Los Protocolos de los Sabios de Sión. O los orígenes del antisemitismo
Los Protocolos de los Sabios de Sión constituyen una de las grandes supercherías cuyos amargos frutos brotarían en el siglo XX, fundamentalmente con el Holocausto judío, si bien con anterioridad sus difusores provocaron numerosos progromos en Rusia. No en vano la justificación de tales actos de barbarie contra los judíos está en la raíz de la publicación del panfleto antisemita por la Ojrana zarista en 1903. En El mito de la conspiración judía mundial. Los Protocolos de los Sabios de Sión, el historiador Norman Cohn ha indagado en los orígenes de tan nefasta patraña.
Arriesgadamente, Cohn cree ver la progenie del mito en San Juan Crisóstomo, quien definió la Sinagoga como “templo de los demonios, caverna de los diablos, sima y abismo de perdición”. También cita a San Agustín, para quien los que habían sido hijos favoritos de Dios se habían convertido luego en hijos de Satán. Ciertamente, parece excesivo, y muy anacrónico, recurrir a citas de los Padres de la Iglesia para indagar en el origen del fantasioso conspiracionismo judío.
Otra cosa es que durante la Revolución Francesa el abate Barruel llegara, en su Mémoire pour servir l’historie du Jacobinisme, a la conclusión de que la toma de la Bastilla representaba “la culminación de una conspiración secular de la más secreta de las sociedades secretas”, pues creía que su origen era la orden medieval de los templarios. Otro texto, la célebre carta de Simonini, apuntaba a la “secta judaica” como “el poder más formidable, si se tiene en cuenta su gran riqueza y la protección de que goza en casi todos los países europeos”.
La obra que se convirtió en la Biblia del antisemitismo moderno apareció en Francia en 1869 con el título de Le juif, le judaïsme et la judaïsation des peuples chrétiens, de Gougenot des Mousseaux, que influiría notablemente en el contenido de los Protocolos. Digno sucesor de Mousseaux fue el abate Chabauty, quien en 1881 publicó Les Francs-Maçons et les Juifs: Sixième Âge de l’Eglise d’aprés l’Apocalypse, cuya tesis es que Satanás, mediante “la conspiración judeomasónica” (la expresión es de Cohn), estaba preparando el advenimiento del Anticristo judío y a la dominación del mundo por el pueblo de Israel. Chabauty fue también autor de Les Juifs nos maîtres y en 1893 monseñor Meurin publicaba La Franc-Maçonnerie, Synagogue de Satan, insistiendo en que “todo lo que hay en la masonería es fundamentalmente judío, exclusivamente judío, apasionadamente judío, desde el principio hasta el fin”. Semejante obra fue una de las fuentes inmediatas de los Protocolos.
Como es sabido, los Protocolos se basan en esa velada crítica al régimen de Napoleón III que fue el Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, del francés Maurice Joly, en el que el autor de L’Esprit des Lois defendía la causa del liberalismo y el de El Príncipe la de un despotismo cínico. Como señala Cohn, “existe una cruel ironía en el hecho de que una defensa brillante, aunque olvidada, del liberalismo, haya constituido la base de una estupidez reaccionaria atrozmente escrita que ha dado la vuelta al mundo”.
Una vez convertidos los Protocolos en documento de fama mundial, multitudes perfectamente cuerdas se los tomaron en serio. Incluso The Times, en su número del 8 de mayo de 1920, decía: “¿Qué son estos ‘Protocolos’? ¿Son auténticos? Y si lo son, ¿qué malévola asamblea ha trazado esos planes y gozado con su revelación?… ¿Hemos escapado, tras esforzarnos hasta la última fibra de nuestro cuerpo nacional, a una ‘Pax Germanica’ para caer en una ‘Pax Judaeica’?”. Un año después, el diario británico cantaba la palinodia en un editorial.
La recepción en Alemania de los Protocolos produjo un cóctel explosivo al mezclarse con esa seudorreligión que era la cosmovisión völkisch, también denominada “la ideología germánica”. Como quiera que Alemania había empezado a desarrollar su conciencia nacional a raíz de la invasión napoleónica, y ya que la potencia invasora era la abanderada de la Edad Moderna y el no va más de la democracia, el liberalismo y el racionalismo, nada hay de extraño en que rechazara todos estos valores para afirmarse como nación. Ahora bien, dado que el judío era visto como encarnación de la modernidad, estaban servidas las nefastas razones para la exasperación del antisemitismo emanado de los Protocolos, uno de cuyos temas principales era la crítica al liberalismo.
En 1923, el pensamiento de Hitler estaba dominado por los Protocolos; a los que se refiere en Mein Kampf. Es muy interesante la siguiente reflexión de Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo: “Los nazis empezaron con la ficción de una conspiración y adoptaron como modelo, de forma más o menos consciente, el de la sociedad secreta de los Sabios de Sión…”.
Ha habido muchas patrañas a lo largo de la historia, pero ninguna tan empapada de sangre como la que alimentaron los Protocolos de los Sabios de Sión.