«Hay que hacerse adultos y pactar». Lo decía anteayer Raphaël Glucksmann, fundador, en 2018, del partido de centro izquierda Place Publique y que se presentó con los socialistas al Parlamento Europeo en junio. Se trata de un candidato bien posicionado en el carajal legislativo gabacho. Glucksmann representa a esa izquierda urbanita, burguesa, que no está lejos de la macronía. Junto con François Ruffin, verso suelto y creador de la marca Nuevo Frente Popula (NFP)r, constituyen opciones probables para entrar en un gobierno que contará con el aderezo ecologista adecuado y los aspavientos anticapitalistas correspondientes. El hermano Mélenchon es repudiado por la izquierda más aseada incluso dentro del NFP y tan sólo podría colar a lo más descafeinado de La Francia Insumisa en la Asamblea. Todo lo demás son los preceptivos golpes de gorila en el pecho, algo necesario en cualquier negociación.
La noche de la segunda vuelta de las elecciones legislativas en Francia estuve viendo el programa que Terra Ignota y Arturo Villa dedicaron al asunto. Uno de los invitados —y amigo—, Juan P. G., se descolgó con una noticia de la que nadie se ha hecho eco en nuestro país. El señor Jean-Michel Macron, padre de Emmanuel, había concedido una entrevista en exclusiva a Dernières Nouvelles d’Alsace que fue publicada el 3 de julio. En ella, el progenitor del presidente de la República cuenta, como lo haría Terelu o la madre de la Pantoja, que él ya lo sabía. Que hacía dos meses que Macron hijo tenía previsto convocar elecciones legislativas. Nótese el timing, previo a las europeas. Estos comicios no han sido, por tanto, una respuesta a su debacle en las mismas. A pesar de ello, cogieron con el pie cambiado al sistema mediático-político. Jean-Michel desvela el cuándo pero también el por qué. Júpiter de Francia quería que sus conciudadanos probaran el jarabe lepenista durante un par de años. No sólo papá Macron era conocedor de esta estratagema; Manu también se lo había largado, como un crío emocionado que no puede guardar un secreto, a tita Úrsula. Por eso, sospechamos, presentó una inutilidad como candidata a las recientes elecciones europeas: Valérie Hayer. Como coartada.
Si el partido de Le Pen hubiera sido el encargado de formar gobierno, contaría con toda la resistencia que él fuera capaz de oponer para llevar a cabo su programa. Ese panorama de ingobernabilidad dejaría muy tocado electoralmente a RN, ya que perdería la oportunidad de poner en práctica sus medidas, y quizá «obligaría» a Macron a ir a un gobierno técnico, a la italiana, hasta la convocatoria de nuevas elecciones. Matignon, por tanto, puede esperar. Sin embargo, es cierto que el resultado electoral (y la bochornosa «pinza») permitirán que Macron arbitre en un gobierno con afines como los mencionados al comienzo de estas líneas. No ha perdido nada, si acaso a un primer ministro. Aunque es muy posible que este «frankenstein» acabe en una nueva disolución de la Asamblea, una vez expire el plazo legalmente establecido por la Constitución de la V República.
Sea como fuere, Francia tiene un problema de representación de sus clases populares. Para muestra, los diez millones de votos del RN que no dan más que para 150 escaños. Llámenlo estafa del sistema electoral y añadan la complicidad del entramado mediático, que va con la hinchada globalista. De-qué-nos-suena-ésto.
«La casta mediática ha maniobrado para instrumentalizar el voto de los franceses» claman los medios independientes allí. En el escenario sociopolítico de nuestros días, debe ser contabilizada —es un actor más— entre los ganadores de la globalización. Aquéllos que no aumentan el tejido productivo del país y que se arremolinan, desde las presidenciales de 2022, como un solo hombre, alrededor de Macron: la burguesía financiera, la charocracia, la izquierda con diplomas que ya no son los obreros de antaño…
La provincia, la clase productiva, el pequeño empresario, el agricultor o el artesano, sufren la inseguridad (en todos los órdenes) que generan las ideas del bloque de las élites y quedan arrinconados y disciplinados socialmente por un instrumento infalible: el moralismo y el antifascismo.
Marine Le Pen anunció escasas horas después de conocerse los resultados electorales la adhesión de sus 30 eurodiputados al grupo soberanista de Patriotas por Europa. Vox había hecho lo propio unos días antes. En definitiva, ni una foto, ni una abstención, ni un apretón de manos más a Von der Leyen.
Probablemente, como dice Marine Le Pen, la derrota del domingo es una victoria diferida, emplazada a las presidenciales de 2027. El problema es qué República va a heredar Le Pen. Qué Europa nos dejará esa Francia.
© La Gaceta
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