosas empresas occidentales que se han trasladado de Europa y los Estados Unidos para irse allí, deslocalizando los medios de producción, el capital, la tecnología, puestos de trabajo, para fabricar los mismos productos a precios mucho más bajos (“competitivos” dirían los expertos) y desde allí venderlos a todo el mundo. Mientras tanto nuestros países se van quedando sin industria, miles de familias pierden sus empleos, nuestros países se empobrecen y nuestra clase dirigente mira para otro lado sin hacer lo más mínimo para evitarlo. Eso sí, todo en nombre del libre mercado, esa especie de dios laico cuya mano invisible todo lo regula.
China ha invadido literalmente nuestros mercados y nuestras economías cada vez son más dependientes de sus productos a bajo precio para poder subsistir. Y nuestros expertos andan maravillados con el fenómeno chino, alabando su competitividad y rápido crecimiento pero olvidando que ese éxito está cimentado en una competencia desleal basada en la injusticia social, la inseguridad jurídica y la más absoluta falta de libertad. Muy distinta sería la situación de China si sus empresas tuviesen que respetar leyes medioambientales y laborales como las nuestras, o similares controles de calidad, seguridad o sanidad a las que se someten nuestros productos. Y ante eso todos callan, nadie osa alzar la voz. Además en nuestra propia casa sin ir más lejos, las comunidades chinas se han convertido en un factor desestabilizador de nuestra economía, contribuyendo a debilitar nuestro tejido industrial y comercial actuando al margen de nuestras leyes y costumbres e incluso influyendo para que nuestra legislación sea más flexible para adaptarse a sus exigencias. Uno de los principales focos de empleo ilegal y economía sumergida en España proviene de las empresas chinas, las cuales viven en muchos aspectos al margen de la ley ejerciendo una presión sobre las empresas españolas que empuja a muchas a abandonar el mercado. Ahí están los ejemplos de algunos sectores como la industria textil, el comercio minorista, los fabricantes de calzado o la industria del juguete, castigados por esa competencia desleal y la doble presión de la que hablamos.
Pues bien, esta es la realidad de China y la influencia que ejerce sobre nosotros. Ya ven que no se trata de cuestiones alejadas de nuestra vida cotidiana sino que nos afecta profundamente, de ahí que no nos podamos permitir el lujo de seguir manteniendo esta clase política y dirigente mediocre, débil y ajena al interés nacional que nos está arruinando en lo personal y en lo colectivo.
Mientras tanto, ellos lo tienen muy claro y si entre nosotros todavía hay quien cree que los chinos van a cambiar, ellos vienen de celebrar por todo lo alto el 90.º aniversario de la fundación del Partido Comunista, partido que gobierna desde 1948 y única opción política que existe en el país. Y lo han hecho además sin el menor atisbo de autocrítica de su casi centenaria historia. En el país más poblado del mundo sigue campando a sus anchas la bandera de la hoz y el martillo y el régimen goza de muy buena salud. Quienes rigen hoy los destinos de China se sienten orgullosos de su historia reciente y reivindican las glorias de Mao Tsé-tung y su “revolución cultural” tanto como la revolución económica propiciada por Den Xiaoping en los 80.
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